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I meccanismi di persistenza e riproduzione delle disuguaglianze sociali delle lavoratrici domestiche di La Paz, Bolivia

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Academic year: 2021

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Dipartimento di Scienze Politiche

Corso di Laurea in Sociologia e Management dei Servizi Sociali

Tesi di Laurea Magistrale

I meccanismi di persistenza e riproduzione delle

disuguaglianze sociali delle lavoratrici domestiche di La

Paz,Bolivia

Relatore:

Candidato:

Prof. Gabriele Tomei

Alejandro Arze Alegría

Anno Accademico

2016 – 2017

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Tabla de Contenidos

Introducción ... 5

Capítulo I. Referencias teóricas ... 12

Pierre Bourdieu: el estructuralismo constructivista ... 13

La realidad como una realidad relacional: espacio social, campo, capital y habitus ... 13

Los sistemas simbólicos: el dominio masculino y la violencia simbólica ... 23

Arlie Hochschild: la sociología de las emociones y “el segundo turno” ... 28

La teoría de las emociones: trabajo emocional, reglas del sentir y mercantilizaciones de los sentimientos ... 28

The Second Shift: Estrategias de género y división del trabajo reproductivo ... 32

Capítulo II. Metodología de la investigación ... 35

Recolección de datos primarios ... 36

Entrevista en profundidad semi-estructurada ... 36

Selección de participantes de la investigación ... 39

Análisis de Datos ... 43

Análisis de Contenido ... 44

Capítulo III. Estado de la situación: historia y condiciones actuales del sector ... 49

Revisión histórica ... 50

Evolución del cuadro normativo y situación contemporánea ... 59

Datos estadísticos ... 63

Capítulo IV. Resultados de la investigación ... 73

El primer período. Eventos desencadenantes y la primera experiencia de socialización con el trabajo ... 79

NECESIDAD ECONÓMICA – LA FAMILIA – SER THA ... 79

MIGRAR – RED DE CONOCIDOS/CAPITAL SOCIAL ... 86

TRABAJO INFANTIL - LA EMPLEADORA – SER THA ... 92

CONDICIONES LABORALES – EMOCIONES ACTIVADAS ... 109

El segundo período. La sedimentación de las restricciones, las condiciones labores y pequeñas rupturas ... 123

LAZOS AFECTIVOS – LA EMPLEADORA – EMOCIONES ACTIVADAS – DEBER/NO PODER ... 123

LA EMPLEADORA – CONDICIONES LABORALES – SER THA ... 138

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CONDICIONES LABORALES – RED DE CONOCIDOS/CAPITAL SOCIAL – EL SINDICATO –

CONOCER – ACTUAR ... 152

PASADO/PRESENTE – YO/OTRAS – EL EMPLEADOR ... 161

Conclusiones ... 171

Bibliografía ... 179

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A Angélica, Vicky y Tania. A mi familia. Y a todas las personas que hicieron esta investigación posible, espero que los resultados estén a la altura de la confianza depositada en mí.

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Introduccio n

En 1990 se formó el Ejército Guerrillero Tupac Katari (EGTK) que se desarticula en 1992. Fui detenido el 19 de agosto de 1992 durante el gobierno de Jaime Paz Zamora, en la ciudad de El Alto. Entrevistado por una feroz y afamada periodista, Amalia Pando, la dejé sin habla cuando contesté a sus agresivas recriminaciones del porqué de la violencia: "Para que mi hija

no sea tu empleada".

Autobiografía, Felipe Quispe, el “Mallku”

Zenobia escapó de su hogar cuando apenas tenía 10 años de edad puesto que sus padres no le permitían estudiar; para poder mantenerse tuvo que migrar desde el área rural de Chuquisaca hacia la ciudad de Potosí y así comenzar a trabajar como trabajadora del hogar asalariada1 (THA). Por su parte, Fabiola, de 26 años y originaria de la ciudad de La Paz, inició a trabajar para poder cubrir sus gastos personales, en específico el pago de sus estudios en contabilidad; optó por trabajar como THA dadas las flexibilidades temporales que esta labor ofrece hoy.

La primera experiencia laboral de Zenobia estuvo marcada por maltratos, discriminación, malas condiciones laborales y la desilusión respecto a la vida en la ciudad; comparando su experiencia con aquella de los niños que cuidaba, deseaba poder realizar las actividades que típicamente corresponden a esa edad, en cambio sufría constantes regaños, abusos físicos, pasaba frío y hambre, y ganaba muy poco, es por ello que, tras un año, decidió nuevamente escapar, esta vez de la casa de la empleadora. En cambio, Fabiola tuvo una mejor experiencia en su primer trabajo, ella sostiene que los empleadores fueron buenos, no obstante haya percibido actos y actitudes que pretendían denotar una presunta superioridad de los empleadores, gozaba de un salario que considera que era “aceptable”, de horarios de trabajo adecuados y de días feriados.

Tras haber migrado a distintas ciudades e incluso al extranjero, Zenobia reside en La Paz desde hace 27 años, este largo periodo se caracteriza por experiencias de trabajo

1 El denominativo de trabajadora del hogar asalariadas, asumido, por ejemplo, por las trabajadoras en el albor de la constitución de sus sindicatos y formalizado en la ley 2450 de 2003, se distancia de las acepciones de uso común cuales doméstica, criada, servicio o empleada, en tanto éstas remiten a significaciones peyorativas.

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diferentes; por muchos años, trabajó “cama adentro”2 y como “múltiple”3 con pocas horas de descanso y escasos días libres, sin contar con vacaciones y sometida al arbitrio de los empleadores que de un día al otro podían despedirla sin que ello diera lugar a alguna forma de compensación. Empero, el haber trabajado para una empleadora extranjera residente en Bolivia, con la cual estableció un fuerte vínculo emocional, significó, desde su relectura, un punto de escisión: a partir de aquel momento, y por promoción de la empleadora, se afilió al Sindicato de Trabajadoras del Hogar de San Pedro en el cual, desde ese momento, no dejó de participar activamente, conoció sobre sus derechos laborales, comenzó a trabajar medio tiempo, ejerció sus derechos laborales y mantuvo un trato afectuoso con la empleadora. En el caso de Fabiola, su experiencia laboral es más breve. Trabaja desde hace cuatro años, sólo paso por dos hogares, siempre como empleada “cama afuera”4

, trabajando medio tiempo y “sólo” cumpliendo labores de limpieza. Nunca tuvo una relación estrecha con los empleadores. Desde el comienzo tuvo días libres y feriados y recibió aguinaldos, aunque no está segura si tiene derecho a disponer de vacaciones porque trabaja por horas. A diferencia de su colega, Fabiola no está muy interesada en formar parte del Sindicato de Trabajadoras del Hogar visto que su intención última es concluir sus estudios, convertirse en profesional y de este modo dejar el rubro del servicio doméstico.

Esta sucinta recapitulación (sucinta porque sintetiza en pocos párrafos trayectorias individuales ricas en eventos) tiene la intención de provocar a cuestionar el cómo y porqué estos episodios de vida individuales presentan, no obstante sus diferencias, patrones comunes que se insertan en un panorama social más amplio. En otros términos, se intenta comprender el cómo ambas personas terminaron trabajando en el mismo sector; el porqué, a pesar de interpretaciones distintas, sus derechos laborales fueron sistemáticamente vulnerados; comprender el rol que tiene el conocimiento o

2 Este código in vivo (Salvini 2015) usado por las participantes de la investigación forma parte del lenguaje típico boliviano y evoca una modalidad de trabajo en la cual la trabajadora habita en la vivienda del empleador o en el lugar donde desarrolla sus actividades (OIT, 2012).

