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"Viajes que despetaron mis 5 sentidos": propuesta de traducción de una mezcla armoniosa entre reportaje, novela y diario de viaje.

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Academic year: 2021

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Corso di Laurea specialistica

in Interpretariato e Traduzione

Editoriale, Settoriale

Tesi di Laurea

"Viajes que despertaron mis 5 sentidos":

propuesta de traducción de una mezcla

armoniosa entre reportaje, novela y diario de

viajes.

Relatore

Ch. Prof. Luis Luque Toro

Laureando

Giulia Destro

Matricola 821641

Anno Accademico

2012/ 2013

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The only true voyage of discovery, the only fountain of Eternal Youth, would be not to visit strange lands but to possess other eyes, to behold the universe through the eyes of another, of a hundred others, to behold the hundred universes that each of them beholds, that each of them is.

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Ringraziamenti

In primo luogo, il mio ringraziamento va al professor Luis Luque Toro per avermi accompagnata e supportata durante tutto il percorso di tesi, fornendo gli strumenti necessari per ottenere una formazione di qualità, e alla professoressa Claudia Caburlotto, punto di riferimento a livello professionale e umano, ma soprattutto fonte di stimoli per il futuro.

Punto centrale nella mia vita è la mia grande famiglia di cui non potrei proprio fare a meno: Flavia, Enrico, Elena, Alessandro, Riccardo e Federico. Con voi cresco ogni giorno e in voi ritrovo i valori che vorrei tramandare a quella che sarà la mia famiglia. Grazie Federico per essere il miglior compagno di “viaggio” di sempre.

Seguono poi tutti gli amici, vicini o meno, nuovi o vecchi, che sono per me costante imprescindibile nella quotidianità. Gli amici di sempre, quelli conosciuti a scuola e all’università, le mie fidate consigliere, coloro con cui ho condiviso il mio cammino scout, quelli delle avventure insieme tra Murcia e Madrid, i marosticensi, le pallavoliste e gli amici del Dr. Why.

Voglio ringraziare inoltre Elena, l’autrice, la quale non ha mai smesso di credere in me e l’incontro con lei è stato a dir poco prezioso, soprattutto per quanto riguarda ciò che mi ha trasmesso per diventare una persona migliore e stare bene con me stessa.

Infine, ma non per importanza, sento di dover menzionare la mia Comunità Capi che mi accoglie e sostiene sempre, sebbene io “ne abbia sempre una”, e tutto il mondo scout in generale, perché se sono quella che sono, è soprattutto merito di tutte le esperienze di vario tipo e genere vissute in questi sedici anni.

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Sommario

Abstract ... 5

Introducción ... 6

VIAJES QUE DESPERTARON MIS 5 SENTIDOS ... 12

Introducción ... 13

India y los colores del Ganges ... 15

VIAGGIO ALLA RICERCA DEI 5 SENSI ... 56

Introduzione ... 57

L’India e i colori del Gange ... 59

Epilogo ... 98 COMENTARIO TRADUCTOLÓGICO ... 100 1. La autora ... 101 1.2. La obra ... 103 2. Análisis léxico-semántico ... 105 2.1 Neologismos ... 105 2.1.1 Préstamos y extranjerismos ... 106 2.1.2 Falsos amigos ... 111 2.1.3 Realia ... 114 2.1.4 Fraseología ... 119 2.1.5 Registro ... 124 3.1 Análisis morfo-sintáctico ... 130

3.1.1 Los marcadores del discurso... 130

3.1.2 Preposiciones y verbos con preposiciones... 134

3.1.3 Sufijos y prefijos: la formación de palabras ... 137

3.1.4 Perífrasis verbales ... 140 3.1.5 Verbos de cambio ... 143 3.1.6 Tiempos verbales ... 145 3.1.7 Oraciones de relativo ... 147 4.1 Técnicas de traducción ... 148 Conclusiones ... 158 Glosario general ... 161

Glosario sobre la cultura indiana ... 165

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Bibliografía ... 167 Bibliografía consultada: ... 170 Diccionarios ... 171 Diccionarios en línea ... 172 Sitografía ... 173 4

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Abstract

The present work consists of a possible translation from Spanish to Italian of the chapter “India y los colores del Ganges” extracted from the book “Viajes que despertaron mis 5 sentidos” by the Spanish author Elena García Quevedo, and its textual analysis.

At the beginning of this work, you can find the original text and right after its translation. With respect to the analysis, there will be an introduction about the author, the experience that brought her so far and a brief description on her previous work and her style. Afterwards we propose an opening of the book in order to give a summary and a complete view of the chapters regarding the travels that Elena undertook to newly discover herself, her way of facing her life and her perception of her own five senses.

We dedicated the following section to the lexical and semantic analysis, which has a great importance in this kind of work: as a matter of fact, we highlighted the contrastive aspects between the two languages and the way they deal with the concept of culture in translation. We studied the “realia”, those words that cannot be translated, false friends, idiomatic expressions and the register. The next part of the analysis is about syntax and morphology, and you will find examples and bibliographical quotation of the main researchers in the field of translation, applied to the concepts of discourse markers, verbal tenses, periphrases, prepositions and relative clauses.

The tools needed to realize this work were dictionaries, articles and manuals about the theory of translation, books about India, Nepal, their culture and religion, and web pages about the author as well as her previous works, and interviews.

This project gave me the opportunity to ask myself the same questions that the main character does, therefore my aim is to recreate the same sensations to an ideal Italian reader in order to fully enjoy this amazing trip.

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Introducción

A la hora de empezar a pensar en el trabajo de tesis, consulté con los profesores para conocer las posibilidades que tenía para concluir mi carrera universitaria. Lo pensé mucho, sin embargo quise aceptar el desafío de la traducción ya que me daba la posibilidad de saborear el mundo del trabajo, empezar a entender cómo funciona y cuáles son las reglas que los aspirantes traductores deben respetar. Entonces, ¡a comenzar! Pero, ¿con qué?

Cuando Daniel, el protagonista de “La sombra del viento” de Carlos Ruiz Zafón, visita por primera vez el Cementerio de los Libros Olvidados, se le pide que escoja un libro, que lo adopte, y que lo haga permanecer en vida.

Jamás había oído mencionar aquel título o a su autor, pero no me importó. La decisión estaba tomada. Por ambas partes. Tomé el libro con sumo cuidado y lo hojeé, dejando aletear sus páginas. Liberado de su celda en el estante, el libro exhaló una nube de polvo dorado. Satisfecho con mi elección, rehice mis pasos en el laberinto portando mi libro bajo el brazo con una sonrisa impresa en los labios.1

Octubre-noviembre 2012.

En una época distinta, a través de Internet y sin polvo, esta es más o menos la génesis de este trabajo. Después de mucho buscar entre varias tipologías de libros y manuales, choqué con esta obra en la página web de la editorial Viceversa. Leí la sinopsis y la ficha técnica, me llamó la atención, entonces lo “hojeé”, decidí seguir pulsando “empieza a leer”. La introducción me cautivó totalmente, era como si el libro mismo me hubiera elegido a mí, como a Daniel, y no el contrario, pues no pude hacer más que comprar el libro. En un primer momento, fue difícil encontrarlo desde Italia, sin embargo yo misma continuaba mirando la página web, leyendo y volviendo a leer una vez y otra la descripción, las entrevistas y los enlaces sobre la obra y la autora, hasta que conseguí llevármelo en casa a través de Amazon y una editorial de Roma.

1 Cfr: RUIZ ZAFÓN, C. (2001): La sombra del viento, Barcelona, Editorial Planeta S.A., p. 18

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Como se puede imaginar, tardé unos dos días en leerlo todo de principio a fin, y me sentí satisfecha. Sabía que era precisamente lo que estaba buscando, o sea un libro que tuviera que ver con los viajes, el turismo, otras culturas y que me dejara algo, buscaba un texto del que aprender cosas nuevas cada vez que lo iba a leer. Un libro que te cambia la vida, que te hace reflexionar sobre lo que estás haciendo. Y era él. Viajes que despertaron mis 5 sentidos. Viajes que iban a despertar mis 5 sentidos.

El paso siguiente fue contactar a la autora, Elena García Quevedo, quien ha sido muy amable y disponible en concederme esta oportunidad, en primer lugar, en segundo lugar contestando a mis preguntas en vivo durante nuestro encuentro en Madrid y siendo una presencia importante, fiable, una fuente de inspiración, ánimo y apoyo durante todo el trabajo.

Con una sonrisa casi de incredulidad en los labios, rehice mis pasos hacia la universidad para la aprobación del director del proyecto y el tutor, lista y deseosa de empezar este camino, de adoptar el libro y no solo hacer que permanezca en vida, sino dar la oportunidad a lectores italianos de que se entusiasmen como me ha ocurrido a mí. Además es una pena que la autora todavía no se conozca en Italia, no solo por este libro sino también por los demás que son igualmente profundos e interesantes, tanto para los lectores como para los traductores.

