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II La situación internacional Argentina en 1942 y los orígenes de la neutralidad

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Para impedir que continuara el desbarajuste, los Estados Unidos, que surgían de la guerra como la potencia más grande de la tierra, decidieron aplicar su método infalible: advertencia diplomáticas, bloqueo económico, boycot internacional,

amenaza militar.

(Rogelio García Lupo, Prólogo, en Intervención yanqui en Argentina, de Edmund Smith, Jr., Buenos Aires, 1965, Palestra, p. 7)

II

La situación internacional Argentina en 1942

y los orígenes de la neutralidad

1- La Argentina y los Estados Unidos antes de la Segunda Guerra mundial

Hasta mediados del siglo XIX, la política de los Estados Unidos hacia la Argentina mostraba aún muy poco del imperialismo agresivo que se impondría durante las décadas siguientes, habiéndose mantenido una política neutral incluso en el conflicto entre España y las colonias, y habiéndose adoptado como principio el de la no intervención.

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Sin embargo, cuando en 1822 el presidente Monroe decidió reconocer los nuevos estados americanos independientes mediante la denominada Doctrina de Monroe, al mismo tiempo que impedía la colonización europea y la intervención política de Europa en el Hemisferio Occidental, no ofrecía cláusula alguna que limitara la futura política de los Estados Unidos hacia las otras Naciones Americanas1

.

Resultaría difícil establecer la fecha exacta cuando la política de relativo “aislamiento” de los Estados Unidos hacia América Latina comenzó a cambiar por una actitud de intervencionismo, pero debe advertirse que ya durante la ultima década del siglo XIX los americanos habían desarrollado planes de expansión territorial en la zona del Caribe, intentando establecer la hegemonía financiera en todo el Hemisferio, y pensando ya en la construcción de un Canal interoceánico en el Istmo de Panamá, una decisión que hizo inevitable la adopción de una política de dominación económica y militar en los pequeños estados caribeños.

El historiador Fred Rippy2 enumera algunos ejemplos interesantes sobre la

interferencia estadounidense en América Latina durante este periodo:

“(…) La política latinoamericana de Theodore Roosevelt era agresiva hasta la crueldad. Obligó a Cuba a reducirse a la situación legal de protectorado (…), obtuvo el Canal de Panamá fomentando en manera indirecta la secesión entre este país y Colombia, (…) se hizo cargo de las aduanas de la Republica Dominicana mediante la fuerza militar y controló sus finanzas. (…) Casi tan vigoroso como Roosevelt, William Taft continuó negando los derechos de la revolución de las cinco Repúblicas de América Central, (…) implantó por la fuerza un protectorado de facto en Nicaragua, (…) e intentó, con las negociaciones conocidas como diplomacia del dólar, obtener el control aduanero de todos los países del área”.

1

Debe advertirse que, en 1825, el gobierno estadounidense se negó incluso a aceptar un corolario a la Doctrina de Monroe propuesto por el argentino Juan Gregorio de Las Heras, que obligaba a todos los estados americanos a abstenerse de alterar por la fuerza las fronteras que habían sido reconocidas al momento de la emancipación. El hecho indicaría que los Estados Unidos estaban a favor de limitar la Doctrina Monroe sólo a la agresión no americana en el Hemisferio Occidental. Para información más detallada consultar Edmund Smith, Jr., Intervención yanqui en Argentina, Buenos Aires, 1965, Palestra, particularmente el Capitulo I, Antecedentes de intervención, pp. 11-24.

2

Edmund Smith, Jr., Intervención yanqui en Argentina, Buenos Aires, 1965, Palestra, p. 19. El autor menciona como fuente a Fred Rippi y Angie Debo, The Historical Background of the American Policy of Isolation, Smith College Studies in History, IX, 1944.

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Volviendo particularmente a la Argentina, la historia de las relaciones de este país con los Estados Unidos ha sido caracterizada en manera extremadamente diversa por los diferentes historiadores. En lo que se refiere al inicio de las diversas situaciones que podrían llamarse “de tensión” entre los dos países, sería difícil, como dijimos antes, establecer una fecha exacta, pero la primera causa fue ciertamente el cambio de la política estadounidense para con la Argentina, originada en la Doctrina de Monroe.

Poco después que Monroe expresara su conocida Doctrina, el entonces Ministro de Relaciones Exteriores argentino, Luis Maria Drago, haría pública su doctrina propia sobre los Débitos Públicos, que según decía “no pueden ser motivo de intervención militar ni de la ocupación del territorio de ninguna de las Naciones Americanas”, mientras que ya en 1876 el entonces Ministro de Relaciones Exteriores Bernardo de Irigoyen había proclamado una doctrina anti-intervencionista de similares características3.

Luego, durante la Primera Conferencia de las Repúblicas Americanas de 1889, la delegación argentina, representada por Roque Sáenz Peña y Manuel Quintana, denunció la política estadounidense hacia América Latina y propuso la consigna “América para la humanidad”, en contraposición con la de “América para los americanos” de la Doctrina Monroe, que según ellos percibían, parecía mas bien una consigna de la América para los Estados Unidos. El historiador estadounidense Joseph Tulchin, cuya tesis sobre la “tradicional desconfianza” argentina hacia los Estados Unidos y su política con América Latina4 nos

parece particularmente interesante, sostiene que habría sido precisamente durante esta Primera Reunión de Consulta de las Repúblicas Americanas en 1889, cuando habrían tenido inicio las relaciones “difíciles” entre las dos Repúblicas. Según Tulchin, las causas más importantes de la situación de tensión habrían sido los fuertes lazos que unían a la Argentina con Gran Bretaña y con toda Europa, y la voluntad de los Estados Unidos de impedir que el país compitiera con ellos y con el Brasil5

. 3

Edmund Smith, Jr., op. cit., p. 21. 4

Joseph Tulchin, La Argentina y los Estados Unidos, Historia de una desconfianza, Buenos Aires, Ed. Planeta, 1990, p. 152.

5

Joseph Tulchin, La Argentina (…) cit., p. 152-155. Según el autor, en la primera mitad del siglo XIX fueron los británicos quienes efectuaron inversiones destinadas a abrir rutas comerciales con Sudamérica, y sólo después de 1898 los Estados Unidos se convirtieron en la verdadera potencia hegemónica del Golfo del Caribe e iniciaron una política panamericanista. Los Estados Unidos eran contrarios al colonialismo de tipo tradicional, privilegiando en cambio el método de las inversiones directas, originando de esta manera lo que se podría denominar un “neo colonialismo económico”. Esto quiere decir que la

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La tensión entre los dos países se repitió luego en los sucesivos encuentros panamericanos, particularmente durante la Primera Guerra Mundial, cuando el gobierno de Hipólito Yrigoyen sostuvo obstinadamente la neutralidad frente al conflicto, y luego asumiría particular intensidad en el ámbito de la Segunda Guerra Mundial.

Durante el cierre de la Cuarta Conferencia desarrollada en Buenos Aires en 1910, Manuel Ugarte había expresado que la verdadera esperanza para Latinoamérica sería la de crear como alternativa al Panamericanismo, un “pan-latinismo” del cual estuvieran excluidos los Estados Unidos6. Luego en la Quinta Conferencia de Santiago de Chile, el representante

estadounidense Henry Fletcher se negó a aceptar una propuesta uruguaya de formar una Liga Americana de Naciones, y un plan argentino-centroamericano de arbitraje obligatorio. En esta oportunidad, Fletcher expresó la política oficial del gobierno estadounidense al declarar que no se podía “desvalorizar la aplicación de la Doctrina de Monroe convirtiéndola en tema de un tratado interamericano”7

.