3 Este nominativo hace referencia a las actividades que el empleador exige sean cumplidas por la empleadora, por lo general supone labores como el cuidado de menores, limpieza, cocina y administración general del hogar.

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El código “cama afuera” se estable por opción al de “cama adentro”, designa un tipo de trabajo por el cual la trabajadora desarrolla sus actividades en la casa del empleador pero habita en una vivienda propia.

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desconocimiento de sus derechos laborales; cual el peso de entablar una relación afectuosa con los empleadores; entre otras.

La revisión de un amplio repertorio de textos académicos y de informes institucionales oficiales que sistemáticamente analizan la situación de las THA en Bolivia y en la región (véase: Baptista 2011; Fundación Solón 2011; IIIE, 2014; Lexartza, et al. 2016; OIT 2012; Peñaranda, et al. 2006; Peredo 2003; Rodríguez 2015; Wanderley 2013, 2014) permite perfilar la existencia de un contexto multidimensional que define las condiciones laborales y sociales en las cuales las participantes de la investigación están insertas.

Según la Organización Internacional del Trabajo (2012), el trabajo doméstico asalariado es definido como el conjunto de “actividades que se realizan dentro de los hogares y (que) son necesarias para el bienestar de sus miembros. Contribuye a la reproducción social y al mantenimiento de la fuerza de trabajo y es por tanto un ámbito clave para la marcha de la sociedad y las economías nacionales” (ibíd.: 59). Esta ocupación, que incluye labores que van desde el cuidado de personas dependientes (ancianos, menores de edad, personas con alguna forma de discapacidad) hasta la jardinería y la limpieza de los espacios habitables, realizada fundamentalmente por mujeres5 de grupos indígenas o afrodescendientes, presenta rasgos alarmantes: en Latinoamérica y el Caribe, la tasa de empleo informal6 del sector llega al 77,5%, la mayoría de las trabajadoras posee un bajo nivel de instrucción (el 63% no tenía ningún grado de instrucción o sólo había superado la primaria), perciben un salario inferior al 50% de la media de las otras categorías ocupacionales, tienen una escasa cobertura de los sistemas de seguridad social, entre otras características (Lexartza, et al. 2016).

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En Latinoamérica y el Caribe la cuota de participación de las mujeres en este sector laboral abarca el 93% de los casos (Lexartza, et al. 2016).

6 Las primeras investigaciones en Bolivia que se aproximaron al fenómeno del empleo informal lo caracterizaron de la siguiente manera: por el tipo de organización unipersonal y familiar del trabajo, sin que medien relaciones salariales; por formas de organización semi empresarial, en la cual la división del trabajo entre empleador y trabajador son permeables; el reducido capital y las condiciones, por lo general, precarias en las que opera; el incumplimiento de la legislación laboral; etc. Históricamente, la incapacidad de absorber la oferta laboral en el sector privado determinó el “traslado de la fuerza laboral desde el sector agrícola tradicional y las áreas urbanas más deprimidas hacia los sectores semiempresarial y familiar en las ciudades de mayor tamaño” (Arze; et. al. 1993: 68).

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En Bolivia, como se apuntará más adelante (véase: Capítulo 3), los datos oficiales no reflejan un panorama más esperanzador, por el contrario, en muchos casos la situación es aún más crítica. Además, la situación de desigualdad que precariza la calidad de vida de las THA no se limita a las vulneraciones procedentes de la relación obrero-patronal; Fernanda Wanderley señala, siguiendo a Tilly y Therborn (en: 2014), la presencia y reproducción de formas de desigualdad persistes también en el propio proceder del Estado7 que mediante la sanción de derechos laborales diferenciados en detrimento de las THA activa mecanismos de des-igualación que perpetúan su posición de inferioridad.

Asimismo, la persistencia histórica de estas condiciones de desigualdad y exclusión se explicaría, entre otras causales, a partir del arraigo y reproducción de representaciones y esquemas de comportamiento ampliamente difundidos en la sociedad boliviana. Estas percepciones subjetivas, que articulan prejuicios referidos al sexo, la procedencia étnica y la clase de la trabajadora, naturalizan una figura asociada a valores tales como “sucia, floja, ladrona, mentirosa e irresponsable” (Peñaranda 2006: 43). La imagen atribuida a la THA legitima, a los ojos de los empleadores, las prácticas que acometen en contra de las THA. La interiorización de estas disposiciones, que configuran un espacio social marcadamente asimétrico (Bourdieu 1994/1997), se remontaría, interpretando los argumentos de Silvia Rivera Cusicanqui (2010), a prácticas heredadas del domino colonial.

Las trabajadoras y los sindicatos que las aglutinan, además de otras organizaciones civiles, de cooperación internacional y organizaciones no gubernamentales (ONG), vienen denunciando estas injustas prácticas y reclamando el reconocimiento de tutelas legales que subviertan las condiciones actuales y que garanticen los mismos derechos que posee el resto de los trabajadores del país, al menos aquellos que forman parte, del llamado, sector “formal”8

.

7 Como indica Bourdieu (1998/2017) “Recordar la función del estado como instrumento de un ejercicio mediado del poder significa substraerse a la tendencia de hacer del poder masculino sobre las mujeres (y sobre los infantes) ejercitado en la familia el lugar primordial del dominio masculino” (104).

8 Según informaciones oficiales de la Unidad de Políticas Sociales y Económicas (UDAPE) del gobierno boliviano, con fuente en datos del Instituto Nacional de Estadística (INE), hasta el 2015, el sector informal tenía una tasa de participación en la población ocupada urbana del 64,2% (UDAPE, 2016). Para fines estadísticos, se consideran ocupaciones informales a aquellas del sector

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El propósito de la presente tesis se enmarca en esta realidad, pues se pretende investigar, en base a datos cualitativos, sobre las condiciones laborales y de vida de las trabajadoras asalariadas del hogar de La Paz. En lo específico se quiere hacer emerger los motivos por los cuales las desigualdades sociales y económicas que afligen a estas mujeres persisten y se reproducen en el tiempo, pero también analizar las diversas intervenciones que ha producido, tenues, pero importantes alteraciones en estas condiciones.

Se pretende, pues, elaborar explicaciones plausibles sobre el cómo las trayectorias de vida individuales confluyen en vericuetos comunes; el cómo estas experiencias particulares están estrechamente vinculadas por, y sometidas a, estructuras y disposiciones sociales de distinta índole que condicionan, pero no por ello restringen, las posibilidades contingentes de reacción de las trabajadoras. En muchas ocasiones lo dramático de los eventos parece perfilarlos como casos límite, como experiencias negativas extraordinarias, pero que su recurrencia de caso a caso demuestra la matriz social de estas experiencias individuales.