Finalmente, llegó el momento en el que tuve que decidir cuál era el capítulo y el sentido que analizar. Pasé por Egipto, con sus perfumes y olores, Colombia, escuchando la naturaleza, Turquía, percibiendo a través de la piel, España, descubriendo sabores olvidados del norte, pero la tradición y los colores de India me han encantado. Los ojos son la parte del cuerpo humano que me representa mejor, la vista es el sentido que utilizo más debido a que soy muy observadora, por consiguiente, el libro mismo había elegido por mí una vez más.

El presente trabajo se compone de dos apartados principales: el primer está constituido por el texto original y en seguida la traducción al italiano propuesta, mientras que en el segundo encontramos un comentario sobre la traducción.

Como se ha señalado anteriormente, el capítulo objeto del proyecto es sobre India, su cultura y su tradición, y ha despertado mi interés por ser tan diferente con

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respecto a las culturas italiana y española que tienen mucho que compartir; en cambio, el mundo hindú es totalmente diferente a partir, por ejemplo, de la religión, pues se ha decidido profundizar en ello.

Por lo que concierne al comentario, al principio encontramos una breve descripción de la autora y de la estructura de la obra en su totalidad para dar una imagen completa, un fondo, que explique cómo se desarrolla, cuál es el objetivo, y las experiencias de la autora que la han llevado a este texto. Más adelante, sigue el análisis léxico-semántico, segmento al que se ha guardado bastante espacio ya que, hablando de realidades que tienen diferencias radicales con respecto a las culturas que comparten el tronco latino, es conveniente detallar esas peculiaridades como, por ejemplo, bindi, el puntito que llevan las mujeres en la frente, sari, la ropa de las mujeres, paria, la casta de los que están al margen de la sociedad, kumari, las diosas-niñas. Algunas de estas palabras han llegado en todo el mundo, y es curioso, asimismo, ver que las lenguas meta las incorporan de manera totalmente distinta o, a veces, ni las incorporan. Acabamos de decir que español e italiano comparten mucho, pero este es un aspecto de contraste: la lengua española tiende a “españolizar” lo extranjero, a adaptarlo a su misma cultura, mientras que la lengua italiana lo absorbe tal y como es, como en los ejemplos a continuación. En origen, el dios se llama Vishnu, la ciudades se llaman Kathmandu y

New Delhi, y tenemos un Buddha; para los españoles existen Vishnú, Kathmandú, Nueva Delhi y Buda, y para los italianos, Vishnu, Kathmandu, New Delhi y Buddha.

No solo, sino se ha notado una gran variedad de casos en los que en el texto español encontramos lemas pertenecientes a la lengua misma, sin embargo en la traducción al italiano nos damos cuenta de que este idioma no tiene términos propios sino otros extranjeros: el moño, los italianos lo llaman chignon a la francesa, los vaqueros son los

jeans y la puerta de embarque es el gate.

En esta sección, encontramos los que se conocen como los “falsos amigos” entre ellos uno de los más afamados, burro cuya traducción correcta en italiano sería asino, porque esta misma palabra significaría mantequilla; o puestos que no se traducen con

posti, sino con bancarelle.

Encontramos también los “realia”, esos términos que se introducen en el texto y en la traducción sin alguna modificación, este es el caso de bel baha, en la cultura hindú

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se trata del matrimonio entre una niña y un árbol para asegurarle la fertilidad, o ashram, un lugar de meditación.

Siguiendo, hablamos de fraseología y locuciones, estos elementos que proceden de la cultura, en nuestro caso la de la autora, entonces española, como: guiñar un ojo, o

calvar la mirada, que serían respectivamente fare l’occhiolino e fissare lo sguardo; de forma rotunda, categoricamente o a carcajada, a crepapelle.

Como conclusión se trata el tema del registro ya que por su variedad, está la presencia de términos y expresiones informales o que pertenecen a la lengua oral, como

nena, o pandilla, en combinación con otros de nivel estilístico más elevado como bombax de Malabar o bastoncillos.

Después del análisis léxico-semántico, se ha proporcionado un análisis de las características morfosintácticas presentes en el texto de partida y la solución propuesta en la traducción. El primer capítulo es sobre las partículas que proceden de la lengua oral y enriquecen el dialogo, o sea, los marcadores del discurso (entonces, hale y sabes). A continuación se hablará de todo el mundo de las preposiciones, desde los verbos con preposiciones hasta los sustantivos y los adjetivos con preposiciones, ya que constituyen uno de los puntos de más contrastes entre dos lenguas tan afines como son español e italiano, señalamos unos ejemplos aquí: basarse en, devoto de, honor a, que corresponden a basarsi su, devoto a, onore di.

El tema siguiente es el de la formación de palabras, en particular nos centraremos en los sufijos y los prefijos, que por su conexión con el aspecto de la cultura, tienen forma y significado distintos con respecto a la lengua de llegada; el sufijo

–illo no existe en italiano, y según el contexto puede tener tanto significado diminutivo

como despectivo, el sufijo –ito conlleva un matiz de afectividad, y el prefijo re-, en cambio, no es tanto frecuente como en italiano.

Además, se ha dedicado parte de este análisis a las perífrasis verbales, que como en el caso de las preposiciones, conllevan significados implícitos y se necesita prestar atención a la hora de traducirlas. Se ha tratado también el tema de los tiempos verbales

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que, si en español su uso es bastante distinto entre ellos, en italiano encontramos diferencias notables según la procedencia regional y el estilo.

Terminamos el apartado sobre la morfología y la sintaxis con las oraciones relativas, tema que desacredita la analogía total entre la lengua origen y la meta: la construcción española no corresponde con la italiana que admite más posibilidades como la implícita con participio pasado e infinitivo.

En un trabajo de este tipo no puede faltar una referencia a las técnicas de traducción empleadas a lo largo de todo el texto, desde la adaptación cultural, hasta la modulación y la transposición basándonos en los manuales de los más apreciados teóricos de la traducción.

Para desarrollar y llevar a cabo este proyecto se han aplicado dos tipos diferentes de métodos, uno para la traducción y el otro para el comentario. Ante todo se ha leído bien el texto, se ha elegido el fragmento que proponer y se han buscado textos paralelos para comprobar la existencia de soluciones traductivas ya aceptadas; este tipo de búsqueda ha sido fundamental también para acercarse a la cultura hindú, y sobre todo a la religión cuyos rasgos distintivos no comparten mucho con la religión católica mayoritaria en España e Italia: en efecto, el hinduismo es politeísta, las oraciones se rezan también a través del arte y de las pinturas de los dioses que se dibujan con objetos y animales que representan sus fuerzas, los monjes rezan tocando tambores de metal, hay diosas en carne y hueso y se le da mucha importancia a la naturaleza. A fin de proporcionar al lector inexperto de esta cultura una correcta interpretación del texto original, han sido fundamentales las imágenes de los ritos y de las pinturas, y los libros relativos.

En cuanto al comentario, dado que se refiere y justifica la traducción, se ha elegido un método de análisis inductivo, o sea, a partir de las peculiaridades del texto original, se ha investigado y se han avanzado propuestas de traducción y equivalentes que se han explicado en dicho análisis. Parte imprescindible del comentario es, pues, la de los ejemplos que se han extraído del libro, su traducción propuesta, una descripción y la bibliografía concerniente.

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En la elaboración del texto, tanto en la fase de traducción como en la de análisis, nos hemos valido de recursos bibliográficos que han sido una base sólida de resolución de dudas. Para entrar en el mundo hindú desde una perspectiva turística, se han utilizado los guías de Lonely Planet y Touring Club que proveen una gran cantidad de información sobre todos los aspectos de la cultura, en especial sobre las divinidades y las fiestas típicas. Se han consultado los padres de la traducción para el esqueleto del análisis del comentario y de los problemas traductivos, especialmente “Stylistique comparée du français et de l’anglais. Méthode de traduction” de Vinay y Darbelnet, para la transposición y la modulación, y “Teoría y práctica de la traducción” de García Yebra. Para las referencias gramaticales encontramos los artículos de la “Gramática Descriptiva de la Lengua Española” de Ignacio Bosque para diminutivos y oraciones de relativo en español, la “Grande grammatica italiana di consultazione” de Salvi y Vanelli para el italiano, y la Enciclopedia Treccani tanto para la formación de palabras como para el uso de los tiempos verbales.

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VIAJES QUE

DESPERTARON MIS 5

SENTIDOS

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Introducción

Ésta es la historia de un viaje que me ha cambiado la vida, mi forma de relacionarme con el mundo como mujer y con mi propio cuerpo; es la historia de una aventura impresionante que me ha transformado.

En mis primeros viajes me di cuenta de que la mayor parte de las ciudades grecorromanas dedicaban su día a día a una diosa distinta y cada diosa era única, pero todas enseñaban a sus fieles el compromiso de entregarse a la vida con lo mejor y lo peor. Todas marcaban distintos caminos para encontrar la plenitud como mujer. Supuse que durante miles de años millones de mujeres peregrinaron por los templos para pedir amantes, hijos, aventuras, razones para seguir con vida y, ante todo, el equilibrio suficiente para afrontar cada reto, al igual que ahora cuando la gente camina hacia Santiago.