En tanto, y terminada la Primera Guerra Mundial, los representantes latinoamericanos ante la Liga de las Naciones denunciaban la Doctrina de Monroe como un modo de política unilateral de los Estados Unidos, que no había sido aceptada por parte de las otras Repúblicas Americanas, y durante la Sexta Conferencia Internacional Americana desarrollada en La Habana en 1928, el encargado de la delegación argentina, Honorio Pueyrredón, atacaba de manera directa a los Estados Unidos en una declaración en la que denunciaba todas las formas de intervención, diplomática o militar, permanente o temporaria que fuere. La posición argentina contó en esta oportunidad con el apoyo de México, Colombia, El Salvador y Honduras, pero el Secretario de Estado estadounidense Charles Evans Hughes defendió la política de su país en el Caribe y logró posponer la discusión del

política estadounidense pretendía crear, en los países latinoamericanos, un desarrollo económico que resultara funcional a los intereses de los inversores americanos, y que tuviera como paradigmas el libre mercado y la competencia, esto es, un “capitalismo de empresa”.

6

Edmund Smith Jr., op. cit.,p. 25. El autor menciona a Manuel Ugarte, The destiny of a continent, New York, 1925, Knopf, en p. 139-140.

7

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problema sobre el intervencionismo hasta la Séptima Conferencia, que ya había sido fijada

para 1932 en Montevideo8

.

Algunos autores, entre ellos el ya citado estadounidense Joseph Tulchin9

, consideran que la política externa de los Estados Unidos después de la Primera Guerra Mundial podría ser considerada una forma de “diplomacia del dólar”, una frase utilizada para describir los lazos entre economía y política, donde la influencia del Gobierno era utilizada “para proteger y promover las inversiones de los ciudadanos estadounidenses en el extranjero”, y que estaba caracterizada al menos por tres propósitos: “ventajas financieras, estrategias y benevolencia”.

El mismo Tulchin10 se refiere a un memorandum de febrero de 1922 del entonces

Secretario del Departamento de Comercio, Herbert Hoobert, dirigido al Departamento de Estado, sobre la política latinoamericana, en el cual se insistía sobre la importancia de la utilización del capital sudamericano para generar oportunidades para los inversores directos de los Estados Unidos. Resulta evidente entonces que el Secretario de Comercio Herbert Hoobert se empeñaba en expandir la influencia económica de los Estados Unidos en el extranjero, y que concebía al Departamento de Estado como un Bureau de comercio externo e interno. En lo que respecta a los países del Sur, en el mencionado Memorandum afirmaba Hoover que América Latina era especialmente importante como reserva para el capital americano.

Varios años antes de convertirse en presidente, Franklin D. Roosevelt11, pariente del

anterior presidente Theodore Roosevelt, se había declarado a favor de un cambio en la política estadounidense con respecto a América Latina, criticando la diplomacia del dólar y propiciando en cambio la puesta en practica de la política del “buen vecino”.

8

Edmund Smith, Jr., op. cit., p. 23-24. 9

Joseph Tulchin, The aftermath of war. World War I and U.S. policy toward Latin America, New York, 1971, New York University Press, p. 93.

10

Joseph Tulchin, Argentina and the United States (…) cit., p. 110. 11

Franklin Delano Roosevelt fue presidente de los Estados Unidos durante tres periodos consecutivos completos desde 1933, mientras, resultando elegido aún para un cuarto periodo presidencial en 1944, y habiendo asumido el cargo el 1 de enero de 1945, murió el 12 de abril del mismo año.

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Desde el comienzo de su primera presidencia, Roosevelt afirmaba que proseguiría con una política de respeto y cooperación mutua, e incluso el Secretario de Estado Cordell Hull, que algunos años después pondría en función una política de presión para con Argentina, manifestaba en ese momento que “uno de nuestros principios en el relacionarnos con América Latina debe ser el de la adhesión religiosa a la política de no intervención”. Incluso Sumner Welles, entonces Secretario de Estado Auxiliar, era un defensor absoluto del no intervencionismo en las Republicas Latinas del Nuevo Mundo12

. Estas ideas cambiarían algunos años después, y las Repúblicas Americanas serían puestas en cambio bajo presión económico financiera y militar en diversas oportunidades.

En lo que se refiere a la Argentina, la oposición de este país a los programas económicos de los Estados Unidos expuestos durante la Séptima Conferencia Interamericana de Montevideo en 1933, provocaría un nuevo desencuentro con el país del Norte, incluso cuando Cordell Hull sabía que debería lograr el apoyo de Argentina si pretendía el éxito de la reunión.

Washington aspiraba a lograr que las Repúblicas Americanas “se alinearan detrás del Tío Sam”13 y adoptaran una política uniforme en caso de una conflagración europea. La llave

del proyecto político era una propuesta según la cual los Latinos habrían de aceptar el principio de consulta compulsiva en caso de un ataque de cualquier potencia externa al Hemisferio.

En la mencionada oportunidad, el Secretario de Estado Cordel Hull había soñado con acarrear consigo a la mayor parte de los delegados, pero Carlos Saavedra Lamas, el ministro de Relaciones Exteriores de la Argentina, tenía una idea diferente sobre la cuestión. La diplomacia Argentina parecía competir con la de los Estados Unidos por el liderazgo en el Hemisferio, una competencia que Cordell Hull deseaba acabara de una buena vez14

. Pero Saaverdra Lamas, que ya había acusado a los Estados Unidos de intervenir en la Guerra del Chaco, sospechaba certeramente que en el caso de desencadenarse un conflicto europeo, los

12

Edmund Smith, Jr., op. cit., p. 29-30. 13

Leslie Rout (Jr.) y John Bratzel, op. cit., p. 26, la expresión resulta tanto sarcástica cuanto acertada. 14

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Estados Unidos serían nominalmente neutrales, pero no figurarían como “no alineados”15.

Enfrentándose a la propuesta de los Estados Unidos propuso en cambio el Pacto Antibélico, que prohibiría la intervención diplomática y militar”16

, y poco antes de la Conferencia de Montevideo había conseguido las firmas de seis importantes estados latinoamericanos para este Pacto.

Washington optó por la discreción, y la Declaración que en un principio se presentaba como un gran avance en la política común de América, todo lo que consiguió fue convenir que los Ministros de Relaciones Exteriores deberían reunirse si la paz en el Hemisferio estuviere “manifiestamente comprometida”.

El Secretario de Estado Cordell Hull aseguró a Saavedra Lamas que los Estados Unidos no deseaban “nada para sí mismos, salvo la aplicación de la Doctrina del Buen Vecino”, y prometió que firmaría el Pacto Antibélico argentino. De esta manera se aseguró el apoyo de Saavedra Lamas y evitó el desarrollo de dos sistemas americanos de paz separados y rivales17

.

En tanto, el 9 de diciembre de 1938 se reunía en Lima la Octava Conferencia Interamericana. El delegado argentino, José Maria Cantilo, aunque se había referido a la solidaridad americana, terminó diciendo que “la Argentina considera que cada nación americana posee una fisonomía inconfundible y por tanto debe desarrollar una política suya y propia, sin olvidar por cierto la solidaridad continental”18

.

Los delegados de los Estados Unidos consideraban que una efectiva declaración de solidaridad de las 21 Repúblicas Americanas era la cuestión más importante que debía resolver la Asamblea de Lima. En consecuencia, la delegación estadounidense presentó un proyecto de protocolo en el que se proponía la acción conjunta de todos los Estados de América para evitar “la subversión de los gobiernos inestables del Continente, por parte de

15

Leslie Rout (Jr.) y John Bratzel, op. cit., p. 26. Los autores citan un pasaje de Carlos Saavedra Lamas en Por la paz de las Américas, Buenos Aires, 1937, Imprenta del Congreso de la Nación.

16

Edmund Smith, Jr., op. cit., p. 33. En nota a pie de página se menciona el Draft of an Anti-War Treaty, Washington, Embajada Argentina, 1932, p. 2.

17

Edmund Smith, Jr., op. cit., p. 33. 18

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“sistemas orientados hacia el fascismo”. Continuaba diciendo que “la amenaza a la seguridad del Hemisferio podría ser por la fuerza o amago de fuerza o actividades de cualquier clase”, y obligaría a todos los gobiernos de América a realizar consultas entre sí para llegar a una política común de resistencia a tal amenaza19.

