REAL ACADEMIA
DEMEDICINA
Y-
CIRUGÍA
DEBARCELONA
ACTA
DE LA ^s.SESIÓN CONMEMORATIVA DEL TERCER CINCUENTENARIO
DE LA REAL ACADEMIA DE MEDICINA, CELEBRADA EL DÍA 29 DE DICIEMBRE DE 1920
BARCELONA
ImprentadeJoaquín Horta—Gerona, 11
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k.SESIÓN CONMEMORATIVA DEL
TERCER CINCUENTENARIO DE LA REAL ACADEMIA DE MEDICINA
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REAL
ACADEMIA DE
MEDICINA
Y
CIRUGÍA
DE
BARCELONA
o
ACTA
DE LA
SESIÓN CONMEMORATIVA DEL TERCER CINCUENTENARIO
DE LA REAL ACADEMIA DE MEDICINA, CELEBRADA EL DÍA 29 DE DICIEMBRE DE 1920
BARCELONA
Imprentade Joaquín Horta—Gerona,
11
-6
-El infrascrito Secretario
leyó
la resena de la vida de la RealAcademia,
desde su fundación en 1770 hasta lafecha,
historiando sustrabajos
y tributando un recuerdo a los hombres eminentesque en ella han
figurado.
El doctor Martínez
Vargas
dió lectura a sudiscurso,
titulado «El Ministerio de Sanidad enEspana»,
que fué escuchado con delectación y
acogido
con unánimes y calurososaplausos.
El doctor
Cartilla,
después
deelogiar
la labor de ambos oradores, dió las
gracias
a cuantos con supresencia
habían realzado lasolemnidad del acto, dándolo
después
por terminado.V.oB.o ElPresidente,
EL MARQUÉS DE CARULLA
El Secretario perpetuo,
RESENA HISTÓRICA DE LA REAL ACADEMIA DE MEDICINA
Excmo. E ILMO.
SENOR,
SENORES:Al llevar en tan solemne acto la voz de la Real Academia de
Medicina que conmemora
hoy
su tercercincuentenario,
no me esdable expresar otra cosa, al
dirigiros
lapalabra,
que mi sorpresa al ocuparun sitio que nunca creí merecer. La historia de esta Corporación
se halla tan íntimamenteligada
no ya sólo con la cultu ramédica delPrincipado
y su vida sanitaria, sino también con lasvicisitudes de la Patria, que no
puedo
menos deexperimentar
laemoción que
sobrecoge
al soldado que tremola labandera,
emblema del honor y la victoria. En
semejantes
momentos no me cabesino rogar la benevolencia del
auditorio,
y más cuando es de losméritos y brillantez del
presente,
solicitando en pos deaquélla
laatención que
pide
no ya el autor sino lo que él tanpobremente
ypor su parte representa
exigiendo
más dotes deinteligencia
y expresión.
La fundación de la Real Academia remonta a los
gloriosos
díasde Carlos III, creador también de la Real de Ciencias de esta ca
pital
y que hadejado
huellaimperecedera
de su paso en la historia
hispana,
viviendo aún culturalmente de lo que noslegara.
No
podemos
suscribir lamezquina
opinión
deQuintana
en susfamosísimas Cartas al Lord Holland, tachando de mediana la ca
pacidad
de los ministros del gran Monarca. Laposteridad
no olvidará
jamás
los nombres del Conde de Aranda y deFloridablanca,
que hicieron para la paz lo que otros estadistas para la guerra. La Academia nopuede
olvidar tampoco que su creación se debegloria
de laMonarquía.
El fué nuestroprimer
Presidente y el queganó
para laCorporación
el título de Real en1785,
nodejando
jamás
dedispensar
suprotección
a laAcademia,
que por lo demáshabíase fundado en 1770. No sólo
Floridablanca,
sino elPríncipe
de la Paz, el Conde del
Asalto,
elDuque
deMedinaceli,
elgeneral
Ricardos,
figuraron
entre los socioshonorarios, consagrándose
con su nombre la autoridad de laCorporación.
Días fueronaquellos
de
trabajo
y desilencio,
pues si por fuera se disfrutaba de los prestigios
de un gran institutomédico,
por dentro lamezquindad
ypobreza
eran lamentables hasta el punto de luchar en vano paraobtener una modesta sala de reunión.
Algo
hay
de cómico y detrágico
para tentar lapluma
deun Cervantes o unQuevedo
yqui
zá de un Daudet, relatando las
angustiosas gestiones
de nuestros
pasados
para obtener delAyuntamiento
un local deJuntas
tan
pronto
cedido comonegado
para instalar allí las vestidurasde los
gigantes.