En estos viajes descubrí que cada templo antiguo tiene música y danza, colores y olores, sabores que se usan para curar; también he aprendido cómo las mujeres podemos sentirnos bien con nosotras mismas a través de los sentidos. Muchas religiones creen que cada sentido es una puerta para el alma, también que el cuerpo es la forma más directa de llega a lo invisible.

Y todo esto me ocurrió en el mejor momento o en el peor. Mi vida hacía aguas, acababa de salir de una relación que por poco me lleva por delante, y tenía la sensación de que se me había olvidado lo más importante en el arte de vivir o, quién sabe, que quizá no lo había aprendido jamás. Por encima de todo, necesitaba disfrutar, pasarlo bien, y para mí el viaje era la mejor manera de hacerlo. Así es que cuando me pregunté cómo recuperar las ganas de vivir, sólo supe que me apetecía imitar a las peregrinas, explorar los sentidos y conocer a mujeres de distintas culturas para preguntarles por los ingredientes para sentirse bien, plena, satisfecha.

De regreso a casa, investigué y descubrí que aún había pueblos cuyas mujeres se consideraban herederas de antiguas matriarcas que no habían olvidado el poder de los

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sentidos. Así empezó este libro de viajes de cinco capítulos –uno por cada sentido- y, sobre todo, comenzó la aventura que me ha llevado por todo el mundo para encontrar paraísos perdidos, mujeres descendientes de culturas matriarcales, secretos para explorar lo sensitivo.

He seguido la ruta del Nilo del Egipto faraónico y los egipcios nubios me enseñaron a usar los perfumes para despertar el corazón. En Colombia las mujeres indígenas me empujaron a escuchar la voz de la tierra, sentir al planeta como parte de mí misma y buscar el equilibrio en los sentidos. Viajé por las antiguas ciudades matriarcales de Anatolia, en Turquía, donde el tacto me dio claves para recuperar la seguridad. Cuando llegué al norte de la península ibérica, donde permanece viva la herencia matriarcal celta en muchas mujeres, recuperé los sabores de mi infancia. En India y Nepal los colores que acompañan a las diosas, prostitutas sagradas y viudas me enseñaron a reconocer y limpiar las heridas.

A lo largo del camino he descubierto la fuerza de la luna en las propias emociones, los ciclos de la tierra reflejados en mi cuerpo, la forma en la que mi sexualidad marca cada día. Pero, ante todo, he descubierto mi vínculo con las mujeres de todo el mundo.

El resultado es este libro de viajes sensitivos por cinco paraísos, guiada por mujeres que me han hecho vislumbrar mi propia fuerza, la necesaria claridad, la seguridad perdida y cómo encontrar el equilibrio.

Al igual hacen los fieles en los templos cuando se les conceden sus deseos, doy las gracias a los hombres que he conocido en el viaje y me han devuelto confianza, a las diosas, vírgenes y ancianas que me han recordado pedazos olvidados de mí, a los guías visibles e invisibles que han abierto las puertas de cada etapa del camino y a las editoras que con su trabajo han hecho posible este libro. Tengo la sensación de que todos se han sumado al viaje para recordarme el hermoso regalo que es la vida y la magia que lo envuelve todo.

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India y los colores del Ganges

Acabo de aterrizar en el aeropuerto de Tribhuvan, que está a ocho kilómetros de Katmandú, y desde aquí iré a India. Sigo la ruta de Oriente para encontrarme con las únicas diosas de carne y hueso del mundo, las viudas que dejan sus hogares, las putas sagradas y la herencia de las mujeres que vivieron hace miles de años en una sociedad matriarcal donde la sexualidad fue clave espiritual y fuente de fortaleza. Entonces esto era tierra de mujeres, de shaktis o devis, de diosas, y aquí quedan vivos ciertos ritos que dicen tener el poder de devolver la fortaleza femenina que tanto necesito para mí. Por algo mujeres como Indira Gandhi, primera ministra de India de enero de 1966 a marzo de 1977, o la científica, filosofa y escritora Vandana Shiva, icono de la lucha pacífica por la naturaleza, acreedora del premio Nobel Alternativo en 1993, proceden de esta cultura. Durante las próximas semanas voy a dedicarme a vivir a través de mis ojos para volver a ser un poco niña, un poco diosa, un poco puta y dejar a un lado ese algo de viuda que también arrastro.

Acabo de sellar el pasaporte. Es mediodía y esto es un caos. Las maletas están en el suelo entre cajas, hatillos, bolsas de miles de colores; hay flores en las cabinas de los policías, en la calle hay ofrendas a los dioses y huele a incienso. Los colores de vestidos y saris que tengo de frente son tan variados e intensos que salta a la vista que en este lugar mirar no es sinónimo de ver. Aquí los colores de la ropa significan algo, las señales que todos llevan en la frente significan algo, las pulseras y pendientes significan algo; designan raza, casta, estado civil, etnia y, si apuramos, hasta el lugar en el mundo al que puede aspirar a llegar cada persona. Las novias se visten de rojo, que es el color de la feminidad, pero también es el color de la sexualidad y de la transformación. Las viudas visten de blanco, que es el color del luto. Cada color se asocia a una zona del cuerpo y los usan hasta para curar.

India y Nepal son dos piscinas de colores en las que voy a sumergirme porque ya es hora de despertar mis ojos y volver a sorprenderme.

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A medida que los ojos registren las nuevas imágenes que voy a tener delante, las pequeñas células fotosensibles –bastoncillos y conos- se impresionarán de nuevo. Mi objetivo es conseguir limpiar la mirada en este viaje. ¿Cómo? A la manera de los pintores franceses del siglo XIX, como Gauguin, que clavaba la mirada en una caja negra hasta sentir los ojos descansados. Esa es la forma para recuperar el vívido color de los sueños, que sólo se cumplen cuando logramos verlos y nos enfocamos en ellos, según dicen los maestros de todas las religiones.

-Ni lo dudes, Elena. Ve a India y hártate de mirar, pero ten en cuenta que todo es tan bello que se te abren los poros de par en par.

-Me gusta la idea.

-Ya me lo dirás; hay tanta belleza como dolor, peto todo entra al mismo tiempo-me ha dicho David, un amigo que estuvo varios tiempo-meses aquí.

-¿Entonces?

-Entonces vas a ver cosas que no has imaginado jamás. Abre bien los ojos y sé consciente de que nadie vuelve a ser la misma persona que cuando se fue.

No sé por qué, pero cuando David me dijo esto me dio por pensar en algo que decía mi terapeuta para ayudarme a entender y a arreglar el caos en el que mi vida se había convertido:

-Elena, la vida es un juego de espejos. La gente a la que conocemos y los lugares que visitamos en realidad sólo son una forma de ver lo que tenemos dentro. Si buscas la guerra, tienes guerra dentro, si ves paz, hay paz dentro de ti. Así es que cuando veas algo que te gusta mucho o que no te gusta nada abre bien los ojos porque también habla de ti.

Ganesh y el color rojo

En cuanto atravieso la salida del aeropuerto, un joven me besa en los carrillos como un padre, me pone los collares de flores que lleva en la mano y, tras guiñarme un ojo, me espeta que, tal y como él me ve, me quedaría mejor el color rojo.

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-¿No voy vestida de forma apropiada? -le pregunto mientras caigo en la cuenta de que llevo poncho y gorro verde.

-El rojo en Nepal es el color femenino. -Ah, ¿sí?

-Sí, y yo me llamo Ganesh -me informa.

Mientras salimos me doy cuenta del calor que hace, veo a los monos que gritan sobre los árboles, mientras decenas de taxis y mototaxis esperan rodeados de un aire denso. Al fondo están los gigantescos picos del Himalaya y me siento bien.

Ganesh es un joven guapo, de ojos negros, que trabaja como diseñador gráfico. Se mueve como una ardilla y, por lo que me han dicho en Madrid sobre él, tiene la llave de todo y de todos. Nos conocemos porque a veces trabaja para las televisiones internacionales. Si quiero, me va a acompañar estos días por Katmandú, capital de Nepal, situada en el valle del mismo nombre.

-Quiero -le digo.