En un segundo anteproyecto, en cambio, los representantes argentinos distinguían entre agresión no americana y americana, y anotaban que, en caso de agresión no americana, no tendrían por qué considerarse necesariamente afectados todos los Estados del Nuevo Mundo20.

En tanto, y dado que tanto uruguayos como chilenos prestaban “apoyo parcial” al proyecto argentino, Hull acusó y argumentó que dos o tres naciones sudamericanas ponían obstáculos a la “solidaridad del Hemisferio”. Los representantes peruanos y brasileños en cambio intentaron atemperar las divergencias entre la Argentina y los Estados Unidos, pero frustrado el esfuerzo, Hull apeló directamente al presidente Argentino Ortiz para lograr “una posición solidaria con las demás repúblicas americanas, y Ortiz respondió favorablemente, poniéndose en contacto con su ministro Ruiz Moreno y enviándole un nuevo anteproyecto que estaba en general de acuerdo con la posición estadounidense. Finalmente, el 23 de diciembre de 1938 se firmaría el acuerdo que se conocería como Declaración de Lima, en el cual los gobiernos de los Estados Americanos terminarían declarando solamente:

Que reafirman la solidaridad continental (…)

Que, fieles a los principios de la soberanía absoluta, reafirman la decisión de mantenerlos y defenderlos contra cualquier intervención o actividad extraña que pudiere amenazarlos”21

Aún si se había obtenido sólo una declaración y no un tratado, el hecho perfeccionaba sensiblemente el sistema interamericano. Y por este motivo la Argentina había firmado con notable disgusto.

19

Edmund Smith, Jr., op. cit., p. 55. 20

Edmund Smith, op. cit, p. 56. 21

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El artículo I de la mencionada Declaración reafirmaba la solidaridad continental de los Estados Americanos, mientras que el artículo II destacaba la decisión de la comunidad del Nuevo Mundo de defender el principio de solidaridad y soberanía “contra toda intervención o actividad extranjera que pueda amenazar a las Repúblicas Americanas”.

En el artículo IV se establecían mecanismos para la consulta interamericana: “Para facilitar las consultas establecidas en éste y otros instrumentos de paz americanos, los ministros de relaciones exteriores de las Repúblicas Americanas, cuando lo estimen conveniente y a iniciativa de uno cualquiera de ellos, se reunirán por rotación en las diversas capitales y sin carácter protocolar”.

El análisis del Secretario Hull sobre el significado de la Declaración de Lima resulta en extremo importante porque indica que el Departamento de Estado consideraba que los acuerdos concertados en virtud del sistema interamericano constituían un compromiso para los Estados signatarios y obligaban a sus gobiernos respectivos a seguir una política solidaria. Sin embargo, las declaraciones de los dirigentes argentinos sólo podían interpretarse, bajo su punto de vista, en el sentido de que el Gobierno Argentino tenía una opinión diferente con respecto a la obligatoriedad del proceso consultivo22.

Es muy interesante el análisis que a propósito de la actuación internacional de la Argentina en este periodo realiza el historiador Edmund Smith23, quien asegura que en las

diferencias que se pueden advertir en el desenvolvimiento y las opiniones de los representantes argentinos y estadounidenses tanto en la Conferencia de Lima como en la anterior de Buenos Aires, pueden verse como el comienzo de una grave ruptura que desgarró el sistema del Hemisferio cuando éste enfrentó la crisis de la Segunda Guerra Mundial. En efecto la Declaración de Lima, tal como la interpretaba Washington, comprometía a los Estados Americanos a una doctrina en que un ataque a uno de ellos era una amenaza para la seguridad de todos, y justificaba una acción conjunta para la defensa común. Pero la Argentina no estaba dispuesta a participar en ningún programa “coercitivo” del Hemisferio. Por su parte el Gobierno de Buenos Aires no se sentía obligado por ninguno de los pactos

22

Edmund Smith, op. cit. p. 59. 23

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concertados en las Conferencias Interamericanas ni tampoco por acuerdos que pudieren celebrarse en reuniones consultivas.

2- El comienzo de la Guerra y las reuniones de Consulta de los Cancilleres Americanos

Apenas comenzada la Guerra, desencadenada a causa de la invasión alemana en Polonia en septiembre de 1939, el Gobierno de los Estados Unidos decidió convocar a la Primera Reunión de Consulta de Cancilleres Americanos, que se desarrollaría en Panamá.

El 23 de septiembre de 1939 se reunían las Repúblicas Americanas en Panamá, unidas por el deseo de mantener la neutralidad del Hemisferio Occidental. Como en ese momento los Estados Unidos apoyaban una política de neutralidad en el Hemisferio, esta primera reunión de ministros de relaciones exteriores americanos no fue testigo de ningún choque violento entre las delegaciones estadounidense y argentina.

La posición argentina había sido ya establecida en un Decreto del 4 de septiembre de 1939 en el que se declaraba la neutralidad de la República, y es así que aunque el Gobierno aceptó la convocatoria, instruyó a su delegado, Leopoldo Melo, para que eludiera cualquier tipo de compromisos políticos y militares. Como ya lo explicamos, la Conferencia “panamericanizò” el dogma de la neutralidad, que en ese momento era importante tanto para la Argentina como para los Estados Unidos y para todas las otras Repúblicas Americanas.

Con el acento puesto en la “neutralidad colectiva”, en Panamá el tradicional obstruccionismo argentino con respecto al programa de los Estados Unidos fue quizás menos evidente que en cualquier otra asamblea panamericana en que estuviera representado el país del Norte. Sin embargo, la posición neutral de la Argentina era mas “absoluta”24, y esto se vio

claramente en la renuencia argentina a aceptar la cláusula que daba a los Estados Americanos derecho a “expulsar submarinos de las aguas adyacentes a sus territorios”, cláusula que finalmente quedó librada a la voluntad de cada gobierno.

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No obstante esto, en abril de 1940, el canciller argentino Cantilo propuso “una política mas concordada de vigilancia”, la cual contrariamente a lo que se podía esperar, no encontró la aceptación de los Estados Unidos. Por el contrario, el Subsecretario de Estado Sumner Welles señaló al Embajador Argentino Espil los peligros que comportaría para su gobierno una declaración de este tipo, particularmente en ese momento en que el Congreso Estadounidense acababa de firmar la Cuarta Ley de Neutralidad25

.

Muy poco después, cuando Bélgica, Francia y Holanda cayeron en las manos del Tercer Reich, y frente a la incertidumbre sobre el futuro de las posesiones francesas y holandesas en América, los Estados Unidos convocaron inmediatamente a una Segunda Reunión de Cancilleres Americanos, que se llevó a cabo en La Habana desde el 21 al 30 de julio de 1940. El entonces Secretario de Estado estadounidense Cordel Hull dirigiría la delegación de los Estados Unidos con la esperanza de desplazar el acento de la política interamericana desde la “neutralidad conjunta” de 1939 a un plan para “la defensa común del Hemisferio”. El proyecto de los Estados Unidos representaba un apartamiento radical de la posición de “neutralidad colectiva” adoptada en Panamá un año antes, y provocó la fuerte oposición de los representantes argentinos.

En esa oportunidad Hull realizó un decidido esfuerzo para lograr un acuerdo con la posición argentina, a fin de mantener la apariencia de unanimidad dentro del sistema Hemisférico. Finalmente el acta de La Habana creó un comité administrativo de emergencia que podía asumir el gobierno de cualquier colonia europea en América que “pudiera ser atacada o amenazada por una potencia no americana”. Sin embargo, si la necesidad de acción inmediata fuese tan urgente que no fuera posible esperar la constitución del comité, cualquiera de las Repúblicas Americanas, en acción individual o conjunta con otras, podía actuar en el modo que su propia defensa o la del continente lo requiriera.

