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XXIII 1597 Carro Carbajal, II, CIV La Fortuna en la adversidad

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XXIII

1597

Carro Carbajal, II, CIV La Fortuna en la adversidad

[h. 1r] OBRA NUEVA MUY EXCELENTE CONTRA AQUÉLLOS QUE SE

QUEXAN DE LA FORTUNA EN LAS ADVERSIDADES, SIENDO ELLOS MISMOS LA CAUSA, COMO PRUEVA LA FORTUNA EN LA PRESENTE OBRA.

En quantas cosas tratamos, a la Fortuna matemos

y si mal suceso vemos, luego la culpa le echamos y muchas vezes la tenemos; desenguányase qualquiera, que Fortuna no podrá

más de aquello que él quisiera y aquél que no lo creyera, si escucha, aquí lo verá.

Acaso me passeava por una floresta un día, en la Fortuna pensava, sus bueltas imaginava y sus mudanças temía; súbito me vi llevar,

no me acuerdo de qué suerte, porque el medio fue tan fuerte que no me dexó pensar en otro sino en la muerte.

Al cabo me vi assentado junto el mar en las arenas, adonde estava fundado un castillo bien cercado con altas torres y almenas; hecho todo parecía

de christal resplandosciente, la puerta abierta tenía y mucha suerte de gente entrava en él y salía.

Todo espantado quedé

de aquellas cosas que vehía, con miedo allá me allegué y a un portero pregunté qué señor allá vivía;

respondiome: «Esta morada es de una grande señora, tan temida y acatada que el mundo casi l’adora y ésta es Fortuna llamada».

Pregunté por qué tenía la casa junto el mar,

dixo que ansí convenía, porque en aquel lugar más grande poder tenía; dixe: «¿Cómo fue possible hallarse aquí fundamento?», «Antes», dixo, «no ay cimiento, porque a quien es tan muovible no conviene firme assiento». [h. 1v]

Pregunté si permitía entrar la gente estrangera, díxome que bien podría, que la casa común era y que él mismo me guiaría; en oír esto yo entré

con aquel que me guiava, luego una plaça encontré, donde tanta gente andava que espantado me quedé.

De todas suertes vehía quién reía, quién llorava,

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en medio un cadalço avía, de oro fino parecía, donde la Fortuna estava; vila allí desnuda y sola y jamás estava queda, ni aun es posible que pueda, que el pie tenía en una bola y la mano en una rueda.

La rueda me parecía como a noria propriamente, los alcaduzes, la gente, el agua que allí corría son lágrimas solamente; a nadie conocí yo

de quantos avía juntados, mas aquel que me guió luego algunos me nombró, que eran los más señalados.

A Pompeyo me mostrava, que a Fortuna maldezía, a César que la llo[r]ava y Aníbal que se quexava, que al fin faltado le avía; muchos otros me mostró, reyes y príncipes famosos, contentos y virtuosos, mas en fin, según vi yo, muchos más avía quexosos.

Pregunté: «Qué es la ocasión que lloran todos a una?», respondiome: «Su perdición, aunque se quexen de Fortuna, muchos no tienen razón; mas guarda que oy se usa venir la gente agraviada, de la qual es acusada, podrás ver cómo se escusa de aquello que está culpada».

Soldado.

En esto entrava un soldado con la cara dura y fiera,

muy desnudo y maltratado, que acaso se avía escapado

entonces de una gallera; de Fortuna renegava, maldiziéndola venía y con saña que trahía las manos al cielo alçava y desta suerte dezía:

«Fortuna, ciega e inconstante, cata quál venga perdido,

quántos años te he seguido sin que tú sólo un instante me ayas favorecido;

mudable suelen hazerte, fuéraslo en esta sazón, ver si quexo con razón que, por no mudar mi suerte, mudaste tu condición. [h. 2r]

»De mil guerras que m’é hallado, de mil batallas famosas,

dime, ¿qué premio he sacado, sino heridas peligrosas de que estoy aún señalado?; quánto peligro he pasado por mi rey en tierra y mar, quánta sangre he derramado y tras tanto trabajar,

mira quál vengo medrado». Estas palabras diziendo del enojo enmudeció, Fortuna, que en sí lo vio, en él sus ojos poniendo, esta respuesta le dio:

Fortuna.

