Conclusiones
Durante el período comprendido entre los años 1942 y 1950, las relaciones entre Argentina y Estados Unidos se caracterizan por haberse desarrollado en un clima de constantes “ficciones diplomáticas”. Queremos decir con esto que durante los años que nos ocupan se verifica entre los dos países un tendencia notoria, casi exagerada, a “hacer creer” lo más conveniente, una estrategia que en la mayor parte de las oportunidades no condujo a buen puerto, provocando consecuencias que se perciben aún en nuestros días.
Comenzando por la Segunda Guerra Mundial, puede decirse que la actitud oficial de la Argentina durante la misma fue y sigue siendo un tema controvertido. Mientras la opinión pública del país se dividía en un áspero antagonismo entre aliadófilos -partidarios de las democracias occidentales-, y germanófilos -simpatizantes de las potencias del Eje-, el gobierno argentino adoptó una posición de neutralidad que fue sujeta a fuertes presiones por parte de los Estados Unidos para que el país se alineara a la posición del resto de las Repúblicas Americanas con respecto a la política de seguridad y solidaridad del Hemisferio.
Desde la Tercera Reunión de Consulta de los Cancilleres Americanos llevada a cabo
en Río de Janeiro en 1942, en la cual, contrariamente a lo requerido por los Estados Unidos, la
Argentina no prestara acuerdo para romper las relaciones diplomáticas con los países del Eje,
el país del sur mostraría siempre una posición acomodaticia y tibia, no sólo con respecto a los
Estados Unidos sino también a la Alemania nazista. El momento fue decisivo y marcaría las
relaciones posteriores del país con América, que se presentarían tensas incluso luego de la
tardía declaración de guerra contra Japón y Alemania en marzo de 1945, cuando el hecho se
había convertido en condición indispensable para que la nación fuera admitida a la Conferencia de San Francisco que instituiría las Naciones Unidas.
Tanto antes como después de la mencionada declaración de guerra, los gobiernos argentinos que se sucedieron procuraron mostrar una imagen de verdadera ideología neutral a fin de no encontrarse con los países del Eje, cuando en realidad esta neutralidad escondía los reales intereses en beneficios estratégicos y económicos que la Argentina esperaba obtener de la que suponía una victoria para Alemania. Por otro lado, esta ficción diplomática de neutralidad escondía también las innumerables situaciones en las cuales el Gobierno Argentino ofrecía asilo a los criminales de guerra nazistas, hecho del que dan cuenta gran cantidad de documentos diplomáticos de la época conservados en el Archivo Histórico Diplomático del Ministerio de Relaciones Exteriores y Culto de la República Argentina.
Es así como, mientras en un primer momento la razón de la neutralidad fuera clara y abiertamente expuesta a nivel diplomático –la Argentina deseaba continuar con su rol de proveedora de materias primas a Europa y principalmente a Inglaterra- en un segundo momento el gobierno se ocultaba detrás de falsas promesas y actitudes pro-aliadas, cuando en realidad el país entero se había convertido en un centro de espionaje nazista.
Existía ciertamente, detrás de esto, un cerebro –el de Juan Domingo Perón- que aún contando con todas las herramientas para lograr sus objetivos, falló justamente en la manera de utilizarlas, puesto que aún cuando se hizo ya evidente la derrota del Eje, esperó hasta el último momento para definir una posición que le valdría las relaciones futuras con los Estados Unidos, resentidas incluso en la actualidad.
Es que en efecto la intención de Perón era la de mantener una política de neutralidad
tal que le permitiera maniobrar astutamente entre los beligerantes. En un principio, como lo
dijimos antes, esta actitud se debió única y exclusivamente a un interés económico con
respecto a Inglaterra, país que desde hacía bastante tiempo se servía de una buena provisión
de carne argentina. Luego este interés meramente económico se convertiría más bien en una
cuestión estratégica con los alemanes. Si todo funcionaba bien, entonces la Argentina podía
emerger como la gran potencia de Sudamérica, y posiblemente como la leading nation del
mundo Hispánico. Y como durante los años que siguen al 1942 los Estados Unidos resultaban
ser la nación que frustraba las ambiciones de los nacionalistas argentinos, se transformaron en el enemigo número uno.