Todas estas consideraciones abren paso a las preguntas que orientan la investigación. Retomando a las experiencias citadas al inicio, ¿cómo explicar que, pese a trayectorias distintas, estas mujeres comenzaran a trabajar como THA? ¿Tenían otras alternativas? ¿Existen efectos diferentes en el ser migrante o no? ¿Cuáles? ¿Cómo se explica que los empleadores estén dispuestos a contratar a una menor de edad? ¿Qué lleva a algunas THA a considerar al empleador como “bueno” no obstante le proporcione condiciones laborales inadecuadas? ¿Cómo justifican los empleadores el no reconocimiento de las tutelas legalmente garantizadas a las THA? ¿Qué efectos tiene la creación de un nexo afectivo fuerte entre empleador y empleadora? ¿Existen bases comunes entre las prácticas de discriminación experimentadas por las THA? Considerando la breve revisión del estado del arte surgen más preguntas ¿Por qué en el discurso público pese a reconocerse la situación desventajosa en la que se encuentran las THA estas condiciones cambiaron poco o nada? ¿Por qué algunas prácticas identificadas como negativas vienen siendo practicadas, consciente o inconscientemente, por aquellos mismos que las señalan? ¿Qué impacto objetivo ha tenido la articulación de las THA en sindicatos para la

empresarial (con una actividad en establecimientos de menos de 5 personas) y del sector familiar (trabajadores por cuenta propia y trabajadores familiares).

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subversión de las condiciones de vulnerabilidad en las que se encuentran? ¿Qué efectos tuvo el avance normativo en la experiencia individual concreta de las trabajadoras? ¿Cómo explicar la aparente perennidad de esta condición de desigualdad?

Para responder a estas preguntas, la investigación se estructura de la siguiente manera:

En el primer capítulo se exponen las principales corrientes teóricas que orientaron el análisis desarrollado en la investigación. Éste se divide en dos partes, la primera describe los conceptos de campo, capital y habitus además de los de doxa, violencia

simbólica y dominación masculina elaborados por Pierre Bourdieu en su sociología

estructural-constructivista. En la segunda, se explican los conceptos vinculados a la teoría sociológica de las emociones de Arlie Hochschild y de su investigación sobre las estrategias de género empleadas al momento de dividir las labores domésticas entre hombres y mujeres.

El segundo capítulo se detalla el planteamiento metodológico elegido, describiendo el proceso de recolección de los datos de fuente primaria a través de entrevistas semi estructuradas en profundidad, la justificación de la selección de los participantes, el procesamiento, sistematización y análisis de los datos cualitativos, además de todas las herramientas metodologías usadas en este proceso.

El tercero se divide en tres partes. En primera instancia, se elabora una breve recapitulación histórica del trabajo doméstico en Bolivia y su evolución en el tiempo, además de considerar la conformación y las luchas de las organizaciones sociales que articulan a las trabajadoras. En segunda instancia, se presenta un análisis de los avances normativos en esta materia. Finalmente, se presenta el procesamiento de datos estadísticos oficiales sobre la composición y las condiciones laborales de este sector en comparación con otras categorías ocupacionales.

En el cuarto capítulo se exponen los resultados de la investigación. El análisis se divide en dos partes, distinguidas en función de una lectura temporal de los contenidos presentes en los testimonios de las participantes de la investigación. El primer periodo comprende los eventos que anteceden al ingreso de las participantes al mercado laboral, la elección del tipo de trabajo y las primeras experiencias de

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socialización con éste. El segundo, cubre eventos más recientes como las condiciones laborales de las trabajadoras, la creación de un vínculo afectivo con la familia empleadora, los efectos de su afiliación al sindicato, entre otros.

Finalmente, se presentan las conclusiones de la investigación, en un intento de dar respuestas plausibles a las preguntas que le dieron origen.

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Capí tulo I. Referencias teo ricas

Para estudiar los procesos sociales que se hallan en el origen de la persistencia de las condiciones de precariedad laboral de las THA, se optó por la construcción de un cuadro teórico compuesto por la obra de Pierre Bourdieu y de Arlie Hochschild. Se asume, por una parte, que la teoría estructuralista – constructivista bourdesiana permite dilucidar las silenciosas prácticas de dominación que están en el trasfondo de la particular situación de las THA; por ejemplo, conceptos como el habitus y la violencia simbólica, ayudan a comprender cómo el ejercicio de tratos labores evidentemente desventajosos (menores salarios, o no beneficio de vacaciones, por ejemplo) son legitimados por los empleadores e incluso, lo que es peor aún, por las afectadas.

Por otra parte, el recurso a las teorías sociológicas de Arlie Hochschild ayuda a analizar con mayor claridad algunas de las relaciones que se instauran entre empleadoras y trabajadoras. En lo específico, la teoría de las emociones y la teoría sobre las estrategias de género en la división de las labores reproductivas al interior de las familias, ofrecen conceptos que, como el de las reglas del sentir y el de las estrategias de género, sirven de explicaciones lógicas a fenómenos como el lazo afectivo que se establece entre empleadas domésticas y los menores a su cuidado, o a la doble carga de responsabilidades que aqueja a las trabajadoras.

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Pierre Bourdieu: el estructuralismo constructivista

La teoría de Bourdieu supuso una notable transgresión de los cánones sociológicos vigentes hacia la segunda mitad del siglo XX. Su ruptura epistemológica con las corrientes estrechamente objetivistas (como aquellas del estructuralismo marxiano) y con las subjetivistas (la posición de la etno-metodología o interaccionista), lo llevaron a postular una concepción sumamente particular y crítica de la realidad social.

La solidez teórica de Bourdieu se basa en un riguroso trabajo metodológico, rico en informaciones de fuente primaria como aquellas procedentes de su trabajo etnográfico en la Cabila argelina, o de su investigación sobre el mercado inmobiliario francés. Su mirada incisiva abarcó una serie amplia de temas que configuran, empero, un acervo teórico unificado.

Siguiendo a Paolucci (2009), se puede destacar algunos aspectos cruciales de su proyecto científico: primero, como ya se aludió someramente, Bourdieu tiene una impronta antidualista, pues busca superar la ingenua “opposizione tra dimensioni materiali e simboliche, tra interpretazione e spiegazione, tra sincronia e diacronia, tra micro e macro livelli di analisi, e infine ma non ultimo in ordine di importanza, tra soggettivismo e oggettivismo” (ibíd.: 79). Una segunda característica es su visión conflictual de la sociedad, pues percibe a ésta como un espacio relacional donde los agentes, en correspondencia a su posición, compiten unos con otros para definir, en base a sus intereses, los criterios de su estructuración. Es así que, “il conflitto, dunque, e non l’equilibrio né tanto meno la stasi, costituisce per Bourdieu la cifra della vita sociale” (íbid.).

La realidad como una realidad relacional: espacio social, campo, capital y habitus

Al poner en la base del análisis a la sociología estructuralista constructivista de Pierre Bourdieu, se parte de la comprensión de que los fenómenos sociales no emergen de transiciones mecánicas y deterministas entre una estructura social todopoderosa y un agente carente de volición que sólo sufre sus embates, pero tampoco de decisiones consubstanciales a los sujetos, argumento al cual el autor opone una férrea crítica, es decir de prácticas en sí y para sí, dependientes

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únicamente de las percepciones y de la “razón” individual y que carecen de cualquier forma de condicionamiento social (Bourdieu 1994/1997).

En efecto, para Bourdieu la dicotomía sujeto-objeto presente en distintos paradigmas de las ciencias sociales es una distinción artificial y reduccionista de lo que él considera los dos movimientos indisociables de un único proceso relacional de constitución de la realidad social:

“in questo scenario l'individuo e la società non sono due poli distinti, ognuno dei quali gode di una autonomia ontologica, ma sono forme diverse di un unico spazio di relazioni. L'individuo è “una delle forme della società”, e la società è “un insieme di strutture di differenze realmente comprensibili solo a condizione di costruire il principio generatore che fonda quelle differenze nell'oggettività” (Paolucci 2009: 84, cursivas del original).