Esta Conferencia tuvo, aparte de la decisión que se esperaba de “no reconocer la transferencia de territorios entre países fuera del Hemisferio”, un resultado que comportaría importancia ulterior para la Argentina: se trata de la Declaración número XV, sobre

24

Edmund Smith, ob. cit., p. 61. 25

(12)

Asistencia Recíproca y Cooperación Defensiva de las Naciones Americanas, en la cual el postulado más importante resultó ser el siguiente:

“(…) Cualquier atentado de parte de un Estado no americano contra la integridad o inviolabilidad del territorio, contra la soberanía o independencia de un Estado Americano, será considerado acto de agresión contra todos los Estados que firman esta Declaración”.26

De la misma manera se pretendía:

“suprimir actividades directas o asistidas por gobiernos extranjeros (…) que tiendan a subvertir las instituciones domesticas o fomentar desorden en la vida política interna de las Américas”27

Al respecto, algunos autores como Rout y Bratzel se empeñan en afirmar que los Estados Latinoamericanos en realidad hicieron poco para implementar estas “buenas palabras”28.

3- Pearl Harbor

La Guerra llegó a América el 7 de diciembre de 1941 con el ataque japonés a Pearl Harbour, un hecho que forzaría a la Argentina, así como a cada una de las Republicas Americanas, a definir su actitud con respecto a la solidaridad hemisférica. Para la Argentina, sin embargo, la cuestión se presentaría aún más difícil, por cuanto se encontraría ante la categórica necesidad de optar entre Alemania y los Estados Unidos.

Variadas consideraciones y motivos, particularmente estratégicos, determinaron tanto la prontitud con que las Repúblicas Americanas reaccionaron ante la guerra, como la medida en que cumplieron con sus obligaciones interamericanas. Estrechamente vinculadas con los

26

Alberto Conil Paz / Gustavo Ferrari, op. cit., p. 74. 27

Alberto Conil Paz / Gustavo Ferrari, op. cit., p. 74. 28

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Estados Unidos por lazos comerciales y defensivos, los nueve Estados pequeños de la zona del Caribe declararon la guerra a las naciones del Eje hacia el 10 de diciembre. Igualmente importantes para los Estados Unidos en materia de abastecimiento y estrategia, pero movidas por corrientes entrecruzadas más complejas, las naciones más extensas del Caribe (México, Colombia y Venezuela) actuaron con más lentitud, aunque todas rompieron las relaciones diplomáticas hacia el final del año. Un tercer grupo de Estados, entre ellos Brasil, Ecuador, Paraguay y Perú, reconocieron formalmente su solidaridad con los Estados Unidos, pero se reservaron para una acción posterior hasta fines de enero29.

Luego de la agresión japonesa, que determinaba la entrada en guerra de los Estados Unidos, la primera reacción del entonces presidente argentino Castillo fue de inmediata solidaridad con los Estados Unidos, situación que expresaba un desconcertante espíritu de amistad. El 9 de diciembre, el presidente interino Castillo comunicó al Secretario Hull que la Argentina conformaría su política a la asistencia recíproca que disponía la Resolución XV del Acta Final de La Habana30. En efecto, en un Decreto del 9 de diciembre se afirmaba que la

posición argentina se desenvolvería según los compromisos panamericanos sobre la solidaridad, asistencia recíproca y cooperación defensiva. Sin embargo, según lo expresaba el artículo 2 del mencionado Decreto, en ese momento preciso no se consideraba que los Estados Unidos estuvieran “en la situación de país beligerante en el conflicto”31.

Sin embargo, muy pronto el Gobierno Argentino cambiaría de posición. El portavoz presidencial, canciller Enrique Ruiz Guiñazú, había sido encargado de impulsar a la neutralidad a los Gobiernos de Chile, Paraguay y Bolivia, pero todos los países se habían ya alineado con los Estados Unidos. En esa situación, Ruiz Guiñazú eligió el pragmatismo y apoyó la rotura con el Eje, pero Castillo -informado de la decisión-, lo obligaría a anular la obligación asumida.

Resulta evidente, ciertamente, que el doctor Castillo estaba decidido a mantener su política de neutralidad, y que además procuraría obtener la cooperación del gobierno alemán para facilitar su propia tarea. En efecto, en la semana que siguió al decreto del 9 de diciembre

29

Harold Peterson, op. cit., p. 141. 30

Harold Peterson, op. cit., p. 142.

31

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de 1941, comenzaba a perfilarse la auténtica naturaleza de la posición argentina. El 11 de diciembre, cuando el embajador alemán von Therman visitó al ministro de Relaciones Exteriores para notificarlo del estado de guerra entre su país y los Estados Unidos, se le dio a entender que Argentina procuraría continuar su política de neutralidad, en la medida de lo posible, y en el marco de los acuerdos panamericanos32.

La decisión del presidente Castillo de mantener relaciones amistosas con Alemania e Italia se haría cada vez más evidente. El 13 de diciembre emitió un decreto según el cual tomaba nota del estado de guerra entre Estados Unidos por una parte y Alemania e Italia por otra, concedía derechos de no beligerante a Estados Unidos y afirmaba nuevamente la neutralidad argentina.

Pero Castillo se encontraría con otro escollo para sus proyectos, porque un importante sector del periodismo y algunos dirigentes partidarios de la Cámara de Diputados condenaban con energía el ataque japonés y remitían expresiones de solidaridad al presidente Roosevelt. La embajada norteamericana en Buenos Aires recibió incluso las personales seguridades de solidaridad del ex ministro de Relaciones Exteriores Cantilo, y el matutino La Prensa calificaba el telegrama enviado por Castillo a los Estados Unidos de “reflejo insuficiente de la hondura del sentir del pueblo argentino”.33

El Gobierno de Castillo replicaría severamente ante estas expresiones filo norteamericanas, y el 16 de diciembre invocaría el Estado de Sitio, con el fin de salvaguardar la neutralidad y de permitir el mantenimiento efectivo de la posición adoptada con respecto a la guerra. Amparados en las restricciones impuestas, el presidente interino Castillo y su gabinete pudieron consolidar la autoridad que venían detentando desde hacia algunos meses.

32

Robert A. Potash, El ejército y la política en la Argentina. Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 1984, Vol. I: De Yrigoyen a Perón (1928/1945), p. 236.

33

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4- Río de Janeiro, 1942.

La tercera Reunión de Consulta

Impulsado por el ataque japonés, el Gobierno de los Estados Unidos había decidido convocar a la Tercera Reunión de Consulta de Cancilleres Americanos, que se desarrollaría en Río de Janeiro a partir del 15 de Enero de 1942. En ese momento, al iniciar 1942, la posición política del presidente argentino Castillo era mas sólida que en cualquier periodo anterior durante su presidencia, dieciocho meses antes. Gracias a los poderes especiales que le otorgaba el estado de sitio34, podría ahora acallar a los grupos que criticaban su política

exterior, y como se demostraría pronto en la Conferencia de Río, nada habría de apartarlo de la línea de acción que había adoptado.

El objetivo más importante al que los Estados Unidos intentaron arribar en esta Conferencia fue el de convencer a todos los Gobiernos Americanos sobre la urgencia de romper las relaciones diplomáticas y el intercambio comercial con las potencias del Eje.

Al inicio de esta Reunión de Consulta, nueve países centroamericanos y del Caribe (Costa Rica, Cuba, Republica Dominicana, Guatemala, Haití Honduras, Nicaragua, Panamá y El Salvador) habían declarado la guerra al Eje, mientras el resto mantenía aún relaciones diplomáticas con Alemania, y algunos habían incluso declarado la no beligerancia. Diez países, incluidos los Estados unidos, estaban en guerra, mientras que los restantes once países no lo estaban35

.

En lo que se refiere a la Argentina, ya en una reunión de Gabinete el 13 de diciembre anterior el Canciller argentino Ruiz Guiñazú había lanzado la proposición de que la Argentina evitara cooperar más estrechamente con los Estados Unidos y se atuviera a la más estricta neutralidad posible. A fines de ese mes, había invitado a reunirse en Buenos Aires a los delegados a la Conferencia por Bolivia, Chile, Paraguay y Uruguay, presumiblemente con la finalidad de constituir un bloque que obstruyera los objetivos norteamericanos. Finalmente el

34

Ya en octubre del año anterior 1941, los grupos militares nacionalistas habían solicitado al presidente la declaración del Estado de sitio, pero éste prefirió esperar el momento oportuno, cuando la atmósfera de crisis hizo mas justificable la decisión, es decir luego del ataque japonés a Pearl Harbour.