Así es que nada más salir tomamos un coche, colocamos la mochila en el maletero y avanzamos hacia el valle de Katmandú en dirección al corazón exacto de la ciudad, donde viven las únicas niñas diosas de carne y hueso del mundo. ¿Para qué vamos a esperar más? En cuanto nos metemos en el vehículo aprovecho para enterarme de que estoy a 1.400 metros sobre el nivel del mar, muy cerca del Everest, entre las ciudades de Patán y Bhaktapur, cuyo legado arquitectónico, junto al de Katmandú, es patrimonio de la UNESCO. A medida que avanzamos por la zona más vieja de la capital nepalí, parece que los colores de las diferentes razas y religiones conviven sin dificultad, también que la historia permanece en pie. Junto a la carretera, los templos budistas e hinduistas se alzan aquí y allá, también hay mezquitas, yeshivas o iglesias. A primera vista todo parece en paz. Sin embargo, no hay que creerse todo lo que una ve. Los ojos a veces engañan y esta tranquilidad sólo es aparente. En la última década, Katmandú, centro neurálgico de Nepal, se ha desangrado. La historia reciente de Nepal no es un dulce manto de rosas, sino más bien una tragedia griega. Según algunos, en 2001 la familia real casi al completo murió a manos del príncipe heredero, quien

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intentó suicidarse después. El joven dejó, de respirar en el hospital después de ser coronado rey. Aunque la causa de este asesinato múltiple no está clara, sí se sabe que cuando el príncipe Dipendra estudiaba en Londres se enamoró de una aristócrata nepalí que no gustaba a su familia. A los cuatro años de la masacre, Gyanendra, el nuevo rey y tío del príncipe, disolvía el gobierno y asumía todo el poder ejecutivo, lo que desembocó en una serie de manifestaciones que solicitaban la renuncia del rey. Después llegaron las revueltas en las calles, las elecciones y la república, y el partido comunista consiguió el poder. La historia de este pedazo de mundo ha girado en los últimos diez años, pero tras el caos viene la paz.

Y la pequeña diosa Kumari, que, entre otras muchas cosas, simboliza la energía que lo crea todo -la energía que impulsa la vida y lo transforma todo con la fuerza arrolladora que esto implica-, sigue y ha seguido en el palacio-templo en el que lleva cientos de años, más allá de guerras, rebeliones y asesinatos, viviendo en los cuerpos de las niñas elegidas. Esta diosa es escogida mediante un rito por tener treinta y dos virtudes místicas y un horóscopo que se complementaba exactamente con el del rey.

-¿En qué piensas? -me pregunta Ganesh, poco antes de llegar a la plaza Durbar, donde está el palacio de la diosa viviente.

-En si además de ser diosa, también es niña. -Sí, una niña inocente.

La diosa Kumari y la etnia newar

Es media mañana, y me siento como una marciana en el centro de Katmandú. Las calles parecen una autentica fila de hormigas rojas que avanzan entre los coches atascados en dirección a la gran plaza Durbar, y nosotros seguimos a la corriente. Aquí está el antiguo palacio real, y en su centro se levantan una decena de templos hinduistas en forma de pagoda, con ventanas y decorados tallados en madera. Hay estatuas que protegen los templos y monos que saltan por los techos. Las niñas de unos ocho años van maquilladas y llevan el pelo recogido en moños; también veo grandes platos dorados con plátanos, y papayas. Sobre las paredes medievales de madera cuelga un

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gran cartel con la imagen de otra niña. Como debo de haberme quedado atontada al verlo, Ganesh se apresura a decir:

-Son las niñas de la etnia newar, de la casta sakya, y se casan con la naturaleza. - ¿Cómo es eso?

-Sí, la festividad del bel baha es el matrimonio entre una niña preadolescente y un árbol, para que ella sea fértil.

-¿Y la fotografía que cuelga de la pared?

-Es la diosa Kumari. Pero en Nepal todas las niñas son consideradas pequeñas diosas y son respetadas y adoradas en sus casas como tales. Para nosotros es muy importante la inocencia incorrupta que cada una de nuestras niñas representa. Cada una de ellas es la diosa en su casa.

En la pared del palacio medieval de la plaza destaca la gigantesca fotografía de la niña diosa que observa con gesto solemne e hipnótico enfundada en su traje rojo. Tiene los ojos pintados de negro, los labios rojos, el pelo liso recogido en un gran moño del que cuelgan hilos dorados y un gesto digno, maduro, elegante; como si una persona adulta y con clase se hubiera metido dentro de ella. Y lo ha hecho, al menos eso creen aquí.

-Ella es Kumari -insiste Ganesh-. Felicidades, acabas de encontrarla. - ¿No hay forma de verla de cerca?

-Solo sale un día al año y cuando es una urgencia; así es que vas a tener que conformarte con esto - dice Ganesh, pero mientras mi joven amigo habla, un pequeño grupo de personas hace ondear la bandera maoísta frente a mí con gesto de triunfo.

La visión me saca del éxtasis. El rojo del martillo y la guadaña me devuelve al presente de la capital de uno de los países más pobres del mundo en cuanto a productividad. Pero este hecho es incapaz de definir a un pueblo tan complejo y singular como este. Y no sé por qué, me fijo en el rojo del vestido de la niña diosa y en el rojo de

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las banderas comunistas, y me da por agradecer a todo lo divino y lo humano haber visto todo esto nada más llegar.

El templo de la diosa

Es en esta plaza Durbar de Katmandú en donde vive la pequeña diosa. El sitio es impresionante. El templo de la Kumari -el Kumari Bahal- llama la atención entre el gigantesco conjunto arquitectónico de madera, donde, por lo que me cuenta mi amigo, algunos edificios ni siquiera tienen un clavo de metal. A la puerta de su palacio dos ancianas de manos estropeadas venden postales con la diosa. Tras ellas hay dos leones de piedra que guardan la puerta de entrada, pero yo decido pasar. Dentro hay un patio de columnas, y la luz que cae con dureza sobre el atrio me seduce lo suficiente coma para sentarme aquí a la espera de no sé qué. Pero sé que detrás de la puerta de madera esta la niña a la que adoran los fieles desde que tenía cuatro años como la reencarnación de la verdadera diosa viviente, Taleju o Durga, en su forma de virgen. Aquí vienen a traerle ofrendas, pedirle deseos, consejo, ayuda. Aunque hay otras Kumaris en todo Nepal, la más importante es la que vive en este templo. Kumari significa «virgen» en nepalí. Y la Kumari es una niña que aún no ha llegado a la pubertad y cuya familia está dentro de la comunidad newari. Es venerada tanto por hindúes como por los budistas nepalíes. Por lo visto, a los cuatro o cinco años tiene que superar una serie de pruebas y ser capaz de demostrar que no es una niña normal' sino la reencarnación de la diosa, que permanece en ella hasta poco antes de la primera menstruación, o cuando sufra una enfermedad o un accidente por el que derrame sangre. Durante más de cinco años vive en el palacio alimentada por una comida ritual; y o puede salir sin permiso. Pero una profesora cada día viene desde el colegio para enseñarle matemáticas, lengua, literatura, inglés y todas las asignaturas que aprende cualquier niño nepalí.

Llevo un buen rato sentada en el escalón de la entrada del palacio, y en cuanto llega la profesora de la diosa le pido que se siente conmigo y que podamos hablar. ¡Me mata la curiosidad! Se llama Sarjeena Singh, debe de andar por la treintena y parece estar dedicada en cuerpo y alma a la enseñanza. Viste de manera occidental, tiene el pelo largo, los ojos castaños y ni siquiera se ha puesto un bindi rojo en la frente, que es

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un punto que se dibuja en el sexto chakra y que significa «sabiduría oculta», o un sindoor rojo o anaranjado que es un cosmético que se usa para marcar la raya del pelo, que es la raya con la que las mujeres hindúes dicen que están casadas. Lleva un abrigo, zapatos negros de tacón, una carpeta, una cartera con libros y un bolso; y en cuanto le pregunto por la diosa, Sarjena me contesta:

-Es una niña normal, inteligente, responsable y atenta, que hace sus deberes y aprende matemáticas.

-¿Por qué es una diosa?

-Es la niña y es la diosa -me dice antes de mirar su reloj, ponerse de pie, sonreír como si quisiera disculparse, abrir la vieja puerta de madera por la que no puedo entrar y perderse en el interior del templo. ¿Pero qué tiene esta niña que todo Nepal la considera una diosa?

-¡Venga! ¡No podemos quedarnos aquí todo el día!

Hay un montón de cosas que tienes que ver -me apremia Ganesh.

Fuera del templo la gente se mueve en la plaza a lo largo de un entramado de cincuenta palacios de varios pisos que guardan el secreto de la historia nepalí. Junto a templos construidos de madera con tejados que, a la manera tradicional de Oriente, terminan en punta. En las plazuelas las vacas permanecen tranquilas, y las palomas comen el trigo que los fieles dejan en el suelo. Aquí están los templos de gran parte de las diosas del panteón hindú. De entre todos ellos, me llama la atención un edificio de varias plantas de- dicado a Taleju Bhawani, la diosa madre, cuyo nombre en el resto del mundo hindú es Durga, «lo invencible». Y antes de llegar a él me entero de que es una señora diosa que tiene diez brazos, monta un león, lleva armas que le han dado el resto de los dioses y una flor de loto. Es autosuficiente, compasiva, feroz, paciente y tiene sentido del humor. Durga es la diosa guerrera que venció a los demonios después de que los dioses masculinos fueran derrotados. Y venció riéndose. La adoran como a la madre, y es capaz de tener compasión y ferocidad al mismo tiempo. Compasión para amar y amarse, para ayudar y ayudarse, pero también la ferocidad necesaria para poner límites, defender la justicia, lo que ama, y proteger lo que cree. ¡Cuánto tengo que aprender de

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ella! Así es que cierro los ojos y le pido a Durga que me nutra con su risa y su fortaleza, que me enseñe a poner límites necesarios, pero también que me de fuerza y pasión para luchar por lo que deseo. Cuando me doy cuenta, Ganesh sigue con su explicación:

-Este templo lo construyó el rey Mahendra Malla -uno de los reyes pertenecientes a una de las dinastías más destacadas en la historia de Nepal por su labor constructora y cultural- porque, según la leyenda, la propia diosa se lo pidió. La puerta principal está custodiada por la figura del dios Hanuman.