Desde la teoría bourdesiana, entonces, la realidad social es una realidad relacional marcada por la diferencia. La sociedad como entidad consubstancial no existe, lo que se tiene, en cambio, es un espacio social donde los sujetos se definen y sitúan en base a sus diferencias objetivadas y subjetivadas que tienen con los otros (bienes, instrucción, modos, etc.). La distinción se legitima y reproduce (objetivación y subjetivación) a partir de esquemas de pensamiento, de sistemas simbólicos difundidos, que determinan el valor relativo del conjunto de propiedades atribuidas a los agentes.

“Esta idea de diferencia, de desviación, fundamenta la noción misma de espacio, conjunto de posiciones distintas y coexistentes, externas unas a otras, definidas en relación unas de otras, por su exterioridad mutua y por relaciones de proximidad, de vecindad o de alejamiento y asimismo por relaciones de orden, como por encima, por debajo y entre; muchas de las propiedades de los miembros de la pequeña burguesía pueden por ejemplo deducirse del hecho de que ocupan una posición intermedia entre las dos posiciones extremas sin ser identificables objetivamente e identificados subjetivamente ni con una ni con otra.” (Bourdieu 1994/1997: 16-18).

La realidad social se constituye en un “relazione dialettica tra gli aspetti oggettivi e quelli soggettivi del mondo sociale, e costituiscono gli strumenti principali con i quali Bourdieu intende trascendere il dualismo individuo società” (Paolucci 2009:

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85). El orden social procede entonces de un movimiento entre estructuras

estructurantes objetivas (“exteriorización”), que son expresión y fundamento de las

pautas de la diferenciación social, y las estructuras estructuradas de pensamiento (“interiorización”), es decir de las lógicas subjetivas nacientes de la posición de los agentes (modos, prácticas, esquemas de pensamiento, consumos, etc.) que legitiman, reproducen e incluso alteran la objetividad de las propiedades diferenciadoras de las cuales proceden. Este proceso se hace más inteligible en el análisis que Bourdieu hace de la institución de la familia:

Así, la familia como categoría social objetiva (estructura estructurante) es el fundamento de la familia como categoría social subjetiva (estructura estructurada), categoría mental que constituye el principio de miles de representaciones y de acciones (matrimonios por ejemplo) que contribuyen a reproducir la categoría social objetiva. Este círculo es el de la reproducción del orden social. La sintonía casi perfecta que se establece entonces entre las categorías subjetivas y las categorías objetivas fundamenta una experiencia del mundo como evidente, taken for granted. Y nada parece más natural que la familia: esta construcción social arbitraria parece situarse del lado de lo natural y de lo universal” (ibíd.: 130, cursivas del original).

Ahora bien, la comprensión de la realidad social desde Bourdieu es indisociable de los conceptos de campo, capital y habitus; la interacción entre estos elementos construye de manera constante los parámetros que organizan el mundo social.

Los campos y los tipos de capital

El principio ordenador del mundo social, es decir la lógica relacional diferenciadora, se asienta en la noción de capital: se trata de recursos que son razón y efecto de la posición objetiva de los agentes en el espacio social. La posesión o la potencialidad de adquisición de los agentes de estas especies de poder definirán el puesto que ocupan en la escala jerárquica del espacio social, posición de dominación o subordinación, que a su vez, determinará las posibilidades de una nueva apropiación de estos recursos y de sus beneficios.

“(…) los agentes están distribuidos según el volumen global del capital que poseen bajo sus diferentes especies y en la segunda dimensión según la estructura

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de su capital, es decir según el peso relativo de las diferentes especies de capital, (…), en el volumen total de su capital” (ibíd.: 18)

Bourdieu reconoce la existencia de cuatro tipos fundamentales de capital (sin que ello excluya la presencia de otros): el capital económico (bienes, recursos financieros y el influjo que tienen éstos sobre los demás tipos de capital), el capital cultural (títulos, conocimientos, habilidades, etc.), el capital social (recursos disponibles por la participación a una red de contactos) y el capital simbólico (formas de reconocimiento de la diferencia naturalizadas bajo preceptos abstractos: prestigio, superioridad, honor, color de la piel, etc.) (Paolucci 2009). Estos tipos de propiedad pueden existir “en dos formas: en estado objetivado – propiedades materiales – o en estado incorporado – e.g., el capital cultural –, que puede ser jurídicamente garantizado” (Alvarez 1996: 147 - 148). Usando el ejemplo de empresarios y de catedráticos universitarios, Bourdieu explica cómo ambas categorías se encuentran en una posición privilegiada de dominio al ser posesores de un volumen de capital global alto (capital económico y cultural), pero que, concomitantemente, se oponen (e incluso enfrentan) al considerar el peso relativo de cada una de las formas de capital de su patrimonio.

En esta primera dimensión objetiva del espacio social, las relaciones de vecindad o separación que se establecen en función de la particular acumulación de los distintos tipos de capital, y de las propiedades que emergen de ellas, estructuran un cosmos social altamente diferenciado. La mayor o menor complejidad de este espacio social posibilita la formación de distintas particiones, de esferas de relacionamiento con características específicas que Bourdieu llama campos. Cada uno de estos

microcosmos sociales, como por ejemplo el campo doméstico, el político o el

artístico, “possiede una specifica configurazione sia rispetto alle regole di funzionamento interne, sia rispetto al possesso di vari tipi di capitale” (Paolucci 2009: 91).

Los campos, de este modo, poseen una cierta autonomía interna respecto a los restantes, operando lógicas y necesidades diferentes; las reglas de cada campo establecen las ubicaciones, condicionamientos y ganancias a las cuales cada tipo de combinación de tipos de capital permite acceder. Así por ejemplo el campo cultural, en específico el académico o intelectual, establece una lógica interna precisa,

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reconocida y disputada por sus integrantes (instituciones, intelectuales, estudiantes, candidatos, etc.), que establece la importancia de ciertos recursos materiales y simbólicos (títulos, prestigio, conocimiento, capital económico, etc.) para definir el orden de importancia de las disciplinas y de sus integrantes9.

Pese a sus diferencias, todos los campos representan campos de fuerza de poder, es decir, son espacios de lucha donde grupos movilizados (aquellos articulados en función a sus características relativamente homogéneas) combaten con otros para conservar o cambiar las lógicas de su estructuración. En su interno, los agentes emplean los medios y estrategias a su disposición para contender por los recursos que efectivamente pueden alterar o mantener su posición relativa (dominante o subordinado). Como apunta Bourdieu (1994/1997: 49):

“Eso es lo que pretendo transmitir cuando describo el espacio social global como un campo, es decir a la vez como un campo de fuerzas, cuya necesidad se impone a los agentes que se han adentrado en él, y como un campo de luchas dentro del cual los agentes se enfrentan, con medios y fines diferenciados según su posición en la estructura del campo de fuerzas, contribuyendo de este modo a conservar o a transformar su estructura”.

De este modo, el orden social en Bourdieu no es estático. El conflicto concede un carácter dinámico al mundo social; las disputas que se desatan entre los distintos grupos provocan, en ciertos momentos, la reformulación de los términos que estructuran el espacio social y sus campos. En cada período el valor que se atribuye a un conjunto de propiedades definitorias de los agentes (la significación simbólica de bienes, consumos, conocimientos, etc.) se contextualizará en función de los resultados de las pugnas de poder. La (re)definición de esta estructura posibilitará a determinados grupos entronizados en su cúspide mantener un acceso privilegiado a los recursos disponibles en el momento, mientras que se limitará el de los otros subordinados.