35

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7 de enero, en declaraciones a la prensa, el Canciller anunciaría que en la reunión de Río la Argentina no prestaría acuerdo a ningún acto de “prebeligerancia”.36

El señor Ministro de Relaciones Exteriores y Culto Enrique Ruiz Guiñazú, que concurría en nombre del Gobierno Argentino, llevaba instrucciones precisas al respecto. Transcribimos a continuación los elementos más sobresalientes del Libro37:

(…) “La Delagación Argentina no está autorizada entonces a adherir a ninguna declaración general de guerra o ruptura de relaciones diplomáticas.

Si llegara a proponerse alguna de esas dos medidas, la Delagación Argentina deberá consultar primero con el Poder Ejecutivo la actitud a asumirse.

(…)No tratándose de operaciones militares y navales en sí, nuestros compromisos de solidaridad justifican el más amplio tratamiento de excepción a favor de los Estados Unidos, país que no consideramos beligerante ni sujeto en la República a las limitaciones propias del régimen de neutralidad. Podemos, pues, en ese sentido, aceptar compromisos de aprovisionamiento, en general, y hasta de ayuda en los puertos y bases argentinas y coordinar especialmente con los países limítrofes todas las medidas necesarias para control y represión de las actividades de sujetos extranjeros”.

En el transcurso de la reunión, el enfrentamiento se produciría rápidamente, resultando ser la cláusula objeto de controversia el artículo 3, que demandaba en forma categórica la ruptura de relaciones con las tres potencias del Eje. El texto rezaba: “Las republicas Americanas manifiestan que, en virtud de su solidaridad y a fin de proteger y preservar su libertad e integridad, ninguna de ellas podrá seguir manteniendo relaciones políticas, comerciales o financieras con los gobiernos de Alemania, Italia y Japón; y asimismo declaran que, en pleno ejercicio de su soberanía, tomarán las medidas correspondientes a la defensa del Nuevo Mundo que consideren en cada caso prácticas y convenientes”.

Solo los delegados argentinos y chilenos rehusaron aprobar ese mandato. Conforme con la interpretación argentina, en la voz del Canciller Ruiz Guiñazú, la ruptura de relaciones

36

Harold Peterson, op. cit., p. 144. 37

AMREC, Buenos Aires, División Política, 1854-1947, Libro de instrucciones expedido a los agentes diplomáticos argentinos, “Instrucciones al señor ministro de Relaciones Exteriores y Culto, que concurre en nombre del Gobierno Argentino a la Tercera Reunión de Cancilleres convocada en Río de Janeiro el 15 de enero de 1942”, p. 422-423.

(17)

diplomáticas significaba un paso hacia la “prebeligerancia”, y la prebeligerancia significaba un paso para la guerra. El pueblo argentino –afirmaba- estaba a favor de la neutralidad, y la delegación argentina había ido a Río a hablar de paz y no de guerra. Por lo demás se argüía que la reunión había sido convocada con propósitos de consulta y no para adoptar medidas obligatorias; y que, puesto que según la Constitución argentina únicamente el Congreso podía declarar la guerra, de ahí que los delegados no pudieran aprobar una resolución que, casi con seguridad, no podía conducir sino a un compromiso de guerra38.

Para superar esta reserva argentina de que la ruptura diplomática debía contar con la aprobación legislativa, la comisión añadió al artículo 3 la frase: “en el ejercicio de su soberanía y de conformidad con sus instituciones y poderes constitucionales, siempre que éstos estén de acuerdo”. El agregado sirvió para obtener el acuerdo de Ruiz Guiñazú, acuerdo que de todas maneras no duró demasiado, porque el presidente interino Castillo, que seguía los acontecimientos desde Buenos Aires, solicitaría al representante argentino el retiro de la aprobación dada al artículo 3, y presentaría en su lugar un sustituto que reemplazaba la cláusula “obligatoria” por otra “recomendatoria”.39

El entonces subsecretario de Estado de los Estados Unidos Sumner Welles había estado presente en la Reunión con la intención de que todos los países americanos interrumpieran las relaciones con los países del Eje. Pero a pesar de que los objetivos estadounidenses estaban muy bien establecidos, la opinión testarudamente contraria de los representantes argentinos y chilenos había obligado a cambiar la redacción inicial del punto más importante del Acta final, por lo cual en vez de aseverarse que ninguna de las Repúblicas Americanas podría continuar manteniendo relaciones con los Gobiernos de Alemania, Italia y Japón, simplemente se había decidido “recomendar” la ruptura de relaciones diplomáticas.

Esta conclusión de la Reunión de Río provocaría el alejamiento definitivo entre el Secretario de Estado estadounidense Cordell Hull -según cuya opinión la ambigüedad de la solución lograda permitiría a la Argentina eludir fácilmente los compromisos en el Hemisferio-, y el Subsecretario Sumner Welles, que como participante de la Reunión había preferido dejar así la cuestión, para preservar la unidad de las Repúblicas Americanas.

38

Harold Peterson, op. cit., p. 146. 39

(18)

Sumner Welles hubo de optar entre mantener la solidaridad y unanimidad continental o bien aceptar la división del Continente entre los países que pretendían la interrupción de las relaciones diplomáticas y aquéllos que se oponían. Al elegir la primera alternativa, el subsecretario Welles se opuso al Secretario de Estado Cordell Hull, y desde ese momento en adelante la política de los Estados Unidos hacia la Argentina se transformaría en una disputa en el interior del propio Gobierno de los Estados Unidos, entre quienes estaban dispuestos a “aquietar las aguas” –entre ellos Sumner Welles-, y aquéllos que, como Hull, pretendían obligar a los países americanos a declarar la guerra. Tras la Revolución argentina de junio de 1943, el Subsecretario Sumner Welles habría de renunciar a su cargo, hecho que inmediatamente determinaría la sustitución de la política persuasiva por otra decididamente coercitiva diseñada por Hull.

En cuanto a la Argentina, a partir de ese momento iniciaría un duro enfrentamiento con los Estados Unidos, un enfrentamiento que si bien tenía sus bases en muchos y variados sucesos anteriores, adquirió particular intensidad luego de los resultados de la Conferencia.

Sobre este punto los diferentes autores desarrollarían con el correr del tiempo las opiniones más diversas y encontradas. Entre los decididamente anti-neutralistas, los historiadores argentinos Alberto Conil Paz y Gustavo Ferrari consideran que la Conferencia de Río habría sido un momento particularmente oportuno para la Argentina, de sumarse “a una corriente que triunfaría, y que de otra manera la dejaría en el camino”40

. Convencidos sobre la conveniencia que comportaría para la Argentina el hecho de declarar la guerra, escribirían:

“Esta lucida tentativa de nuestra cancillería41 no tuvo éxito en el momento, (…), y desafortunadamente los posteriores y sucesivos cambios en los gobiernos argentinos detendrían al país en un neutralismo siempre más anacrónico”.

40

Alberto Conil Paz / Gustavo Ferrari, op. cit., p. 81. Al referirse a los resultados de la Conferencia de Río, afirman que “la Argentina iniciaba un áspero enfrentamiento con los Estados Unidos, es decir con la potencia que aparecía ya como el principal vencedor de la guerra, al menos a los ojos de los observadores medianamente lúcidos, entre los cuales no se encontraba, obviamente, el staff gobernante argentino”

41

(19)

También Harold Peterson manifestaría su opinión sobre la no conveniencia diplomática del mantenimiento de la posición neutral, al citar textuales palabras del historiador Rennie42:

“Sin amigos, sin misión, la Argentina navegaba a la deriva, en un mundo que exigía entereza y resolución”.