A media mañana paseamos mientras mi guapo compañero me pone al día de la plaza Durbar de Katmandú, que es como hacerlo por la historia nepalí desde el siglo m, y de todas sus diosas y dioses. Muy cerca están los templos que Pratap Malla construyó en 1649. Él era un poeta, un filósofo y un aficionado a las artes. Los templos están dedicados al dios Krishna y a Kali. Ella es una diosa mujer, patrona de la destrucción y la creación, del nacimiento y la muerte; la diosa que enseña los contrarios, que no existe la luz sin la oscuridad. También vamos al templo construido en el siglo XVIII por Bahadur Shah, que gobernó como regente durante casi una década y puso en pie el templo de Shiva y de su esposa Parvati, cuya planta baja está consagrada a las diosas. De hecho, por lo que se, Parvati es la diosa de la fecundación y su yoni, que es la representación sagrada hindú de la vagina, es adorado en miles de templos.

-El culto a estas diosas conecta con la antigua adoración de la madre tierra, que es el símbolo del poder generador y reproductor de la naturaleza.

De pronto deja de escuchar a Ganesh; veo nuevas banderas maoístas que ondean par todos los lados como abejas a la entrada de un panal, que parecen querer decir que observe y abra bien los ojos. Camino y veo una gran calle entre los templos de madera, me alejo un poco más y veo vendedores de globos de colores junta a niños que suplican a sus padres que les compren uno, me alejo hasta volver a llegar a la puerta del Kumari Bahal y veo unas escaleras donde hay jóvenes vestidos de manera occidental que se besan, madres que acunan a sus hijos, improvisados puestos de frutas, de pañuelos de colores, de especias. Detrás de ellos están los edificios gigantescos con cientos de años de antigüedad y una carretera que no cesa de vomitar coches. Observo un poco más y hay un restaurante desde cuya azotea los turistas toman fotografías; también hay un

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hotel, vendedores de flautas de colores y todo tipo de instrumentos musicales de cuerda. Hay un hombre que corta el pelo a otro que se mira en un espejo clavado en un árbol. Pero entre tanto juego de formas y colores me llama la atención un tiesto en el que crece un pequeño rosal. En este instante las imágenes de mi infancia y juventud se agolpan en mi memoria.

Al igual que me ocurre cuando uso mi cámara fotográfica dando prioridad a la apertura de plano en vez de enfocar un solo punto para componer la fotografía, ahora tengo la sensación de que mis ojos durante muchos años se han quedado prendidos en lo que les llamaba más la atención sin caer en la cuenta de dónde estaba el eje de mi vida.

Los ojos funcionan como una cámara fotográfica y aman la novedad, pero a veces olvidan la belleza de lo imprescindible, de lo cercano, de lo pequeño, de todo aquello que los mantiene con vida.

Son las doce de la noche en un hotel de cuatro estrellas situado a las afueras de Katmandú. Estoy cansada por tanta impresión y exhausta de preguntas, pero como no puedo dormir he abierto las cortinas de par en par y he comenzado a observar al otro lado de la ventana a los bebes mono que se acurrucan sobre el pecho de las madres, que duermen. Llega el canto de los grillos, de las chicharras, las sirenas de algunos caches de policía lejanos. No hay muchas luces encendidas y veo las estrellas con bastante nitidez, que tienen una composición algo distinta al firmamento que conozco.

Entonces decido conocer algo más sobre la diosa y su casta newar, que resulta ser de la misma casta que Sidharta Gautama, el Buda. Los newaris dominan la economía nepalí, su nombre significa «ciudadanos del valle de Katmandú», y es gente menuda, de tez pálida, ojos almendrados, nariz graciosa, que practican el budismo y que, aunque son muy buenos .en el arte del comercio, gozan de ciertos privilegios y ayudas estatales por ser considerados indígenas. También están los madhesi, indígenas habitantes de las llanuras de Terai, o los buhoneros ambulantes sobre los que la tradición cuenta historias a los niños. Hay musulmanes, jainistas y cristianos. Pero siempre hay castas que dividen a las etnias, cuyos individuos se reconocen entre si par esos detalles de los colores, las ropas, la forma de ir por la vida seguros de cuál es su papel y sin molestas preguntas. Los nepalíes saben la historia de cada persona, su credo y hasta la posición social a la

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que aspiran por su nombre y sus apellidos. Son una sociedad ordenada donde cada uno tiene su lugar, y salir de él es como morir. Sin embargo, el viejo mundo tradicional convive con la televisión y las nuevas tecnologías, y los protagonistas de las series norteamericanas o de Bollywood adornan las carpetas que los jóvenes llevan a la universidad.

Por supuesto, la mayoría desde niños suelen saber el dios y la diosa a los que rinden culto, y en la adolescencia ya han aprendido que papel les corresponde en la sociedad. En especial con la casta de los brahmanes, que es la casta a la que pertenece mi amigo Ganesh. ¡Una casta sacerdotal hindú! Los brahmanes aquí tienen negocios relacionados con el turismo, el cine, la comunicación.

Otra forma de rezar

Ganesh es la unión perfecta entre la sociedad nepalí y la occidental. Un hombre guapo, que tiene veinticinco años, enamorado de una joven de su casta que trabaja en la joyería del hotel a la que nunca ha besado por convicción. Es tan delgado, enjuto, y tiene la mirada tan radiante que, pese a sus pantalones vaqueros, su español y sus DVD de música occidental, salta a la vista que pertenece a la incómoda casta sacerdotal. Esa casta que tiene la facultad de obligarte a que tú misma te hagas preguntas a las que solo tú puedes responder.

Ganesh ha venido al hotel a primera hora y, tras decirme «namasté» y «hola» como acostumbra, me ha invitado a subir en un taxi. Después de conducir por la carretera que va hasta el centro, el conductor ha comenzado a avanzar por callejuelas de tierra sin asfaltar, sin agua corriente y, quizá, sin luz; calles donde las vacas caminan, los hombres transportan a pulso a viajeros y casi siempre huele a incienso. De pronto, Ganesh se ha quedado mirando pequeñas telas de colores que ondean en el aire como banderas sagradas, me ha dicho que son oraciones escritas en sánscrito para que el aire las haga llegar a los seres del mundo invisible y ha mandado detenerse al conductor.

Llegamos a un templo budista. Cerca crece el hibisco, las jacarandas, flamboyanes, flores rojas de bombax de Malabar, y huele a incienso. Esta es una calle

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normal de Katmandú, y esta mañana la gente se mueve con prisa; así coma también los padres de la niña Kumari, que venimos a ver.

Nada más bajar del coche, hay una rata del tamaño de un gato aplastada en el suelo en la que nadie repara. Pero también hay ropa colorida que cuelga de algunos balcones, casas viejas con tejados de madera que parecen dientes de tiburón y carromatos empujados por hombres delgados que transportan flores, naranjas, sacos con patatas, plátanos amarillos.

La vieja casa de los padres de la Kumari es un edificio estrecho de tres plantas que se alza en una esquina. Dentro, su abuela reza en una pequeña sala amueblada con un armario, un colchón en el suelo y dos sillas de madera. Sobre la pared esta la foto de la pequeña diosa. Mientras el padre nos da la mano y nos invita a sentarnos, la madre nos trae un té y desaparece del todo. Surendraman Shakya es un hombre joven de no más de treinta años, con rasgos tibetanos, delgado y con esa mirada nublada de las artistas que emplean demasiado tiempo y energía en enfocarse en los pequeños detalles. Sin embargo, después de hablar con Ganesh, Surendraman me mira abiertamente a los ojos y comienza a hablar:

-Ser los padres de la diosa Kumari es una bendición para la familia -traduce Ganesh antes de que el hombre continúe-. Nuestra niña también es una niña lista, guapa e inteligente.

-¿Cómo soportan que su hija crezca lejos?

Entonces el hombre me mira como si supiera que, de momento, soy incapaz de entenderlo y, en vez de contestarme, se pone de pie, desaparece un instante y regresa con una pintura. Surendraman se dedica a cuidar de un templo y a pintar tankas, que son las imágenes de los dioses, al igual que antes lo hizo su padre y el padre de su padre.