Y esta incuria de laCorporación municipal
pornuestro
Instituto,
que la había movido aún a solicitar dictamende la
Junta
de Sanidad cual sifueranapestados
yno Académicoslos
solicitantes,
se trasluce pordesgracia
en todos los actos. Por fin se obtenía un local en el Real Palacio de losInquisidores,
a lapar quese solicitaban fondos para el sostenimiento de la
Academia,
tras mil amarguras y sinsabores
conseguidos.
No
desmayaba
la actividadacadémica,
a pesar de tantos tropiezos,
como loprueba
el haber continuado funcionando dos desus más
gloriosas
instituciones. Nos referimos al Instituto clínicoy la
Inspección
deepidemias.
1.4 historia delprimero
se relaciona con la necesidad de una ensenanza médica en Barcelona,privada
de ella desde los
aciagos
días del traslado de su Universidad a Cer vera. Desde que se confió a la Academia un curso deClínica,
nocejó
nunca en suempeno
de mantenerlo a la altura de lostiempos,
como de ello dan fe los nombres de Salvá yde
Piguillem.
Aun lasmezquinas
y ranciaspreocupaciones
que contra la ensenanza rei naban en elHospital
de la SantaCruz,
donde funcionabaaquel
servicio y que se traducían en una carrera de obstáculos, no lo
graban
disuadir a losprofesores
Académicos de su nobleempeno.
Y es curioso que en el derrumbamiento
general
de la sociedad enBarcelona cuando la
ocupación
francesa y que alcanza a los mis mos documentos de la Academia, sehaya
conservadoíntegra
lacolección de
hojas
clínicas de la visita en elHospital.
No parecesino que como la clásica botella del
náufrago
y el minúsculo escritoque da cuenta desu vida,
haya
preservado
eltiempo
aquellas
hojas
como muestra fehaciente de que ni ante lasbayonetas
extranjeras
hayan
cesado nuestros antecesores en elempeno
de su misión yde su lema.
La revolución de 1820
significó
para la Academia laadquisición
del edificio que todavía ocupa y quepertenecía
entonces comoresidencia a los
monjes
de laCartuja
de ScalaDei,
ovulgarmente
del Priorato. Tras no pocas dilaciones y formalidades se
inauguró
la vida académica en el nuevo local,
dejando
el que poseyera en elReal Palacio de la
Inquisición
y en la histórica Plaza delRey.
Por
desgracia,
nuestra institución habíaperdido
en el tumulto popular
quesiguió
a laexpulsión
de losinquisidores
todos sus efectosy
papeles,
no salvándosesiquiera
lacampanilla
deplata
del Presidente que por una feliz casualidad había dedes:ubrir más tarde
el Académico Don Lorenzo Gresset. A la par había
perdido
también la Academia su
nombre,
omejor
sutítulo,
que de Realquedó
convertido en Nacional
siguiendo
una costumbre de laépoca,
tanarraigada
que RicardoPalma,
el venerable coleccionista de las tradiciones peruanas, afirma que en supaís
hasta el pavo realperdió
sunombre,
llamándose nacional desde entonces.La
Inspección
deEpidemias,
a que hemosaludido,
tuvo bienpronto ocasión de
ejercicio
para laAcademia,
pues ya en1803
hubo de ocuparse de un
pequeno
foco de fiebre amarilla en nuestro puerto y en la Barceloneta.
Nuevamente,
y en1821,
hubo deatender al mismo azote, cuya memoria aterrorizó por más deme
dia centuria a nuestros conciudadanos y que conservó cuidadosa
mente mi difunto
padre
en sus curiosas Memorias de un menestralde Barcelona. Ni estos
servicios,
ni los queprestaba
como Instituto de
Ensenanza,
salvaron a laCorporación
de las adversidadesde
1823.
La reacción absolutista comenzó porun desahucio ylanzamiento de nuestros
pasados
por orden del Gobierno queacogía
la demanda de restitución de los
Cartujos.
Sucedía enaquella
época
lo que tan donosamente ha historiado Pérez Galdós en susEpisodios
Nacionales,
apropósito
delCongreso:
«Cuando losdipu
tados echaban a los frailes o éstos a los
diputados,
no tenían queclavarse muchos clavos.» No fué sólo la falta de edificio la única
prueba
de lo que se acordaba deesta Institución el nuevorégimen,
ya que en
1824 prohibió
elCapitán
general
delPrincipado,
senorConde de
Villemur,
que se celebrase la sesióninaugural
del arioacadémico hasta que se hubiesen
depurado
sus socios de la notade revolucionarios y levantiscos.