Por ejemplo, en un análisis sobre las trasformaciones del espacio social en la República Democrática Alemana (RDA), Bourdieu arguyó que el principio príncipe de diferenciación que fundamentaba el dominio de la élite política consistía en, lo

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Al analizar la extensión del discurso androcéntrico Bourdieu (1998/2017) explica cómo la distinción que se establece entre ciencias duras y ciencias blandas responde a la lógica de los sistemas de oposición homólogas que diferencian lo masculino de lo femenino.

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que él llama, un capital político heredado. Ante la ausencia de la acumulación de capital económico, dado el control estatal sobre los medios de producción, la burocracia de la RDA, al igual que la Nomenclatura soviética, legitimó su acceso ventajoso a una serie de bienes y servicios escasos en base al valor simbólico de una presunta tradición política meritocrática:

“Esta patrimonialización de los recursos colectivos también aparece cuando, como ocurre en los países escandinavos, una «élite» socialdemócrata ocupa el poder desde hace varias generaciones: se ve entonces que el capital social de tipo político que se adquiere en los aparatos de los sindicatos y de los partidos se transmite a través de la red de las relaciones familiares, y lleva a la constitución de verdaderas dinastías políticas. Los regímenes que hay que llamar soviéticos (antes que comunistas) han llevado al límite la tendencia a la apropiación privada de los bienes y de los servicios públicos” (ibíd.: 30, cursivas del original).

En el ocaso del régimen socialista, la posición privilegiada de esta clase política será interpelada por una clase intelectual que buscaba alterar el principio de dominación

dominante del campo del poder (ibíd.): profesando un discurso en favor de una

“verdadera” meritocracia, se erigieron cuestionamientos que buscaban afianzar al capital cultural como el principio legitimador del orden social.

Estas consideraciones introducen una noción central al momento de revisar la teoría bourdesiana: las propiedades que definen tanto la configuración de los campos, como de la identidad y posición de los grupos que la componen, se circunscriben a contextos específicos, es decir se trata de elementos datados temporalmente y situados espacialmente. Que la élite económica francesa hoy juegue al golf en vez de al tenis o que los operarios manuales sean más propensos a votar por la izquierda y a beber cerveza, son propiedades que responden no a una naturaleza intrínseca, sino más bien a características “que les incumben en un momento concreto del tiempo debido a su posición en un espacio social determinado, y en un estado determinado de la oferta de los bienes y de las prácticas posibles” (ibíd.: 15).

El habitus, disposiciones duraderas inscritas en los cuerpos

El volumen de capitales poseídos y el valor relativo atribuido a cada uno de ellos, configurará la proximidad o la lejanía de cada agente en el espacio social; es decir,

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son los vehículos para la conformación de las categorías sociales. Cada colocación tiene la potencialidad de articular en su interior a instituciones y agentes relativamente homogéneos en oposición latente con aquellos distantes. Estas similitudes o diferencias obrarán como condicionamientos en los modos de comportamiento y pensamiento asumibles por cada sujeto e institución presentes en el contexto específico observado.

“Le opposizione inscritte nella struttura sociale dei campi servono da supporto a strutture cognitive, a tassonomie pratiche, spesso regístrate in sistemi di aggettivi che permettono di produrre giudizi etici, estetici e cognitivi” (Bourdieu 1998/2017: 122).

La segunda dimensión del mundo social, es decir el ámbito subjetivo de los modos de pensamiento y de las prácticas se condensan en el concepto bourdesiano de

habitus. Estas estructuras mentales, históricamente construidas, son socializadas a las

personas a lo largo de sus vidas en los distintos campos en los que se desenvuelven. La familia, la escuela y principalmente el Estado, son instituciones que median en este proceso de inculcación.

Los habitus son el principio de interpretación y de validación de las diferencias que estructuran la realidad social. Corresponden a guías de percepción que orientan a los individuos, disposiciones duraderas de pensamiento y de práctica. Los habitus son producto, estructuras estructuradas, de la posición particular que ocupan los individuos en el espacio social, condicionadas, por tanto, por las diferencias de las cuales emergen; pero al mismo tiempo son estructuras estructurantes pues determinan las formas por las cuales prácticas e interpretaciones vienen realizadas.

“Una de las funciones de la noción de habitus estriba en dar cuenta de la unidad de estilo que une las prácticas y los bienes de un agente singular o de una clase de agentes (…). El habitus es ese principio generador y unificador que retraduce las características intrínsecas y relacionales de una posición en un estilo de vida unitario es decir un conjunto unitario de elección de personas, de bienes y de prácticas. Como las posiciones de las que son producto, los habitus se diferencian; pero asimismo son diferenciantes. Distintos y distinguidos, también llevan a cabo distinciones: ponen en marcha principios de diferenciación diferentes o utilizan de

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forma diferente los principios de diferenciación comunes” (Bourdieu 1994/1997: 15-16, cursivas del original).

En este sentido, los habitus son elementos explicativos de las diferencias que en cada momento y en cada ámbito de la actividad social distinguen a un grupo de agentes de los otros: los bienes consumidos, la formas de expresarse, la posición política, lo bueno y lo malo, lo vulgar y lo elegante, las formas de relacionarse, los modales, y todo el conjunto de rasgos sobresalientes que, por ejemplo, identifican a un docente universitario discreparán en potencia con aquellos de un obrero fabril.

En la teoría bourdesiana el concepto de habitus “ha il compito di mediare tra le strutture sociali oggettive e le pratiche dei soggetti” (Paolucci 2009: 86). Por una parte, el habitus responderá a las condicionantes objetivas que impone la posición de cada colectivo y sujeto en el espacio social – los beneficios disponibles a cada volumen de tipos de capital sancionan los márgenes de la socialización con la realidad–; pero a su vez, el habitus construye los fundamentos del consenso social de este orden – la legitimación y naturalización subjetiva de las propiedades de diferenciación –. Como afirma Paolucci (ibíd.) el habitus es una síntesis dialéctica entre exterioridad e interioridad.

Obra de un proceso constante de inculcación, el habitus se inscribe en los cuerpos de sus agentes; “Bourdieu ritiene che le pratiche incorporate – letteralmente – nell'habitus non siano mai frutto di una razionalità consapevole del soggetto, di un'intenzione, né di un progetto” (ibíd.: 88). Como se verá de igual modo más adelante, la actuación de estos esquemas de pensamiento y práctica es intuitiva, opera a un nivel por debajo de la consciencia. Sus disposiciones, en la mayoría de los casos, se activan de modo natural en cada situación pertinente: el respeto a la autoridad, la apreciación estética, los valores morales, el modo de consumir y la elección del bien consumido, las emociones y los gestos, etc., muchas de estas elecciones aparentemente individuales y naturales pueden ser rastreadas a condicionamientos sociales impuestos por los habitus.

El habitus, principio no elegido de todas las elecciones (ibíd.), es una construcción histórica que construye historia. Mutable con el pasar del tiempo, es tanto una consolidación del pasado en los cuerpos de los agentes, como también un conjunto

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de determinaciones presentes que son cimiento de la realización de posibles futuros. Con la noción de habitus Bourdieu busca oponerse a las teorías del individualismo metodológico que hallan en el origen de la práctica solamente a la razón individual trascendente del cálculo y del interés. Para explicar estas características el autor recurre a la metáfora de las reglas del juego. El habitus, dice, es un sentido práctico del juego, un conjunto de inducciones que, en base a las experiencias colectivas pasadas y acumuladas, incitan a tomas de posición, pero también a anticipaciones preventivas.