-Todo en mi vida es una oración. Pintar estos tankas es rezar; mezclar los colores es rezar; dibujar es rezar; y con cada cosa que hago, rezo. Con mis pinturas otros encuentran el camino de la oración -nos dice mientras extiende la imagen de una diosecilla verde en el suelo para que podamos contemplar el cuidado que ha puesto en los detalles.

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-Lo que yo pinto no sólo es hermoso; es sagrado porque es un rezo y una meditación.

-Pero usted también es un artista. ¿O no?

-Para mí lo importante es rezar, al igual que lo fue para mi padre, cuyos lienzos también compraron extranjeros de Estados Unidos y otros países.

El hombre se queda en silencio mientras mira el trabajo que tiene entre las manos como si quisiera que ahondáramos en el rostro de la diosa, las flores que lleva entre las manos, el minúsculo detalle con el que ha hecho los pétalos. Se trata de una diosa Hamada Tara Verde, buda femenina y madre de todos los budas en la que los budistas encuentran consuelo para superar las trabas de la vida, romper las cadenas del miedo y liberarse. Diosa de la compasión, del amor incondicional, de la creación.

El joven padre de la Kumari ha rezado tanto a esta imagen que tiene las puntas de los dedos verdes de tanto pintar. Intento sentir la emoción que siente el hombre cuando con- templo la imagen, pero, de momento , sólo veo una muñeca sentada sobre un loto que emerge de un lago, que sostiene una flor abierta en dos botones, lleva joyas y un rubí en el centro de la frente. Una hermosa muñeca, eso sí.

-Es Tara, la gran madre -me dice, como si supiera que yo aún no puedo sentir lo que veo, pero mi cabeza si puede memorizar este instante y rescatarlo del olvido cuando llegue el momento.

-Tara -insiste-. Diosa de la compasión.

Entonces me tiende la mano para despedirse como si lo hubiera dicho ya todo, y para hacerme saber que también vende sus valiosas obras a los occidentales.

-Nice to meet you -se despide.

Nada más salir a la calle, antes de que el taxi venga a recogernos, Ganesh me mira, me guiña un ojo antes de hablar:

-¿Te has dado cuenta? -¿De qué?

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-De que este hombre ha pasado meses rezando a la compasión. Tienes idea de por qué ha dejado que su única hija sea la Kumari?

Conforme nos alejamos caigo en la cuenta de lo que significa que Surendraman rece a través del sentido de la vista, también de que su obra me recuerda mucho a los mandalas budistas que he vista en los centros de meditación algunas veces. Por lo que sé, representan lo grande y lo pequeño, el microcosmos y el macrocosmos, dios y yo misma.

La vista es un camino para orar en Nepal , y no sé por qué me da por acordarme de lo bien que me siento cuando observo un rio en un bosque virgen, un valle verde desde una montaña, un campo de cereal de Castilla, el desierto del Sahara en la Gran Duna o el mar índigo del cabo de Gata. A veces, cuando todo carece de sentido, me da por irme a una colina a las afueras de mi pueblo para, simplemente, observar cómo pasan los pájaros, cómo cambian las nubes, cómo se mueven las hojas de los árboles. Mis ojos me permiten olvidarme de todo y perderme en la inmensidad mientras medito.

Hubo un tiempo en el que decidí buscar un lugar donde nadie ni nada pudiera dañarme, pero descubrí que no bastaba con estar en paz. Debía entrar en la vida y ser parte de ella; ser un color más.

El templo de los monos y la oración a la feminidad

De niña me preguntaba por qué a nadie se le había ocurrido introducir en la escuela una asignatura que enseñara a vivir, a tomar decisiones y a decir que si y que no. ¿Para qué me servían las matemáticas si yo ya sabía lo que necesitaba? ¿Para qué? Sacaba buenas notas, pero yo era una pregunta constante; lo cuestionaba todo. Al crecer seguí igual. Deje a mi primer novio porque, aunque era el hombre perfecto, yo necesitaba responder a mis preguntas; deje mi pueblo porque necesitaba responder a las preguntas; deje mi primer trabajo porque necesitaba responder a las preguntas. Y me entraron las prisas por responderlas. A los veinte años tenía constantes cambios de humor. ¿Qué me pasaba? ¿Qué hacía mal? ¿Por qué no había forma de que esto de vivir

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funcionara para mí? Mi vida era un tren cargado de incertidumbre que me arrastraba, pero al pararme para entender su recorrido, se destruía una y otra vez.

Pero encontré una gran maestra zen Hamada Ana María que me dijo que o me ponía a meditar, o iba a ser una infeliz eterna, lo cual no estaba mal ni bien, pero tenía sus desventajas. Y al pasar el tiempo le di la razón.

Así es que después de pasar unos minutos con serios problemas para respirar tras mi crisis de ansiedad, después de pasarme una semana llorando, después de darme cuenta de que no me hacía ilusión estar viva, lo vi muy claro Y mi vocecita interior me dijo: «Nena, ponte las pilas, que esto de estar viva está bien. Hale, levántate y haz algo». Y lo hice. Comencé a meditar, y mis emociones cambiaron.

Por eso cada día de mi vida procuro sentarme en un cojín y cierro los ojos mientras dentro hago el vacío. Este bálsamo visual me reduce todo tipo de penas, miedos, nostalgias, pérdidas y paranoias. Cuando medito, entro en un túnel de luz que me alegra y me devuelve la seguridad en mi misma. Es mejor que una película, que upa taza de chocolate sin azúcar ni leche, y casi tan bueno como un beso en los labios. Meditar no es rezar, sino callar la mente, hacer el vacío y encontrar dentro de ti el universo. Pero en cuanto dejas de meditar llega el caos.

Estoy sentada en el taxi y se me debe de notar lo que pienso, porque desde que hemos arrancado Ganesh no ha dejado ni un segundo de mirarme y sonreír, como si pudiera escucharme los pensamientos. Ahora, sin darme tiempo a decir nada, me suelta:

-¿Quieres meditar?

-Sí. Necesito estar en silencio en algún lugar. ¿Cómo lo sabes?

-En Katmandú hay muchos ashram donde te recibirían, pero sé que hay un lugar donde vas a encontrar lo que buscas por ti misma.

-¿Qué lugar?

-En el templo de los monos o Swayambhunath. Prepárate, preciosa. Allí lo vas a ver todo un poquito más claro -me dice mientras se baja del taxi, me guiña un ojo y

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suelta un beso en el aire a modo de despedida-. Suerte en el viaje. Ya nos veremos en otro momento.

Son las cinco de la tarde y el taxista corre contra el sol por las cetrinas calles de Katmandú hasta llegar al gran templo budista de los monos, que se alza con árboles y pájaros al final de una escalera con miles de peldaños llenos de monos con mal genio. Subo con rapidez mientras dejo atrás fuentes, parejas que se hacen fotos, vendedores de cuencos tibetanos, instrumentos musicales, mandalas, budas, shivas, incienso, música para meditar; y, ¡por fin!, antes de la puesta del sol estoy en lo más alto de Swayambunath. ¡Esto es impresionante!

El templo de los monos esta al oeste de la ciudad y su nombre tibetano significa «sublimes árboles», por las muchas variedades que se encuentran ahí. El templo tiene una variedad de santuarios y templos, un monasterio, un museo y una biblioteca. La estupa tiene los ojos de Buda y las cejas pintadas. Se trata de uno de los templos más importantes entre los lugares de peregrinación budista. Y uno de los más hermosos.

De pronto, en la cima, escucho el canto de un mantra que se repite con voz angelical: «Om mani padme um, om mani padme um, om mani padme um»; es el canto más sagrado del budismo y dice algo así como «alabanza a la joya en el loto», un canto a la femenina flor del loto, a lo más íntimo que hay en mí y en el universo. Hay monjes que caminan vestidos de rojo, hacen girar oraciones de metal y se sientan para observar el sol. Los imito, me siento y, como abro bien los ojos para que me entre todo; al cabo de dos minutos estoy mejor. Pronto soy como el sol y me siento mucho mejor. En el verde valle de Katmandú, que se extiende a mis pies, la bruma se evapora. El sol es una gigantesca naranja sobre el verde horizonte y el azul del cielo que poco a poco convierte las nubes en antorchas doradas.

Inspiro y espiro, inspiro y espiro, inspiro y espiro; por un instante encuentro la paz, el vacío, la nada. Mi mente sólo repite: «Om mani padme hum, om mani padme hum». Cuando el sol desaparece tras el horizonte, aparece la primera estrella. Aprender sobre la vida es mirar como los sueños salen de la niebla de la mente. Vivir es ser parte de las formas mientras cantas tu propio «om mani padme hum». En este instante en el

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que me siento tan afortunada por estar aquí pese a mis dudas e inseguridades, sé que solo puedo curarme cuando sea capaz de ver que quiero y quien soy.

Cuando tomas una fotografía con una cámara analógica, hay que tomar tiempo para medir la luz, escoger el diafragma, hacer foco. Es el corazón el que te pide disparar en el momento preciso.