Renació la Academia en 1828 ya con casa
propia,
que no eraotra que la
vieja
del Real Palacio de laInquisición,
que sólo co— 12 —
nión médica europea el nuevo azote del cólera morbo
asiático,
yno se desentendió de tan grave
problema
la Academia cuandoen
1833
le dedicó el Premio que fundara el ilustre Salvá para elestudio de
Epidemias.
Entretanto,
en medio de tantos azares recuperaba
la Academia sutítulo de Real y pocodespués
su mismacasa. No se necesitó menos para ello que las terribles
jornadas
dejulio
de1835
con el incendio de los conventos. Lo que más apresuraba, sin
embargo,
larecuperación
por nuestros antecesores desu
antiguo
domiciliosocial,
era la demanda con toda insistenciapresentada
por elcomprador
delantiguo
Palacio de losInquisi
dores. Era comosiempre
la cuestión económica la decisiva y eneste caso porun efecto
análogo
al que los físicos denominanchoque
de retroceso.
El
pronunciamiento
de LaGranja
en1836,
restaurando laConstitución doceaílista afectó a nuestra Academia, a
quien
semandaba
expresamente
jurarla
y hacerlajurar
a lassubdelega
ciones de Sanidad de Distrito. Todas ellas fueron dando cuentade haber
cumplido
tan solemne acto, acatando lodispuesto
por laReal
Junta
Superior
Gubernativa. Nos parece que bien debía darsealgún
caso como el que donosamente refiereGuy
deMaupassant
de un médico que
interrumpe
su consulta con unlabriego
viejo
para unirse a los que
proclaman
laRepública
en laplaza
de lavilla,
y a su regreso,después
de toda clase de azaresyperipecias,
leencuentra aún sentado y
repitiendo
lasquejas
desu dolencia. Seacomo
quiera,
no descuidaba la Academia otro de sus cometidos yel más
ingrato
quizá
desde su fundación. Andaba entonces la Facultad médica subdividida en toda clase de
profesiones
sanitariasde
tipo
arcaico, como eranmédicos-cirujanos,
médicos, licenciados en
Cirugía
yCirujanos sangradores.
Debiendoprocederse
entonces a una
reorganización general
de la carrera, comenzabapoiordenarse un
registro
yuna estadística defacultativos,lo que dabalugar
a las másenojosas
e irritantespolémicas.
Al final todo hubode acabar como acaban tantas veces las reformas y así se conser varon las
antiguas
divisiones,
pero numerándolas por clases, a estilo de las modernas calles norteamericanas. Por milésima vez el
monte en dolores de
parto
daba a luz al ratón de la fábula.La revolución de
1840
y el advenimiento alpoder
delgeneral
Espartero,
que tanaciagas
consecuencias debía tener para Barcelona, no
significó
para la Academia más que una solemnidadoficial más. El
Cuerpo Municipal
Constitucional la invitaba a ad herirse alhomenaje
que se tributaba alRegente
y no creemos que-- 13
traciudad era entonces teatro. Nosabemos lo que ocurriera
después
al
palidecer
la estrella del héroe de Luchana y trocarse en odio yrencor la admiración y
popularidad.
Ignoramos
también la suerteque le
cupiera
a la Academia en los pavorosos días del bombardeode Van Halen en
1842
y del sitio de Barcelona en1843,
cuando laJamancia.
Laprofesión
médica contó entonces entre lospatricios
queexpusieron
su vida en aras de la paz barcelonesa a hombrestan ilustres como Don Pedro
Felipe
Monlau, pero no sabemos laparte que tomara en los suceos nuestra Academia. Los
papeles
de su Archivo son mudos acerca las convulsiones de tan revueltoperíodo
y sólo se refieren a los másvulgares
y corrientes asuntosde
despacho.
Si no hubiera otros testimonios de los horrores y angustias
por que atravesó lacapital
catalana, dos veces sitiada ybombardeada en un ario, bien
podría sospecharse
que todo fué unaleyenda
creada por laimaginación
popular.