“Tener el sentido del juego es tener el juego metido en la piel; es dominar en estado práctico el futuro del juego; es tener el sentido de la historia del juego. Así como el mal jugador siempre va a destiempo, siempre demasiado pronto o demasiado tarde, el buen jugador es el que anticipa, el que se adelanta al juego. ¿Por qué puede adelantarse al curso del juego? Porque lleva las tendencias inmanentes del juego en el cuerpo, en estado incorporado: forma cuerpo con el juego. (…) Y cuando las estructuras incorporadas y las estructuras objetivas coinciden, cuando la percepción se elabora según las estructuras de lo que se percibe, todo parece evidente, todo cae por su propio peso. Es la experiencia dóxica en la que se atribuye al mundo una creencia más profunda que todas las creencias (en sentido corriente) puesto que ésta no se concibe como creencia” (Bourdieu 1994/1997: 146).

No se trata, empero, de una estructura perceptiva unívoca. Su validez se debe, entre otros factores, a su capacidad de adaptarse, de transferirse entre los distintos campos de acción en los que interactúa el agente. Si bien procede de los conocimientos históricamente sedimentados de los distintos colectivos, la trayectoria única de cada individuo supondrá la elaboración de un habitus coherente a cada escenario social. La inculcación de una original combinación de guías de comportamiento y de pensamiento corresponderá a la posición precisa de cada sujeto en el espacio social – ser estudiante, joven, negro, hijo de proletarios, habitante de un área rural, etc. –. Las mismas atribuciones que hacen del habitus un sistema de disposiciones durables, le conceden, paradójicamente, un carácter mutable. Al tratarse de construcciones históricas, del pasado hecho carne, éstas pueden ser de-construidas (labor que compete, por ejemplo, al científico social) y transformadas por los eventos presentes:

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“le disposizione che hanno corpo all'habitus, infatti, poiché sono prodotte dalla società, possono, essere erose, contrastate e anche smantellate dall'esposizione a nuove forze esterne” (Paolucci 2009: 87). Se trata de escenarios dinámicos, en los que la agencia activa de los sujetos se desempeña en los límites de las condicionantes establecidas por su posición de poder. Como señala Capdevielle, “La capacidad generativa del habitus funciona siempre en los límites que impone la posición ocupada en el espacio social, posición que fija límites y al mismo tiempo abre posibilidades” (2011: 38).

Como se dijera al inicio, el mundo social no se define por una transición mecánica determinista que parte de estructuras sociales hacia esquemas perceptivos inactivos. Los habitus no sólo interiorizan la exterioridad, sino que, en determinados momentos, la construyen: “Può infatti prodursi un intervallo, e qualche volte un iato, tra le determinazioni sedimentate nel passato, che l'hanno prodotto, e le determinazioni del presente, che lo interpellano” (Paolucci, 2009: 87, cursivas del original).

Los agentes que se encuentran más próximos en los distintos campos de este espacio están en lucha constante con los otros lejanos para definir, ratificando o modificando, los principios subjetivos que regulan el orden de cada campo. Por ejemplo, en su lectura sobre la constitución del Estado moderno, Bourdieu realiza una interesante genealogía que destaca el progresivo afianzamiento en el poder de una clase burocrática, compuesta particularmente de juristas, en oposición a cuerpos aristocráticos y clericales: esta clase naciente irá definiendo la lógica que regula el campo del poder, instancia que a su vez define los preceptos que regulan los otros ámbitos del espacio social (campo económico, el campo académico, doméstico, burocrático, etc.).

“De lo que resulta que la elaboración del Estado va pareja con la elaboración del campo del poder entendido como el espacio de juego dentro del cual los poseedores de capital (de diferentes tipos) luchan particularmente por el poder sobre el Estado, es decir sobre el capital estatal que da poder sobre las diferentes especies de capital y sobre su reproducción (particularmente a través de la institución escolar).” (Bourdieu 1994/1997: 100).

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El recurso empleado por esta clase consistió en la creación del concepto de tasas imponibles, en específico el derecho a la recaudación de fondos para la defensa interna y externa. El aún difuso reconocimiento del monopolio estatal del uso legítimo de la fuerza, abrirá paso a una progresiva ampliación de la base imponible y a la adquisición de derechos estatales exclusivos sobre los recursos fiscales. El derecho a la defensa de los entonces nuevos ciudadanos (muy similar a la idea americana de impuestos = derechos políticos), irá consolidando la idea del bien público (en sus dos acepciones, material y de adjetivo valorativo) mediante la redistribución; los impuestos pasarán así de ser resistidos férreamente por los súbditos a ser considerados como imprescindibles para el bienestar colectivo, legitimando con ello el poder y el actuar del Estado.

“De este modo se va instaurando progresivamente una lógica económica absolutamente específica, basada en la recaudación sin contrapartida y la redistribución funcionando como principio de la transformación del capital económico en capital simbólico, inicialmente concentrado en la persona del príncipe. (Habría que analizar pormenorizadamente el paso progresivo de un uso «patrimonial» —o «feudal»— de los recursos fiscales en el que una parte importante de la recaudación pública está dedicada a dádivas o liberalidades destinadas a garantizar al príncipe el reconocimiento de competidores potenciales —y con ello, entre otras cosas, el reconocimiento de la legitimidad de la recaudación fiscal— a un uso «burocrático» en tanto que «gastos públicos», transformación que es una de las dimensiones fundamentales de la transformación del Estado dinástico en Estado «impersonal».)” (Ibíd.: 102).

El cambio progresivo, y no por ello menos violento, del impuesto como práctica objetiva coactiva hacia su percepción subjetiva como un bien colectivo, es una prueba de la capacidad generativa de los esquemas de pensamiento sobre la realidad social.

Los sistemas simbólicos: el dominio masculino y la violencia simbólica

A partir de su análisis de la sociedad Cabila, Bourdieu realizó una precisa genealogía de la construcción social de los géneros para intentar explicar, y por ende de-construir, los pilares sobre los que se funda el, aparentemente perenne, dominio masculino. Así, describió en detalle las características de los esquemas de

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pensamiento que definen y naturalizan las diferencias entre los sexos; se trata de sistemas de propiedad definidos por contraste, en los cuales la feminidad se encuentra sometida a y por la virilidad. La apreciación valorativa relacional es antinómica: productivo/reproductivo, oficial/oficioso, penetrante/penetrado, público/privado, fuerte/débil, erecto/vacío, etc.

El origen de estas construcciones no se encuentra en la objetividad de las diferencias biológicas, sino más bien “nell'insieme delle opposizione che organizzano tutto il cosmo, gli attributi e gli atti sessuali sono investiti da una serie di determinazioni antropologiche e cosmiche” (Bourdieu, 1998/2017: 15). De esta manera , el orden masculino no debe justificarse, pues su legitimidad nace de las propias condiciones que funda y lo fundan: “la forza particolare della sociodicea maschile è data dal fatto che essa accumula e condensa due operazioni: legittima un rapporto di dominio inscrivendo in una natura biologica che altro non è per parte sua se non una costruzione sociale naturalizzata” (ibidem: 32).