Otros, entre ellos Edmund Smith43, exaltan la posición neutral, y critican en cambio la

“política de presión” estadounidense hacia la Argentina.

Sin manifestarse en forma directa contra la posición argentina en la Conferencia de Río, también el historiador Juan Archibaldo Lanús señala que si bien el “desencuentro” entre Argentina y los Estados Unidos había tenido sus orígenes con anterioridad, fue decididamente durante esta Tercera Reunión de Consulta de los Cancilleres de las Repúblicas Americanas que los gobiernos de Washington y Buenos Aires inaugurarían el periodo más crítico de sus relaciones diplomáticas44

.

Joseph Tulchin, al caracterizar la posición estadounidense con respecto a la política de neutralidad de la Argentina, utiliza el término “persecución” al referirse a la política aplicada por los Estados Unidos45.

El hecho es que, finalizada la Conferencia de Río de Janeiro, todas las Repúblicas Americanas menos la Argentina y Chile, habían interrumpido las relaciones diplomáticas con las naciones del Eje.

Como era de esperarse, después de los resultados y la posición adoptada por la Argentina en la Conferencia de Río, la Nación Sudamericana resultaría excluida de los sistemas de ayuda económico-financiera y militar provenientes de Washington. La Argentina

42

Harold Peterson, op. cit., p. 155. 43

Al respecto aconsejamos consultar especialmente Edmund Smith, Intervención Yanqui en Argentina, Buenos Aires, 1965, Palestra..

44

Juan Archibaldo Lanus, op. cit., p. 18. 45

Joseph Tulchin, Argentina and the United States (…) cit., p. 81. De esta manera, con el término “persecución”, titula el autor el capítulo 6. En el texto original figura como “World War II and U.S. persecution of Argentina”.

(20)

ya había sentido por primera vez la política coercitiva de Washington cuando en la reunión de Río el Canciller Guiñazú se había acercado a Sumner Welles en procura de la asistencia militar para la provisión de armamento prevista por la Ley de Préstamo y Arriendo, pedido que el Subsecretario se había apresurado a rechazar hasta tanto la Argentina no rompiera relaciones con el Eje. Este hecho ayudó al desequilibrio de las fuerzas militares en Sudamérica. Los beneficios que el Brasil obtuvo gracias a esta ley de colaboración de los Estados Unidos con el resto de América fueron enormes, puesto que no se limitó sólo a ofrecer ayuda militar sino también al fortalecimiento económico a través de una línea crediticia di 100 millones de dólares.

De este modo, la Argentina quedaba decididamente atrás con respecto al otro país más grande de América del Sur. Sin embargo, la preocupación en los jefes militares y navales argentinos no se reflejaba en la actitud de Castillo, que no estaba dispuesto en absoluto a abandonar la neutralidad.

5- Coerción contra Castillo

A mediados de 1942 los Estados Unidos estaban en condiciones de ejercer considerable presión económica y financiera sobre cualquier país latinoamericano, incluso sobre los más distantes que, hasta entonces, habían sido económicamente independientes del Norte. La organización política del continente, a través del sistema regional, también proporcionaba una vía para la presión política colectiva. El Consejo Directivo de la Unión Panamericana y el Comité para la Defensa Política del Hemisferio, con sede en Montevideo, eran órganos que podían adaptarse sin cambios a la “pan-americanización” de una política exterior solidaria.

Por otro lado, el 28 de septiembre de 1942, la política de neutralidad argentina se vio desafiada por una votación de la Cámara de Diputados que auspiciaba la ruptura de relaciones con los gobiernos del Eje. Mientras tanto el Senado, con mayoría conservadora, se negaba a expedirse al respecto. La Cámara de Diputados hizo otro esfuerzo por hacer público el peligro de las actividades subversivas en la Argentina al aprobar la creación de un Comité para investigar “actividades antiargentinas”, el cual descubrió actividades del Eje que se extendían por toda la nación. Se descubrió que una gran cantidad de argentinos prominentes recibía

(21)

pagos de los nazis, y se reveló que la embajada Alemana en Buenos Aires era centro de una vasta red de espionaje con ramificaciones en toda América del Sur. Se acusó a agentes del Eje de dirigir un plebiscito de paz que apoyaba la política neutral de Castillo, que con el tiempo llegó a ser firmado por dos millones de argentinos46.

Sin embargo, y a pesar de la actuación de este organismo en la Argentina, el gobierno de los Estados Unidos estaba decididamente insatisfecho con la neutralidad de Chile y Argentina, mientras que el Departamento de Estado entendía que el mantenimiento de vínculos diplomáticos con el Eje Berlín-Tokyo por parte de los países “neutrales americanos” constituía una amenaza al esfuerzo de guerra y a la seguridad continental de las demás repúblicas.

Como lo dijimos antes, la política coercitiva montada por el gobierno de Washington contra el régimen de Castillo se había sentido por primera vez en la Argentina cuando Sumner Welles había denegado una solicitud de material militar estadounidense en Río de Janeiro. Toda la cuestión del abastecimiento militar e industrial se destacaba como una de las cartas de triunfo en poder de los Estados Unidos en su tentativa de lograr por la fuerza un cambio de la política neutral del régimen conservador.

Hasta unas semanas después de la Conferencia de Río, el Jefe del Poder Ejecutivo argentino y sus asesores habían abrigado la esperanza de obtener materiales militares de Estados Unidos, mediante un acuerdo de Préstamo y Arriendo o mediante la compra directa. Como indicio de su disposición a adoptar medidas defensivas, y quizás como modo de demostrar la necesidad de equipos, ya durante la Conferencia de Río el gobierno argentino había adoptado medidas para aumentar los efectivos de su ejército en tiempo de paz hasta una cifra de aproximadamente cien mil hombres –cifra equivalente al doble de la magnitud normal- al mismo tiempo que destacaba tropas a lo largo de la costa patagónica. Estas medidas, con el correspondiente aumento de los gastos, fueron citadas por el embajador argentino en Washington como prueba de voluntad de cooperación de su país en el plan de defensa continental47.

46

Edmund Smith, op. cit., p. 109. Según cita de este autor, el dato puede verificarse en los Informes 1-5 de la Comisión Investigadora de Actividades Antiargentinas, Imprenta del Congreso, Cámara de Diputados, Buenos Aires, 1941.

47

F.R.U.S., 1942, v. V, “The American Republics”, Memorandum del 24 de marzo de 1942, la Embajada Argentina acerca de las negociaciones sobre la cooperación en el plan de defensa continental, p. 387.

(22)

Pero el Departamento de Estado había decidido en cambio que no entregaría material militar a la Argentina hasta tanto el gobierno argentino no modificara su posición amistosa con respecto al Eje48.

La frustración de los esfuerzos argentinos para obtener equipos militares en Estados Unidos habría de tener consecuencias distintas de las que anticiparan los funcionarios del Departamento de Estado, quienes pretendían utilizar la cuestión de la ayuda militar como un factor de presión que promoviera un cambio en la política exterior de Castillo. Se creía que, negando armas a la Argentina y a la vez suministrando grandes cantidades de equipo en préstamo y arriendo a los vecinos países de Uruguay y Brasil –que habían roto con el Eje- se ejercería presión conducente a un cambio en la política exterior argentina. Sin embargo, el resultado fue en cambio un decidido esfuerzo por parte del Gobierno Argentino para encontrar otros proveedores de armas, situación que finalmente determinó un acercamiento más marcado hacia las potencias del Eje.

En tanto, durante todo el año 1942 los representantes argentinos y chilenos del Comité de Montevideo49 se habían mostrado en general contrarios a colaborar con los

esfuerzos de la mayoría de los miembros para publicar las actividades de los agentes totalitarios en América del Sur50.

Estados Unidos enfatizaba, en tanto, que el régimen de Castillo no estaba colaborando ni en la vigilancia ni en la detención de espías. En una reunión mantenida entre Ruiz Guiñazú y el embajador Armour en julio de 1942, el Ministro de Relaciones Exteriores había sugerido abiertamente que el Abwehr51 se encontraba en actividad en Argentina.