Enrealidad,
la céle bre frase defray
Luis de León al dar de nuevo sus lecciones después
del cautiverio es la de todas lasAcademias,
que sólo cuidande servir a la verdad y a la
justicia,
que son eternas, mientras lavida del hombre es un
imperceptible
momento.El ario de
1854
con elpronunciamiento
de Vicálvaro,trajo
parala Academia dos
grandes problemas
sanitarios: el cólera morboy el derribo de las murallas. El terrible azote que se ensenoreara
de
Europa
desde1848,
invadía nuestra Patria con la velocidad delrayo, cebándose cruelmente en nuestra urbe durante el verano.
Era a la sazón Gobernador civil el benemérito DonPascual Madoz
y
pronto
se congregaron a su alrededor nombres tan ilustres enlas ciencias médicas e individuos deesta Academia como el médico
legista
Don Ramón Ferrer y Garcés y elcirujano
Don AntonioMendoza. No hemos de resenar la historia detan calamitosa
época,
ni ensalzar la conducta verdaderamente heroica del Gobernadory de sus
consejeros.
Sólo mencionaremos que al acabaraquella
gloriosa
cruzada y comopreguntase
Madoz a sus fieles auxiliaresqué premio
deseaban por susservicios,
hubieron de rehusarlo concediéndoseles una cruz de Beneficencia que Don Antonio Mendoza
se
negó
aaceptar,
alegando
que él sólo deseaba el saneamientode Barcelona ysu
puerto. Además,
se conserva un documento desupuno
y letra, citando un cuarteto sobradamente conocido deHugo
Fóscolo acerca de las cruces de que se
colgaban
en laantigüedad
los
foragidos.
Por nuestra parte, nospermitimos
creer no sólo irreverente sino fuera de
lugar
laalusión,
pues que nadie hubiera satirizado los méritos de los condecorados si
siempre
lo hubieran sido- 14
-cia de sus
semejantes
a costa de la suyapropia,
en los luctuososdías de
1854.
El derribo de las murallas era una necesidad de
largo
tiempo
sentida en nuestra urbe y cuyos antecedentes remontaban ya a
1843.
Losdiputados
por Barcelona instabanaquella
saludable reforma acerca de la cual debía darla Academia su parecer. Y asom
bra
hoy
día ver de lapropia pluma
del doctor Mendoza que tanbriosamente
abogara
por el saneamiento de Barcelona, que la reforma aludida no era en modo
alguno
necesaria. Toda clase de ra zones sofísticas se oponen al desarrollo de laciudad,
trazándoletan sólo un Ensanche hacia la carretera de Molins de
Rey.
A suentender,
lo queperjudica
más la sanidad local es la construcciónde casas de dos
pisos,
cosa a todas lucesantihigiénica.
Nohay
que decir con
qué
pasmocontemplaría hoy
el ilustre académicolas modernas
edificaciones,
por más que ya vivió lo suficiente para construirse una casa en laparte
nueva, tan faltaaún de urbanización,
que se titulaba a sípropio
ypor lo que había ch.padecer,
elprotomártir
del Ensanche.La
reaparición
de la fiebre amarilla en1870,
senala otra fase dela actividad sanitaria de la
Academia,
que entra desde entoncesen lo que
pudiéramos
llamar su vidacontemporánea.
Hastaaquí
no hemos hallado más que nombres de autoridades médicaslargo
tiempo
fenecidas. Encambio,
desde elperíodo
revolucionario de 1868 nos encontramos ya con Académicos que por decirlo así nospertenecen,
viviendo aún por fortuna su decano. Historiar la laborde la Academia en este último cincuentenario sería ofender la mo
destia de los Académicos presentes y así sólo es dable tributar un
recuerdo a
aquellos
maestros que realzaron susprestigios:
alienistas,
como el doctor Pi yMolist; clínicos,
como el doctorRobert;
escritores
médicos,
como los doctores Suné y Molist yComenge;
dermatólogos,
como el doctorGiné;
higienistas,
como el docto'Rodríguez
Méndez;
patólogos,
como el doctor Pi ySuner; gine
cólogos,
como los doctoies Bonet yFargas;
químicos,
como losdoctores Genové y Codina
Lánglin.
Y al terminar esta resena de
siglo
ymedio de actividad•continuada entre el
fragor
de guerras yrevoluciones y el horror demortíferas y misteriosas
epidemias,
nopodemos
olvidar los méritosde los
insignes
varones que no desalentaron en su noblepropósito,
ni desertaron su
puesto,
como elantiguo
centinela dePompeya
bajo
elfuego
del volcán. Tanglorioso
ejemplo
estimularásiempre
en lo sucesivo a esta Academia para
cumplir
con su histórico lema.EL MINISTERIO DE SANIDAD EN ESPANA
POR EL