Para entender los mecanismos invisibles que consienten la permanencia y la reproducción de la sumisión femenina, y por tanto de su legitimación en el orden social, el autor hace recurso a dos conceptos: la violencia simbólica y la doxa. El dominio no se mantiene únicamente mediante prácticas como la violencia física o económica, por el contrario, la conservación del status quo es un producto de la capacidad del discurso androcéntrico de imponer a los dominados los mismos esquemas de percepción que tienen los dominantes. En otros términos, la violencia simbólica consiste en el reconocimiento tácito que los dominados hacen de los fundamentos sobre los cuales se apoya la división sexual del trabajo productivo y reproductivo, de aquel poder simbólico que los dominantes ejercitan para someterlos. En palabras de Bourdieu:

“La violenza simbolica si istituisce tramite l'adesione che il dominato non può non accordare al dominante (quindi al dominio) quando, per pensarlo e per pensarsi, o meglio per pensare il suo rapporto con il dominante, dispone soltanto di strumenti di conoscenza che ha in comune con lui e che, essendo semplicemente la forma incorporata del rapporto di dominio, fanno apparire questo rapporto come naturale; o, in altri termini, quando gli schemi che egli impiega per percepirsi e valutarsi o per percepire e valutare i dominanti (alto/basso, maschile/femminile,

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bianco/nero) sono il prodotto dell'incorporazione delle classificazioni, cosi naturalizzate, di cui il suo essere sociale è il prodotto” (ibidem: 46).

En tanto habitus, la actuación de las disposiciones de la violencia simbólica no involucra ni un reconocimiento activo ni un trabajo consciente. Estos modelos de pensamiento y comportamiento se inscriben en los cuerpos de los agentes desde su infancia; vienen aprendidos a fuerza de rutinas, instrucción, gestos, prácticas, etc., socializados por individuos e instituciones. En este sentido, la violencia simbólica se manifiesta como una experiencia dóxica, que rehúye a cualquier acto reflexivo en tanto conocimiento inscrito en el orden de lo natural, de lo empírico. En efecto, la

doxa “agisce come una sorta di innesco, cioè con una spesa estremamente ridotta

d'energia, ciò dipende dal fatto che essa si limita ad attivare le disposizione che il lavoro di inculcazione e di incorporazione ha depositato in coloro, uomini e donne, che con ciò, le offrono presa” (ibidem: 49).

Los esquemas de diferenciación se constituyen, así, en un sistema simbólico que convierte el dominio en contenido sensible y objetivo. El valor reconocido a la virilidad y la feminidad se instituye como el capital simbólico de las propiedades de los cuerpos percibidos.

“El capital simbólico es cualquier propiedad (cualquier tipo de capital, físico, económico, cultural, social) cuando es percibida por agentes sociales cuyas categorías de percepción son de tal naturaleza que les permiten conocerla (distinguirla) y reconocerla, conferirle algún valor. (Un ejemplo: el honor de las sociedades mediterráneas es una forma típica de capital simbólico que sólo existe a través de la reputación, es decir de la representación que de ella se forman los demás, en la medida en que comparten un conjunto de creencias apropiadas para hacerles percibir y valorar unas propiedades y unos comportamientos determinados como honorables o deshonrosos.) Más exactamente, ésa es la forma que adquiere cualquier tipo de capital cuando es percibido a través de unas categorías de percepción que son fruto de la incorporación de las divisiones o de las oposiciones inscritas en la estructura de la distribución de esta especie de capital (por ejemplo fuerte/débil, grande/ pequeño, rico/pobre, culto/inculto, etc.)”. (Bourdieu 1994/1997: 108)

La superioridad de unos y la correlativa inferioridad de otros (masculino-femenino, blanco-negro, maduro-infantil, etc.) estructura el orden de las cosas, de las

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posiciones a ocupar en los respectivos campos del espacio social. En otros términos, los atributos que se asocian a la condición masculina o femenina, se convierten en signos objetivos que condicionan los modos asumibles posibles (la división sexual del trabajo reproductivo y productivo, por ejemplo) por cada agente en su respectiva posición (capital económico o cultural) dentro del espacio social:

“indipendentemente dalla posizione che occupano nello spazio sociale, le donne presentano la caratteristica comune di essere separate dagli uomini da un coefficiente simbolico negativo che, come il colore della pelle per i neri o qualsiasi altro segno di appartenenza a un gruppo stigmatizzato, connota negativamente tutto ciò che esse sonno e fanno, un coefficiente che è alla radice di un insieme sistematico di differenze omologhe” (Bourdieu, 1998/2017: 109 - 110).

Ahora bien, Bourdieu crítica la perspectiva sustancialista que da un valor inmutable y perenne a la dominación masculina. Al tratarse de estructuras y de disposiciones de pensamiento y práctica, éstas tienen un carácter situado y datado, con condiciones dinámicas que fueron alterándose históricamente, es por ello que:

“hay que evitar transformar en propiedades necesarias e intrínsecas de un grupo (…) las propiedades que les incumben en un momento concreto del tiempo debido a su posición en un espacio social determinado, y en un estado determinado de la oferta de los bienes y de las prácticas posibles. Con lo que interviene, en cada momento de cada sociedad, un conjunto de posiciones sociales que va unido por una relación de homología a un conjunto de actividades (…) o de bienes (…), a su vez caracterizados relacionalmente” (ibíd.: 15).

En efecto, en oposición a la idea de una transmisión automática y atemporal del sistema simbólico, se hace evidente que la producción y reproducción de estas dimensiones indisociables (posición objetiva y disposición subjetiva) involucra un trabajo de socialización periódica que actúa sobre y a través de individuos e instituciones en relación a las condiciones contextuales del espacio social. Como postula Bourdieu: “(Ri)produrre gli agenti significa (ri)produrre le categorie (nel doppio senso di schemi di percezione e valutazione ma anche di gruppi sociali) che organizzano il mondo sociale, (...); (ri)produrre il gioco e le poste in gioco significa (ri)produrre le condizioni dell’accesso lla riproduzione sociale” (1998/2017: 56). La

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labor del científico social, sostiene, debe ser aquella de de-de-historizar la historia a través de un trabajo genealógico de la lógica y las prácticas del dominio masculino. Sin embargo, al estar inscrita en los cuerpos de los sujetos, la posibilidad de cambiar o de eliminar los contenidos dóxicos de la violencia simbólica de manera consiente es muy limitada. La interiorización somatizada de los contenidos del androcentrismo se expresa en gestos y emociones, en pensamientos y actos, todos relativos a conceptos concebidos como naturales; incluso cuando el individuo pueda oponerse de modo activo a este tipo de dominio su cuerpo puede traicionarlo. Retomando a Bourdieu:

“È del tutto illusorio credere che la violenza simbolica possa essere vinta con le sole armi della conoscenza e della volontà (…) Lo si vede sopratutto nel caso dei rapporti di parentela e di tutti quelli concepiti sulla base di tale modello, in cui queste inclinazioni durevoli del corpo socializzato si esprimono e si vivono nella logica del sentimento (amore filiale, fraterno ecc.) o del dovere” (ibidem: 50).

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Arlie Hochschild: la sociología de las emociones y “el segundo

turno”

Arlie Russell Hochschild es considerada una de las más importantes sociólogas estadounidenses de la segunda mitad el siglo XX. Precursora de la teoría sociológica de las emociones y declarada feminista, la autora concentra sus estudios en las mutaciones contemporáneas de las prácticas del cuidado y de la gestión de las emociones. Hochschild identifica, por ejemplo, los mecanismos sociales que norman la evocación y expresión de ciertos sentimientos; las estrategias que se movilizan al interno de las familias para la división de las tareas de cuidado; la atribución diferenciada de responsabilidades familiares en función de roles de género socialmente atribuidos a hombres y mujeres, entre otros.