«Bravo y descortés soldado, no entiendo yo por qué ley

o en qué razón has hallado que el yerro que haze tu rey me tenga de ser contado.

»Si medrar nunca pudiste, a tu rey llama cruel

y al capitán que siguestes, no quexes de mí, mas dél, pues por él el mal sufristes;

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quexaste, mas qu’es lo bueno que en las guerras te han llagado, que es como quien en prado entrase de abrojos lleno sin querer ser lastimado».

Cavallero.

Tras desto entró un cavallero que la corte avía seguido, más quexose que el primero, más cortés, aunque menos fiero, más galán y más luzido;

quexávase gravemente de lo poco que medrava y con un sospiro ardiente a la Fortuna culpava desta manera siguiente:

«¡O, Fortuna!, que engañado hasta agora me has traído y quán bien he merecido, pues viví en ti confiado, que viva agora perdido; ¿qué trabajo te parece verse un ombre despreciado y a voluntad de un privado que menos que vos merece aver de estar subjetado?

»¡Qué trabajo es el andar tras subir y no poder!, aquella set de privar y esperar y el temer y jamás nada alcançar; ¡qué de vezes he fingido querer lo que no quería! y con mi negra porfía al cabo nunca he podido salir con lo que quería».

Fortuna. Aquí su razón paró y Fortuna luego allí desta suerte respondió: «No tengas quexas de mí, que no tengo culpa yo;

si a tu señor no agradaste, no he sido yo la ocasión, costumbres de cortes son, sabes que no acertaste a saber su condición. [h. 2v]

»Y si viste que otro privó, de mejor abilidad,

esso [...]a un su libertad, que a ninguno puedo yo forçarle la voluntad; de ver mil cosas penosas en la corte [...]ullo atinas, que ella es como las rosas, que parecen muy hermosas y tienen debaxo espinas».

Dama casada. En esto una dama entrava, tan estranya en hermosura

que no hizo su par natura y tan triste que igualava a su beldad su tristura; los ojos casi no alçava de vergüença que trahía, la voz toda le temblava y el rostro se le encendía quando a la Fortuna hablava:

«Mira, cruel, mi dolor, hártate de mi tormento, mátame, que esso es mejor, mas no harás, porque es peor la vida con descontento; de muchos me viste amada y esto no fue por mejor, mas, porque siendo casada, sintiesse pena mayor de verme mal empleada.

»Un marido me has buscado, triste, ruin y zeloso,

¡o, qué mal es tan penoso vivir en tan mal estado quien se vio en otro dichoso!; nunca le falta occasión d’estar de mí descontento,

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nunca salgo de un rincón, en fin llámole prissión a esto y mortasamiento».

Diziendo esto le salieron tantas lágrimas ardientes, que aquellos ojos luzientes, que antes estrellas parecían, parecían entonces fuentes;

Fortuna. La Fortuna respondió: «Duélome de tu tormento, pero desse casamiento no he sido la causa yo, sino tu consentimiento.

»Si su condición sabías, ¿por qué con él te casastes? y si no lo conocías,

pues antes alegre vivías, dime por qué te arojaste; si por tus padres lo heziste, ya no soy yo la ocasión, si a la hazienda ojo tuviste, tú tienes el galardón que por ello mereciste».

Mercader. En esto avía llegado un mercader afligido, cuya naho se avía·negado, gente y caudal hundido y él por ventura escapado; todo mojado venía

de lágrimas y del mar y con triste sospirar, que del alma le salía, començó a lementar: [h. 3r]

«Fortuna, en una tormenta todo mi bien has llevado, la vida sólo has dexado y essa, creo, porque sienta aquello que me has quitado; quanto avía recogido

por ponitonte y por levante, en mil caminos que he ido, lo vi sólo en un instante ante mis ojos hundido.

»Contra mi nave conjuró el aire y los elementos,

el cielo se escureció, conbatiéronla los vientos y el mar en fin la tragó; pues, triste de mí, ¿qué haré, metido en tan grande aprieto?, cuitado del que se ve

a la pobressa sujeto, de quien enemigo fue».