Por supuesto que el gobierno de los Estados Unidos no podía revelar todo lo que sabía sin indicar además que para la obtención de esa información se estaba interceptando el

48

Ibidem, p. 376-377, Telegrama del 3 de febrero de 1942, el embajador estadounidense en Buenos Aires Norman Armour al Subsecretario del Departamento de Estado Sumner Welles, y Telegrama del 4 de febrero de 1942 de Welles a Armour. 49

La Comisión Interamericana Consultiva de Emergencia para la Defensa Política -Comité de Montevideo- había sido creado como resultado de la Resolución XVII de la Conferencia de Cancilleres de Río de Janeiro.

50

Edmund Smith, ob. cit., p. 93.

51

(23)

tráfico telegráfico, lo cual originaría decididamente la sospecha de que la maniobra se realizaba justamente desde territorio argentino. Por lo tanto, aunque el embajador Armour continuó protestando por la existencia y permanencia de trafico telegráfico entre el Eje y el gobierno de Castillo, sus esfuerzos por desactivar estas comunicaciones fueron inútiles, y gradualmente el Embajador llegó a la conclusión de que por más que resultaran irrefutables las evidencias sobre la información que provocaba la desaparición de barcos con bandera aliada, Ruiz Guiñazú poco haría para restringir las telecomunicaciones con el Eje52.

El 8 de octubre de 1942, el subsecretario de Estado Sumner Welles formularía su controvertida afirmación de que Argentina y Chile permitían que “sus hermanos y vecinos de las Américas sean heridos por la espalda por los emisarios del Eje”. En forma inesperada, el usualmente precavido Ruiz Guiñazú lanzó una cáustica intimación desafiando al Subsecretario para que probara sus acusaciones, y reafirmó la política neutral de la Argentina53.

Sin embargo, durante parte de septiembre y todo el mes de octubre, la Comisión de Actividades Antiargentinas de la Cámara de Diputados había publicado una serie de informes en los que se denunciaba a los agregados naval y cultural de Alemania, a quienes se acusaba de actos de conducta impropios de diplomáticos; y en los últimos días del periodo de sesiones, la Cámara de Diputados no solo había aprobado los acuerdos finales de la Conferencia de Río, sino que se había declarado a favor de una inmediata ruptura de relaciones con las potencias del Eje54. Pero los grupos nacionalistas, como lo hemos dicho antes, desarrollaban intensa

actividad en apoyo de la política exterior de Castillo. A principios de septiembre, en vísperas de una gira presidencial por el interior, una “comisión del plebiscito por la paz” entregaba ceremoniosamente a Castillo un manifiesto, presuntamente firmado por casi un millón de argentinos, en apoyo de la política exterior que el presidente y Ruiz Guiñazú venían desarrollando desde la Conferencia de Río. Pero lo que la mayoría de los firmantes no comprendió, acota el historiador Robert Potash, es la profunda implicación de la Embajada Alemana en el proyecto. Según un telegrama del encargado de negocios Meynen a Berlín, el

52

Leslie Rout (Jr.) / John Bratzel, op. cit., p. 339.

53

Leslie Rout (Jr.) / John Bratzel, op. cit., p. 340. 54

(24)

esfuerzo de recolección de firmas representaba “la más amplia acción de propaganda realizada jamás por la Embajada” 55.

En su primer informe anual, publicado en 1943, que abarcaba del 15 de abril 1942 al 15 de julio 1943, el Comité de Montevideo hacía referencia a la “negligencia culpable” de un gobierno americano en apoyar “el programa solidario contra el Eje”. En el segundo informe anual, de 1944, volvía a repetirse la referencia a la intransigencia argentina: “El Comité está firmemente convencido de que los procedimientos descriptos han sido adecuados (…) a causa de la firme determinación de todos los gobiernos de la comunidad americana, salvo uno, (…) para colaborar en hacer efectiva la política acordada en Río de Janeiro”56.

Esto favorecería la decisión del gobierno argentino de retirarse del Comité de Montevideo, hecho que finalmente ocurriría en septiembre de 1944

6- Algunas notas sobre la relación triangular Estados Unidos – Argentina – Gran Bretaña

En la opinión de muchos autores, la neutralidad argentina durante la Segunda Guerra Mundial tuvo como basamento importantísimo la conveniencia británica. Es un hecho que Gran Bretaña no podía prescindir de las provisiones provenientes de Argentina, y que este aprovisionamiento sería siempre mejor canalizado si la Argentina permanecía fuera del conflicto. Pero también es cierto que las razones meramente pro-británicas anteriores a la revolución del 4 de Junio de 1943 adquirirían características bien diferentes.

El investigador argentino Carlos Escudé analiza la situación partiendo de la afirmación de la inserción de la Argentina en un triangulo económico-comercial cuyas otras partes constitutivas eran Gran Bretaña y los Estados Unidos57.

55

Robert Potash, op. cit, v. I, De Yrigoyen a Perón (1928/1945), p. 254. El historiador cita como fuente un telegrama de Meynen a Berlín, de fecha 6 de septiembre de 1942.

56

Edmund Smith, op. cit., p. 216. 57

(25)

La Argentina tenía en Gran Bretaña un importante mercado para vender sus principales productos de exportación -fundamentalmente la carne-, pero encontraba grandes dificultades para entrar en los mercados estadounidenses, desde el momento en que se trataba de una economía no complementaria sino -por el contrario- competitiva en sus principales productos: ambos países eran productores de cereales y de carne.

No obstante esto, los Estados Unidos ocupaban un importante lugar como proveedores de la Argentina, haciendo de esta manera que las libras esterlinas que el país sudamericano obtenía de sus ventas a Gran Bretaña, fueran utilizadas para comprar a los Estados Unidos.

También el historiador Edmund Smith58 apunta a la existencia de una “leyenda

negra” de la neutralidad argentina durante la Segunda Guerra Mundial. Según esta teoría, la conveniencia británica estuvo en la base misma de una actitud que fue común al gobierno conservador de Castillo y a los militares nacionalistas que lo derrocaron. Si bien Smith no cae en la tentación de explicar directamente la neutralidad argentina como consecuencia directa del interés británico, hace referencia a este interés con bastante asiduidad.

Con acierto afirmaría el historiador estadounidense Joseph Tulchin59 que la

dependencia de Gran Bretaña de la carne Argentina durante la guerra alcanzo el 40 por ciento de la provisión total.

Había un convencimiento general en el Gobierno Británico de que sin la provisión de carne argentina, mantener el standard de vida de la población británica habría sido imposible y el esfuerzo de la guerra estaría seriamente comprometido.

El mismísimo Embajador Británico en Buenos Aires en ese entonces, sir David Kelly, describe en sus memorias la situación cuando llegó a la Argentina en 194260

:

“Aunque Gran Bretaña y los Estados Unidos eran aliados, Gran Bretaña dependía de Argentina en un 40 por ciento de su aprovisionamiento de carne, había invertido en Argentina un capital mucho mayor que el invertido en cualquier otro país (...) y en tanto los

58

Edmund Smith, Jr., op. cit, p. 9. 59

Joseph Tulchin, Argentina and the United States (…) cit, p. 88. 60

(26)

norteamericanos, que aparecieron en el escenario más tarde, creían que era suyo el destino de apoderarse del mercado argentino y convertirse en socio dominante, como lo habían hecho ya en el Brasil y en los países de América Central. (...) Consecuencia inevitable era el que los argentinos esperaban poner en juego los intereses británicos contra los norteamericanos, y los norteamericanos estaban obsesionados con la sospecha de que los británicos estuvieran apoyando secretamente el régimen en Argentina”.

Sobre este argumento, el ensayista argentino Rogelio García Lupo afirmaría que, como era de esperarse, este tema se mantenía convenientemente cubierto, de manera que el litigio por el mercado argentino aparecía ante los ojos de todo el mundo como un conflicto con los gobiernos anti-democráticos de Buenos Aires61

.