La teoría de las emociones: trabajo emocional, reglas del sentir y mercantilizaciones de los sentimientos

En el ya célebre libro The managed Heart, Arlie Hochschild (1983) establece la necesidad de elaborar una teoría sociológica de las emociones en respuesta a prospectivas teóricas que conciben la experiencia emotiva, ya sea como un reflejo instintivo o como un impulso biológico (explicación organicista), o como una acción, si bien más permeada por las interacciones sociales, sobre la cual los agentes únicamente pueden operar un mecanismo de control (explicación interaccionista). En ambos paradigmas, la influencia de los factores sociales se limita a determinar el cómo las emociones vienen provocadas y expresadas, descartando su capacidad para evocarlas, modificarlas o suprimirlas activamente (Hochschild 2013).

En base a una investigación sobre las asistentes a bordo de la Delta Airlines y a una encuesta suministrada a estudiantes de la Universidad de Berkeley, la autora introduce los conceptos del trabajo emocional y las reglas del sentir. Retomando algunos elementos del interaccionismo simbólico de Goffman y del psicoanálisis de Freud, e incluyendo teorizaciones innovadoras propias, Hochschild define al trabajo emocional como un acto que:

(…) requires one to induce or suppress feeling in order to sustain the outward countenance that produce the proper state of mind in others (…). This kind of labor calls for a coordination of mind and feeling, and it sometimes draws on a

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source of self that we honor as deep an integral to our individuality” (Hochschild, 1983: 7).

Para evocar, suprimir o modificar la calidad de un sentimiento los agentes se sirven de técnicas cognitivas (modificar pensamientos, imágenes), técnicas corpóreas (controlar los síntomas somáticos de las emociones) y expresivas (controlar los gestos expresivos socialmente asociados a un sentimiento). Estas tácticas de cambio advienen sea a un nivel superficial (gestos físicos), sea a uno de actuación profunda (estado mental).

La riqueza de esta argumentación radica en su matriz social, puesto que la gestión de las emociones responde a estructuras sociales precisas, a esquemas interpretativos (ideologías) que sirven de reglas de encuadramiento y de reglas del sentir. Las primeras hacen alusión a las “regole per cui se attribuiscono definizioni e significati alle situazioni” mientras las segundas hacen referencia a las “linee guida per la valutazione delle concordanze o discordanze tra emozione e situazione” (Hochschild, 2013: 68 – 69).

En este sentido, cuando un individuo cambia su posición ideológica (ligada, se podría decir en términos buordesianos, a su posición en el espacio social y los habitus correspondientes) también cambian las reglas que orientan sus comportamientos, percepciones y sentimientos: en una determinada situación (por ejemplo, un suceso en el trabajo, una fiesta o un funeral) las reglas sobre aquellas emociones que deben ser probadas o no, y los modos en los que deben ser expresadas, dependerán de la clase, de la religión, del estatus, del género, etc., del sujeto.

El trabajo emocional y las convenciones que lo regulan no son hechos sociales nuevos, han servido históricamente, por ejemplo, para mantener la estructura de poder al interno de las familias; sin embargo, la diferencia actual reside en su dimensión instrumental: “l'emozione convenzionalizzata può arrivare ad assumere la proprietà di una merce. Quando i gesti profondi di scambio entrano nel settore commerciale e vengono comprati e venduti come un aspetto di potere del lavoro, le emozioni vengono mercificate” (ibidem: 74).

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De hecho, la expansión del sector de los servicios ha producido también la intensificación de la mercantilización de las emociones; cada vez más oficios, desde los dirigentes de grandes organizaciones comerciales hasta los empleados del servicio al cliente, incluyen una fuerte carga de trabajo emocional, adicional a las tradicionales labores físicas y mentales. En este sentido, las prácticas ligadas al trabajo emocional y de las reglas sociales que lo regulan, se constituyen en fenómenos ligados a un determinado contexto social, se caracterizan, por tanto, por ser situados y datados.

Al tratarse de propiedades relacionales (nuevamente retomando a Bourdieu), se puede afirmar que la evocación o supresión de ciertas emociones responden no sólo a situaciones sociales particulares, sino también a las relaciones de poder que se encuentran en su base. Así, la contratación de servicios estrechamente ligados a la capacidad performativa emocional de los agentes corresponde a las asimetrías que marcan la distancia entre unos y los otros: por ejemplo, trabajadoras migrantes que, en tanto féminas, vienen contratadas en países ricos para actividades de cuidado dadas sus “intrínsecas” capacidades afectivas, en oposición a la contratación de ejecutivos hombres, dada su “comprobada” templanza a la hora de establecer planes de negocios.

Los conceptos de cadenas globales del cuidado y de plusvalor afectivo, planteados por la misma autora, dan mayor luz a esta asociación. Analizando el caso de trabajadoras domésticas migrantes, Hochschild se interesa por los efectos que tiene el capitalismo global sobre las prácticas del cuidado al interno de las familias. En específico, se detiene sobre la práctica que llamará cadenas globales del cuidado, esto es, “a series of personal links between people across the globe base on the paid or unpaid work of caring” (Hochschild 2000: 131).

Se trata de enlaces territorialmente distanciados y establecidos por la delegación del cuidado de dependientes (menores, personas con discapacidad, ancianos) a terceras personas (familiares, trabajadores); la mediación de esta delega de autoridad se da a través de contratos sociales explícitos (contrato laboral) o implícitos (relaciones de familiaridad). Se trata, por ejemplo, de casos en los cuales una madre emigra para trabajar como niñera en un país rico (primer enlace: trabajadora-menores), dejando el cuidado de sus dependientes a cargo de familiares o incluso de otra trabajadora

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doméstica (segundo enlace), que a su turno puede tener otros dependientes desatendidos (tercer enlace).

El alcance de estas cadenas, generalmente constituidas por mujeres, puede ser local, nacional, regional o mundial, puede concatenar uno o más eslabones y en sus extremos se posicionan agentes con una considerable diferencia de riqueza (ibíd.). El vínculo de cuidado y afecto que se construye entre cuidadora y cuidado se inserta de este modo en relaciones sociales de mayor alcance, como la distribución inequitativa de recursos a nivel mundial.

Concentrarse en estas cadenas significa entender los desplazamientos afectivos que experimentan los agentes, en un análisis global (micro y macro) de los eventos. Los móviles económicos que impulsan a las trabajadoras a migrar provocan efectos emocionales, disyuntivas entre querer permanecer en el país de destino por el afecto que se construye con la persona a su cuidado, pero también el deseo de retornar ante un sentimiento de culpa hacia los familiares dejados en casa.

Para explicar estas situaciones Hochschild elabora el concepto de plusvalor afectivo. Readaptando la idea de plusvalor de Marx, la autora plantea a este tipo de trabajo como una comercialización de servicios afectivos que involucra una “transferencia” emotiva con valor negativo para las familias de las trabajadoras y positivo para aquella de los empleadores. En sus palabras:

“For Marx, surplus value is simply the difference between the value a labourer adds to the thing he makes (…) and the money he receives for his work. Factory owners and shareholders profit form the value a worker adds to the product; they do not share that skimmed-off “surplus” value with the worker. Marx was talking about exploitation of in the public realm and he left human relations in the private realm out of the picture. But if we look at connections between events in the public realm (…) and events in the private realm (…) the picture is far more complex than that Marx discussed. For one thing, caring work touches on one’s emotions. It is emotional labour, and often far more than that. (…) But the one thing both examples share in common is that the people lower down the class/race/nation chain does not share the “profits” (ibíd: 134).

A partir de una aparentemente neutra transacción económica, los empleadores usufructuarían de los servicios de las trabajadoras no sólo al inscribirlas en un

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