Estas palabras hablava, aunque del mar libre estava, claro en él se conoció que allá el coraçón dexó, do la hazienda quedava.

Fortuna. Fortuna, en verlo acabar, dixo: «Bien lo merecías, porque tus bienes metías en el peligro del mar, si tanto amor les tenías.

»Tú no te quexes de mí, que yo no rijo los vientos, que el cielo, mar y elementos ya tienen ellos de sí

sus causes y movimientos; pero no fue aun su proeza causa de tu perdimiento, fuelo sólo tu siempleza en fiar de la agua y viento tantas vezes tu riqueza».

Galán enamorado. Luego vi un galán entrar, tan flaco y tan desmayado que todo quedé espantado, aunque no avía que espantar, pues estava enamorado;

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de su dama se quexava, que casado se le avía, de ella a Fortuna culpava y con boz que lastimava, desta suerte se plañía:

«¡Ay, Fortuna!, quánto error es fiar en merecer,

pues por mostrar tu poder aquél que es de menos valor sueles más favorecer; di qué razón te movió dar tal dama a tal marido o en fin no lo entiendo yo o sólo el ser desvalido fue lo que más le valió.

»Que si fue por discreción ni por gracias que tenía, ¿quién ventaje no le hazía? y si fue por afición, sólo yo la merecía

y assí, tras darme tormento en verla ya de mí apartada, es afición tan sobrada,

que no menos que esso ciento en verla mal empleada». [h. 3v]

El cuitado aquí acabó, con tristeza tan sobrada, que la piedad que faltó en su dama mal mirada entonces allí la halló; la Fortuna en esta razón començó de responder: «Muy bien te está pasión, pues posiste el coraçón en manos de una muger.

»No tengas de mí querella, pues ella sola te erró,

ella el marido escogió, que, si no quisiera ella, no pudiera aforçarla yo; justo es ver quán en razón pones este casamiento, las mugeres tales son, que do no ay merecimiento

ponen antes su afición». Hombre cano. Un hombre de mucha edad en este punto llegava

y aunque mal vestido andava, ya el rostro y autoridad su mucha suerte mostrava; por guerras baxado avía de aquello que fue primero, mas por esso no plañía, antes con rostro severo a la Fortuna dezía:

«¡O, Fortuna!, quién me vido en aquel tiempo passado,

quán presto se me mudó y agora vengo a ser mandado de aquellos que mandé yo; tú los bienes me quitaste, causastes mi perdición, todas mis cosas mudaste, sino sólo el coraçón, adonde jamás entrastes.

»Tú me abajaste el estado, tan contrario, en fin, me ha sido que si alguna honra he perdida, pretendo averla ganada

en averte bien sufrida y ansí haz quanto pudieras, que no tengo en ti esperança, múdate quanto quisieras, que yo nunca haré mudança por mucho que en mí hizieres».

Estas palabras habló y viendo lo que dezía, más digo, allí pareció del estado en que se vio que de aquel en que se vehía.

Fortuna. La Fortuna se escusó, diziendo desta manera: «No me culpes a mí, no,

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que si en mi mano estuviera, no te tratare ansí yo.

»Siempre amiga me mostré de animosos coraçones, siempre ad aquellos ajudé, que en las más grandes passiones más esforçados hallé

y ansí de verte caído, dígote que me á pesado, mas yo la causa no he sido, tus contrarios lo an causado, que más fuerça an tenido». [h. 4r]

De la viuda. Una viuda lastimada tras desta gente llegó, toda de luto cargada, a quien luego en ser cassada el marido se murió;

cubierto el rostro trahía y el suelo todo estava de lágrimas que vertía, las manos y boz alçava al cielo y ansí dezía:

«Fortuna, cruda y raviosa, quán presto te me as mudado y quán claro me as mostrado que no sabes dexar cosa mucho tiempo en un estado; levésteste mi contento en començar de gustarlo, tanto que penso que el darlo fue sólo porque el tormento fuesse mayor el quitarlo.