Bhaktapur, los astros y la mujer diosa

No llevo siquiera una semana en Katmandú y tengo la sensación de que mis ojos no descansan jamás ante tanto colorido, tanta belleza, tantas razas, tantos templos y tanta información. Así es que esta mañana, mientras Ganesh y yo avanzamos hacia la ciudad de Bhaktapur, entre filas de barberos que sostienen sus espejos en las pastes de luz, me doy cuenta de que mis ojos aman lo nuevo, pero se acostumbran rápidamente. Voy a conocer a una antigua niña diosa que ahora se llama Harsha Laxsmi.

Nada más ponernos en marcha, abro la guía y en un segundo me entero de que Bhaktapur significa «ciudad de los devotos», que fue la capital de Nepal con la dinastía malla hasta la segunda mitad del siglo XV y que está pegada a Katmandú, a 13 kilómetros al este de la capital y a l.400 metros de altitud.

Por la ventana el aire trae el olor a leche fresca y a acido yogur, que aquí se toma en cuencos de barro. La ruta de las caravanas entre China, Tíbet e India ha pasado durante miles de años por esta ciudad, que es rica y que está acostumbrada a comerciar. Tiene unos setenta mil habitantes y, nada más llegar, parece una pequeña aldea con gigantes edificios de madera.

Solo entrar por la puerta de la plaza Durbar de Bhaktapur -muchas plazas en Nepal se llaman «plazas Durbar» y lo que cambia es el nombre de la ciudad-, decorada con motivos sexuales del Kamasutra, he mirado el cielo azul dos segundos antes de sumergir mis ojos en la algarabía de color de la plaza. ¡Esto es un sueño! ¡Cualquiera con una cámara de fotos se puede volver loco aquí! En cada rincón pasa algo importante. A la puerta de la casa de la Kumari Harsha Laxsmi, hay un palacio construido por el rey Jitamitra Malla con cincuenta y cinco ventanas al exterior,

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llamado el Palacio Dharmasala. Muy cerca de aquí está el templo dedicado a la diosa Taleju y el santuario de la diosa Kumari, custodiado por monjes budistas, donde Harsha Laxsmi vivió encerrada muchos de sus primeros años de vida. Hay una especie de estanque, mujeres con saris verdes o rojos que lavan sus largas melenas junto a la fuente, otras se peinan al sol y las gotas de agua mojan a los ancianos. Guapos y fibrosos jóvenes que descansan bajo el sol del mediodía. Niños que corren detrás de otros niños. Hombres que se acarician. Ancianas sentadas al sol. Vendedores de flores rojas, frutas, zapateros que martillean clavos, conductores de carros amarillos que pedalean, ancianos que despachan dulces. Un hombre guapo se lava los dientes en la fuente y una mujer hermosa lava la ropa de seda. Sobre todos se alzan las casas, la madera de los balcones, el palacio.

De pronto, se abre la puerta de madera de la casa de la antigua diosa y aparece una bella mujer de pequeña estatura de unos sesenta años que, peinada con un moño y vestida con un sari verde, tiene el porte digno de cualquier rema.

-Welcome to my home- dice, y nos invita a entrar a una casa con una puerta de madera, escaleras que son tablas y un gallinero.

La pequeña mujer parece flotar con elegancia hasta que llegamos a una habitación con dos camas separadas por una cortina y una mesa. Tres grandes dioses hindúes adornan las paredes, pero también hay fotografías de Nueva York, anuncios sacados de revistas europeas, un espejo. Hay una mesita de madera, tres sillas y grandes ventanas por las que entra con fuerza la luz.

El mundo en el que Harsha vivió como diosa era muy distinto a este. La mujer tiene los ojos almendrados, las manos finas y una forma de sonreír que la hace parecer etérea, como un pajarillo que aletea sobre una flor. Pero en cuanto abre la boca rompe el velo y le sale toda la fortaleza que hay en ella.

-Si hubiera tenido una hija, no la presentaría para que fuera diosa -me comenta-. No le deseo a nadie lo que yo pase, y menos a mi hija.

- Tan difícil es ser una Kumari?

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-La vida hubiera sido mucho mejor si no lo hubiera sido. Salí muy marcada y tarde muchos años en recuperarme. Eres una niña, pero como diosa no hay espacio para la infancia -explica Harsha a medida que su mirada alegre parece perderse en el pozo del infinito.

Nos sentamos en torno a una mesa camilla junto a una ventana por la que entra la luz con fuerza. La mesa tiene faldas que la hacen acogedora; también una libreta y una botella roja de coca cola, que en un segundo logra sacarme del ensueño. Las voces de los niños llegan desde la calle. Mientras observo la estancia, Harsha me cuenta que las niñas Kumaris siempre crecieron con un estigma que pocas veces lograban superar. Como no iban a la escuela ni jugaban con otros niños, crecían sin saber afrontar las pequeñas pruebas de la vida. Además, existía la leyenda de que sus maridos morían pronto. Así es que la mayoría se quedaban solteras en Nepal, apartadas de la sociedad, marginadas. Hoy las cosas son distintas y las niñas diosas estudian, van a la universidad cuando crecen y, aunque sobre ellas aún pesa el estigma, tienen poder sobre sus vidas.

-Si pudiera dar marcha atrás no sería Kumari -dice ella, budista de nacimiento y casada con un médico hindú, cuyos dos hijos viven en Estados Unidos. Harsha cada mañana trabaja en un hospital y por la tarde va al centro de salud de la ONG creada por el matrimonio para ayudar a los desfavorecidos, que son mayoría en Bhaktapur.

Han pasado más de cincuenta años desde que vivió como diosa, pero el recuerdo está presente. Ella rompió la maldición tras aceptar la vida en soledad entregada a los demás y se convirtió en enfermera. Para Nepal ya era mayor para casarse, y consiguió ser una mujer independiente en una sociedad ordenada, donde todos tienen su lugar y vivir es más difícil para una mujer sola. Pero este pajarillo que tengo enfrente hizo de su maldición la oportunidad de ser ella misma. Y, si se casó, fue por amor.

-¿Cuál es tu mejor recuerdo?

Harsha baja la cabeza y se hace el silencio en la habitación.

-Lo tengo olvidado, hace tanto tiempo de aquello que se me ha borrado por completo.

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-¿Por qué crees que te tocó ser diosa?

-Eso me pregunto. ¿Por qué yo? -cierra el comentario mientras da un sorbo al vaso de coca cola que acaba de servirse y, con la elegancia de una diosa, me devuelve la sonrisa.

A media mañana acompañamos a Harsha hasta el hospital en el que trabaja, donde se pierde entre la gente. Pero deja tras ella una estela de elegancia, como un colibrí que se mueve en un jardín de flores.

Al verla, es difícil imaginar que durante nueve años de su vida jamás llevó zapatos, el rey se inclinó para besar sus pies sagrados y todos creyeron en su don para aliviar el dolor y curar. Las parejas estériles le pedían hijos; funcionarios, burócratas y políticos la visitaban; y todos la agasajaban con comida y regalos. Cada uno de sus movimientos era una señal: si la diosa se frotaba los ojos, alguien moriría pronto; si lloraba o reía a carcajadas, alguien caería enfermo; pero si permanecía impasible, los deseos eran concedidos.

El día en que se convirtió en una simple mortal, tuvo que dejar el templo con una moneda de oro y un pedazo de la tela roja real coma {micas recuerdos. Ahora Harsha cobra una pensión de seis mil rupias, ama su vida y su trabajo; y aunque tiene hijos, aun la llaman Kumari o, lo que es lo mismo, virgen. ¿Quién ha dicho que ella dejó de ser una diosa? ¿Acaso ha cambiado su horóscopo? Yo no lo creo. Desde luego, es lo más cercano que he conocido jamás a la divinidad. Y coma durante toda una mañana ni ha estornudado, ni se ha tocado los ojos, ni se ha reído a carcajadas, ni le ha dado por llorar, interpreto nuestra entrevista como una señal de que se me han concedido todos los deseos que pedí al llegar a Nepal.

-¿Cuál es tu deseo? -le pregunto a Ganesh.

-Besar a mi novia, y que en algún momento de tu vida empieces a quererte lo suficiente para que consigas ser feliz.

Los besos de Ganesh y el horóscopo

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Ganesh jamás ha besado a su novia ni a ninguna otra mujer. Aunque se parece a Keanu Reeves, ha crecido al amparo del sexo cinematográfico de Hollywood, tiene Facebook y chatea con gente de todo el mundo, hasta el día de su boda el no besara a su novia. Sin embargo, es un hombre moderno y también lo es el tipo de relación que tiene. Ganesh está con su novia por amor en un país donde los padres arreglan las parejas y los astros las bendicen.