La guerra impondría sin embargo importantes cambios a esta relación triangular y a los litigios entre las grandes potencias por el mercado argentino. Luego, durante la posguerra, cuando la Argentina estaba en condiciones de cambiar la hegemonía británica que pesaba sobre la propia economía, debió en cambio abstenerse de hacerlo, dado que la agresividad de los Estados Unidos por sustituir a los ingleses obligaría a la República del Sur a asociarse con ellos a fin de repeler la insoportable presión62

.

Lo cierto es que entre fines de 1942 e inicios de 1943 Gran Bretaña continuaba proporcionando el mayor mercado para las exportaciones argentinas y así ocupaba con respecto a la argentina una posición estratégica que el Departamento de Estado Norteamericano no podía permitirse ignorar.

Tanto el gobierno de Castillo como el de Ramírez tenían conciencia de que los Estados Unidos no podían montar ningún programa de sanciones económicas con posibilidad de eficacia sin la participación británica63. De ahí que todos los gobiernos que se sucedieron

en Buenos Aires durante la Segunda Guerra Mundial hicieran denodados esfuerzos para mantener abiertas las vías comerciales hacia Inglaterra, para lo cual sacaron ventaja de la rivalidad comercial existente entre los Estados Unidos y Gran Bretaña, y de la preocupación

61

Rogelio García Lupo, op. cit., p. 86. 62

Rogelio García Lupo, op. cit., p. 90. 63

(27)

del gobierno de Londres por las inversiones en Argentina. El régimen nacionalista apreciaba en todo su valor la poderosa arma que representaban los productos alimenticios argentinos en la lucha contra la presión diplomática procedente del extranjero.

Por su parte los británicos estaban convencidos de que la actitud del Secretario de Estado Hull para con la Argentina, teniendo en cuenta la situación de ese entonces, era simplemente irracional. Como lo adelantáramos previamente, el Embajador Británico sir Kelly y el Foreign Office coincidían en que la nueva Junta de Perón no era fascista sino nacionalista, y que la Argentina estaba llevando a cabo un muy buen servicio de aprovisionamiento de alimentos para los países Aliados. Aparte de ello, aunque nadie en el Gobierno Británico encontrara simpático al Gobierno Argentino, los británicos entendían la situación argentina y el punto de vista de su Gobierno, que entendía que la Guerra no interesaba en absoluto a los países de Sudamérica64.

Sin embargo, había también algo que hacía que Gran Bretaña tuviera de todas maneras gran interés en ponerse de parte de los Estados Unidos en su rol de país Aliado, y suavemente en ciertas oportunidades insinuaría al Gobierno Argentino las ventajas que aportaría el abandono de la neutralidad. En un artículo del “Sunday Times”65 del 3 de Enero

de 1943 se afirmaba que

“A raíz de informaciones divulgadas en Norte y Sud América, el Foreign Office ha juzgado necesario publicar un comunicado expresando que Gran Bretaña no solamente deplora la neutralidad argentina, sino que se ha esforzado en hacer comprender esto en Buenos Aires” (…) no buscamos en modo alguno perjudicar la amistad de muchos años existente entre Gran Bretaña y Argentina, país éste al cual el espíritu de empresa británico se encuentra tan vinculado, donde los capitales ingleses son tan importantes y del cual, en tiempos de paz, recibimos cuantiosas importaciones”.

Y como consecuencia del mencionado artículo, el embajador argentino en Gran Bretaña Cárcano se comunicaría con el Ministro de Asuntos Exteriores Eden. Los contenidos de la conversación se encuentran en un telegrama enviado por el Embajador Cárcano al

64

Joseph Tulchin, Argentina and the United States (…) cit., p. 87. 65

AMREC, Buenos Aires, División Guerra Europa, 1942, Casilla 41, expte. 500, “Declaraciones de las cancillerías inglesa y norteamericana sobre la política internacional de nuestro país”, traducción anexa a nota n. 2, del 7 de enero de 1943.

(28)

Ministro de Relaciones Exteriores en Buenos Aires66. Transcribimos a continuación algunos

de los párrafos del telegrama en cuestión:

(…) “El Ministro Eden expresó que más allá de todas las ventajas de carácter material con que podría beneficiarse Gran Bretaña con la neutralidad argentina prefería su apoyo moral adhiriéndose a la causa común”.

(…) Negó absolutamente todo propósito de intervenir en nuestra política nacional”

(…) Me preguntó qué haría la Argentina si Chile rompía relaciones con el Eje. Le contesté que, sin tener informaciones recientes, creía que nuestro país mantendría su posición actual y no rompería relaciones sin una causa que considerara nacional”.

El 21 de agosto de 1943 el gobierno de Ramírez celebró un convenio de carnes con Gran Bretaña, en virtud del cual este país se comprometía a adquirir todo el sobrante exportable de carne argentina por un largo periodo que terminaría el 30 de septiembre de 1944. Es por esto que Cordell Hull tenía clara conciencia de la importancia de la colaboración británica en cualquier programa económico dirigido contra la Argentina.

Al respecto observa Edmund Smith67 que Hull advirtió insatisfecho que las relaciones

británico-argentinas “permanecieron bastante cordiales durante todo el transcurso de 1943, y así, a inicios de 1944, se encontró con que los respectivos puntos de vista oficiales británico y estadounidense con respecto a la situación argentina diferían, como así también que ambos gobiernos deseaban mantener idénticas sus respectivas opiniones”68.

Por su parte el Subsecretario de Estado Sumner Welles, refería que “la necesidad del pueblo y de las fuerzas armadas británicas por la carne, los aceites y cereales producidos en la Argentina era tan grande que el Gobierno Británico ni siquiera podía considerar la posibilidad de unirse a un bloque económico, a menos que los productos que le llegaban de la Argentina

66

AMREC, Buenos Aires, División Guerra Europa, Ibidem., Telegrama cifrado n. 17 del 5/6 de Enero de 1943, el Embajador Argentino Cárcano al señor Ministro de Relaciones Exteriores en Buenos Aires, Londres, en el cual pormenoriza la conversación mantenida con el Ministro Eden.

67

Edmund Smith, ob. cit., p. 142. 68

(29)

fueran reemplazados por sustitutos de los Estados Unidos; y esto, como es evidente, estaba fuera de cuestión” 69.

Habiéndose llegado a este punto, cuando la intervención del Departamento de Estado Estadounidense había ya transformado el caso en un escándalo, la prensa británica mostraba muy adecuadamente una tácita coincidencia con los nacionalistas argentinos. El Daily Mail se expresaba de esta manera, el 2 de Agosto de 194470:

El Secretario de Estado Cordell Hull ha hecho referencia a la Argentina con un lenguaje similar al utilizado por Rusia con los emigrantes polacos.

(…) La Argentina se encontró en la misma situación de los pequeños comerciantes de Chicago que se negaban a pagar por su protección a una banda de gangsters. (…) Si la Argentina fuera un país lejano, del cual nada sabemos, podríamos mantenernos alejados de la crisis. (…) Pero la Argentina es una vieja amiga, (...) estamos ligados a ella por antiguas relaciones comerciales”.

Algunos días después, el 5 de Agosto de 1944, The Weekly Economist señalaría además que las dos potencias (Gran Bretaña y los Estados Unidos), estaban en medio de una verdadera batalla por la posesión de la Argentina71

:

En los Estados Unidos se dice que la influencia británica en Argentinas es anti-democrática y reaccionaria, y que la política inglesa pretende excluir a los norteamericanos. En cambio, para los británicos, la política norteamericana aparece como más impulsada por el deseo de extender su influencia que por el afán de vencer a los alemanes. En síntesis, esta política está inspirada por los objetivos que muy a menudo se dan en llamar imperialistas”.

Varios años después, cerca ya de la decadencia del propio régimen, Perón culparía hábilmente a los Estados Unidos de las penurias económicas argentinas:

69

Edmund Smith, ob. cit., p. 143. El autor cita lo expresado por Sumner Welles en su obra “Where are we heading?”. 70

Rogelio Garcia Lupo, op. cit., p. 90-91. 71

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