»Y ansí nunca avrá medida mientras biva en mí passión, porque aquella misma herida que a mi bien quitó la vida, me passó a mí el coraçón; oxalá a mí acabara la muerte que a él acabó, ¡o, qué gusto en él hallara!, ya que acá nos partió, allí luego nos juntara».

La triste en sí lementava el tormento que tenía

y era tanta su agonía que el dolor no le dexava pronunciar lo que dezía.

Fortuna. La Fortuna en esta suerte començó a responder:

«Bien veo que tu mal es fuerte, mas, ¿qué tengo yo que ver en lo que causó la muerte?

»Ella puede más que yo y ansí al que di yo más ventura y el mundo más levantó, ella sola lo abaxó

y metió en la sepultura; a ninguno tiene amor, tenga la edad que tuviera, es en fin un cassador que os tiene aquí confiados y ansí os coge quando os quiere».

Esclavo. El postrero que vi entrar fue un esclavo que sus penas venía también a contar, que el peso de las cadenas no le dexó antes llegar; en una batalla un día prendieron al desdichado, de su suerte se dolía, que en tan baxo lo trahía siendo tan alto su estado:

«Quán presto me derrocastes, Fortuna, desta tu rueda,

quién ay que sufrir te pueda, que en el bien la trastornaste y en el mal la tienes queda; ¡qué mudanças ay en mis cosas!, todo el bien bolviste en mal, el oro, en triste metal, las sortijas, en espossas,

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la seda, ruin sayal. [h. 4v]

Pues aún no está aí mi passión, más podiste y más hezistes, mi libertad convertiste en una extrema prissión, do vivo cautivo y triste; en fin, que tal me has parado, que a todo el mundo hago duelo y de estar desconsolado

puedo servir de consuelo a qualquiera desdichado». Muchas cosas hablava, pero tanto roído hazía con los hierros que traía que, en fin, esso me estorvava de entender lo que dezía; a Fortuna entendí yo que dize desta manera: «Tu mucho hozar te dañó, que, si por esso no fuera, nunca te dañara yo.

»Aquél que en la mar se echó dirán que yo lo ahogué

y el que en el fuego se metió, si la llama lo quemó,

dirán que yo lo quemé, y si tú, en fin, te ponías en parte do no podías salir sin prisión o muerte,

dime qué pudía yo hazerte, pues que tú allí te metías».

Todo me espanté de ver lo que la Fortuna dezía,

ansí pregunté a mi guía, si allí no tenía poder, me dixese a dó podía; respondiome: «Do ay razón no cabe ventura alguna, do no ay causa ninguna allí propiamente son las cosas de la Fortuna».

Pues dixe: «¿De dónde viene tanto yerro y confussión?»,

respondió: «De la opinión, la qual en algunos tiene más fuerça que la razón y también algunos usan, que, si veen que van errados, por no mostrarse culpados luego a la Fortuna acusan y se llaman desdichados».

Fin de la obra. Impressa en Barcelona,

en la Estampa de Gabriel Graells y Giraldo Dotil.

1597.

Con licencia del Ordinario. INFORMAZIONE BIBLIOGRAFICA:

Carro Carbajal, I, p.650.

OBRA NUEVA MUY EXCELENTE OBRA NVEVA MVY | EXCELENTE CONTRA | AQVELLOS QVE SE QVE~ | XAN DE LA FORTVNA | EN LAS ADVERSIDADES. | Siendo ellos miſmos la cauſa, como prueua la | Fortuna en la preſente obra.

(1) [h. Ir-4v] [Quintillas]

EN quãtas coſas tratamos a la fortuna matemos

(8)

[Remate:] FIN DE LA OBRA.

[Colofón:] Impreſſa en Barcelona, en la Estampa de | Gabriel Graells, y Giraldo Dotil. | 1597 | Con licencia del Ordinario.

Barcelona: Gabriel Graells y Giraldo Dotil, 1597.

4°., 4h., sin signaturas, con reclamos, letra redonda y cursiva, a dos columnas. LONDRES, British Library: 11450.e.25 (6). Existe otro ejemplar en

MADRID, Biblioteca Nacional: VE/1335-27. RM 955

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