En India y Nepal, el horóscopo rige la vida, los negocios, las bodas y hasta el día en el que conviene gestar una nueva criatura al servicio del dios Shiva. Los astros deciden quien puede optar a ser Kumari y el muhûrta -o mejor momento- para concretar matrimonios, negocios, operaciones, viajes... Si los astros dicen que una pareja es compatible habrá boda, pero, de lo contrario, los novios pueden olvidarse. Cada día los periódicos serios interpretan las noticias en clave astrológica, y todo el mundo mira las estrellas con la fe de que en ellas está escrito su destino, el de su familia, el de su casta y el de todo el país; también en los eclipses, asteroides o cometas que cruzan el cielo.

En la Universidad Hindú de Benarés está el Departamento de Astrología, encargado de dictar las normas astrológicas, publicar efemérides y calendarios para fijar las fiestas basadas en el mes lunar. ¡Impresionante! Soy leo, ascendente piscis, y algunos años mi amiga Bea me regala la revisión de mi carta astral por mi cumpleaños. Lo lee para mí, lo comenta y, aunque a los cinco minutos se me ha olvidado, a lo largo del año ella me dice que tal o cual cosa tiene que ver con que Plutón pasa por Piscis, o Saturno por Leo, o la Luna esta en Sagitario. Y aunque no entiendo nada, da gusto ver que para ella todo en la vida tiene sentido cuando mira las estrellas. Y resulta que aquí hay mil millones de personas como Bea. Me pregunto en que momento los hombres y las mujeres se vieron reflejados en el cielo.

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La boda hindú

Como Ganesh piensa en todo y estoy a punto de marcharme, me ha invitado a una boda hindú que se ha cerrado después de consultar a los astros, al sacerdote, y tener la aprobación de los jóvenes novios, que solo se han visto una vez.

Para ir, hemos salido de Katmandú hacia el Himalaya, hemos atravesado unos campos verdes de cereal, hasta llegar a una casa de campesinos. Como aún no ha llegado el novio, el padre se esmera en colocar sillas, altavoces, bombillas, globos y papeles de colores con formas de corazones y estrellas mientras la madre supervisa a las cocineras, que han venido desde otros pueblos para ayudarles hoy. Dos sacerdotes vestidos de blanco dibujan una especie de estrella blanca en el suelo, después le ponen pintura amarilla y roja.

En cuanto me descuido, Ganesh me ha llevado hasta la habitación de Anita, que tiene veintidós años; le encanta la idea de casarse y ha conseguido que el novio jurara que le va a permitir seguir en la universidad. Su novio es policía como manda la tradición, a partir de mañana Anita vivirá con él en la casa de sus suegros. Aunque a mí me daría pavor ser la protagonista de esta boda concertada, en este momento la habitación de Anita es toda una fiesta. Sus hermanas y alguna de sus amigas se ríen con ganas de lo que están a punto de vivir, y también bromean sobre la noche de bodas mientras unas le arreglan el moño, otras le hacen propuestas para el maquillaje y algunas, simplemente, la contempla.

Anita está sentada en el centro con un hermoso sari rojo lleno de velos. Cuando le pregunto por la noche que le espera, me sonríe con timidez porque jamás ha besado a un hombre. Sin embargo, las paredes de su habitación están decoradas con fotografías de modelos, de cantantes, de guapos y guapas jóvenes de diseño. Ella está unida al mundo a través de Internet y de la televisión internacional, con la que aprende idiomas. Ve películas, telenovelas, lee libros de autores internacionales, pero su carta astral y la de su novio son compatibles y eso hace que hoy se case en una boda arreglada.

-¿Cómo es el novio?

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-Guapo, tímido. Hemos hablado poco, pero me gusta. No para de pensar en él-me confiesa-. Estoy muy contenta.

-¿Cuáles son tus planes?

-Terminaré mi carrera en la universidad y dentro de varios años tendré hijos. -¿Tienes miedo?

-No, ¿por qué voy a tener miedo? -¿Preferirías haber escogido al novio tú?

-Mis padres lo han hecho por mí. Ellos tienen más experiencia en la vida que yo. Confío en que me van a dar lo mejor.

A media mañana, una comparsa de trompetas, flautas y tambores llena de música el campo en el que nos encontramos y se abre paso al novio, que llega sentado en la grupa de un burro junta a sus invitados. Anita sale vestida de rojo como una joven diosa para decide su «sí quiero».

Cuando, coma manda su tradición, me arrodillo a los pies de los novios para desearles suerte, me doy cuenta de que ella sonríe de verdad, no se hace ninguna pregunta, no piensa en nada. Cuando tenía su edad, me negué a continuar con ciertas relaciones y mis ojos comenzaron a ver el mundo con una nueva mirada; pero, si no me equivoco, ella también.

Los regalos de Ganesh

Al poco tiempo Ganesh me saca de la fiesta para acompañarme hasta el avión que me va a llevar hoy mismo hasta India. Nada más llegar al aeropuerto me regala un pequeño diosecillo de madera en forma de elefante que se llama Ganesh, como el, y es su dios de la prosperidad. Me contempla con cariño, me besa en la frente y, antes de irme, dice:

-Yo creo que tú eres una shakti.

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-¿Y eso qué quiere decir? ¿Es un piropo?

-Tal vez si y tal vez no. Investiga, pero no mucho. -¡Ganesh!

-Shakti, una verdadera, completa y perfecta shakti -me suelta al tiempo que me guiña un ojo. Entonces atravieso la puerta de embarque.

Así es que en cuanto me quedo sola miro los libros que llevo conmigo y descubro que Shakti representa el principio femenino y que hasta hay una rama del hinduismo que se llama shaktismo o tantra y tiene ritos, cantos sagrados que dicen ayudar a transformar el dolor de la mujer en fortaleza. Para sus seguidores, la sangre mensual se considera sagrada hasta el punto de que muchos de sus devotos acuden al templo de Kamakhya, en Assam, India, donde, según cuenta una leyenda, cayó la vagina de esa diosa mientras bailaba con su amor, Shiva. Dentro hay un templo y una fuente natural con aguas que después del monzón salen rojas por el óxido de hierro; es entonces cuando los devotos beben el agua ritual: la sangre roja de la diosa.

Ellos creen que hombres y mujeres somos duales, que tenemos un lado masculino y otro femenino dentro de cada uno de nosotros y por eso hay que buscar la unión, el equilibrio y la compasión entre ambas fuerzas.

Así que mientras trato de comulgar con mi lado masculino y femenino, el avión despega rumbo a India, a Benarés.

Benarés, la ciudad más sagrada de todo el hinduismo

A pesar de ser Nueva Delhi la capital de India, Benarés es una de las siete ciudades sagradas del hinduismo. Está situada a 742 kilómetros de Delhi y cuenta con más de dos millones de habitantes.

Al llegar, las luces del atardecer pintan de rojo las nubes y estoy como una niña con zapatos nuevos porque por fin he regresado. Jamás he conocido ningún lugar como este. La última vez llegue por carretera y de noche, las luces del centro se dibujaban a lo

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lejos y nuestro coche estaba dentro de un gran atasco porque un puñado de vacas dormían tranquilas en medio de la carretera y los conductores hacían cualquier cosa por no molestarlas.

Benarés es la ciudad más antigua de todo el subcontinente, la que recibe los nombres de Kashi -«la brillante»- Varanasi y Shivapuri -por el dios Shiva-. Aquí siempre está el gran dios hindú y, por supuesto, su esposa Shakti.

Es uno de los principales centros de peregrinación de hinduistas, budistas, jainistas. Quien muere en Benarés queda liberado de la rueda de reencarnaciones en la que creen los más de novecientos millones de hinduistas. Lo cual quiere decir que peregrinos de todo el mundo hindú llegan hasta aquí para recorrer a pie su perímetro, entre ellos, muchos ancianos y enfermos que quieren pasar sus últimos días en la ciudad santa.

Estoy en el noreste de India, en el estado de Uttar Pradesh y a orillas del sagrado rio Ganges. La vida sucede en torno al rio y sus cuatro universidades, a sus templos de todas las religiones y a los crematorios donde aspiran a morir todos los piadosos.

Los libros sagrados hindúes cuentan que Shiva fundó Benarés hace unos cinco mil años, y el viajero budista Xuanzang, en el siglo V a.C., la describió como centro religioso, artístico y cultural. Y hoy también es un gran altar con una leyenda en cada rincón. Aquí creen en los fantasmas, en la energía, en los dioses, en el destino, en el horóscopo y, sobre todo, creen que morir en el Ganges es una forma de decir adiós a la vida y celebrar la muerte para poder liberarse de las reencarnaciones y quedar, finalmente, iluminado.

Me gusta la definición que dio el escritor Mark Twain: «Benarés es más antigua que la historia, más antigua que las tradiciones, más vieja que las leyendas y doblemente más antigua que todas juntas». Y como aquí todos creen que los deseos y las peticiones tienen frutos inmediatos, o me queda más remedio que pedir. Así es que cierro los ojos y deseo ser capaz de verme y ver. Y como la última vez que vine desee regresar para escribir y estoy aquí casi de forma mágica, doy gracias a todo lo divino y humano por haberme permitido volver a la ciudad con más colores del universo, pero también al lugar donde más conmovida me he sentido por ser mujer.

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