Pero la opinión pública no atendía sólo al funcionamiento de las relaciones exteriores. Porque es importante recalcar que tanto el obstinado neutralismo de su política externa como el nacionalismo con que coloreaba sus discursos ya desde la Secretaría de Trabajo y Previsión, valdrían al emergente líder Juan Domingo Perón el triunfo electoral de 1946. En efecto, el resultado de los comicios en esa oportunidad se debió en gran parte a la sed de victoria de un sentimiento nacionalista herido a causa de la intromisión del Departamento de Estado Norteamericano en la política interna del país. Esta situación es la que definiría posteriormente las relaciones con los Estados Unidos.
Las opiniones de los diferentes autores con respecto a la posición argentina son diferentes y a veces contradictorias. Algunos –tal el caso de Harold Petersen
1, a quien hemos mencionado ya con anterioridad- evalúan la posición Argentina afirmando que los altos jefes militares del país se negaron “deliberadamente” a situar a su nación junto a las demás repúblicas americanas con el fin de proseguir la guerra (…) imponiendo de más en más a la vida argentina la filosofía autoritaria contra la cual estaban luchando las naciones aliadas. En otro fragmento refiere Peterson textualmente que “aunque compelidos a romper las relaciones diplomáticas con el Eje y por último a declararle la guerra, los argentinos esquivaron hasta el final la participación activa en las hostilidades. Aún con el retorno de la paz, los aventureros militares de Buenos Aires resistieron pertinazmente los esfuerzos hechos por Washington para moderar sus tendencias totalitarias”. Es claro que el autor, aunque no presenta una visión errada del caso, se refiere en modo parcializado a la situación, al relacionar la actitud argentina única y exclusivamente con el totalitarismo del gobierno.
Desde nuestro punto de vista, el totalitarismo del gobierno argentino no funcionaba como causa de la neutralidad, sino en todo caso como complemento o bien como coadyuvante de un nacionalismo que –como la mayoría de los nacionalismos- presentaba una obsesión identitaria que tendía a la pérdida de la libertad individual en pro de la colectiva, y a la masificación de la opinión pública en pro de los intereses del poder.
1Harold Peterson, La Argentina y los Estados Unidos, 1810-1960, Buenos Aires, 1986, Hyspamerica. Vol. II, 1914-1960, pag. 157.
Viendo la situación del lado de los Estados Unidos, es claro que la Argentina de los años ´40 y ´50 representó un acertijo difícil de resolver para los responsables de la política exterior norteamericana.
Entre quienes analizan la posición de los Estados Unidos destacamos el análisis de los periodistas norteamericanos Rout y Bratzel, quienes se refieren a una cita del historiador Bramen que consideramos interesante al momento de analizar las motivaciones de los Estados Unidos. “Específicamente –escriben Rout y Bratzel- una de sus premisas fue que el régimen Fascista en Argentina, sostenido por un despierto y vivo político como Perón, representaba una “amenaza para la paz de las naciones del Hemisferio”. Inteligentemente agregan que “Si se sustituye “la paz de las naciones del Hemisferio” por “los intereses de los Estados Unidos”, entonces la visión de Bramen debería ser considerada brillante
2.
En otro parágrafo los autores aseveran que “La esencial dificultad para los Estados Unidos la constituía el hecho de reconocer que la Argentina no era en absoluto una
“República Bananera”, y que cualquier decisión para forzar un cambio en su actitud y política necesitaría una mejor relocación de los recursos económicos en su favor, una sostenida campaña en toda Latinoamérica y un decidido enfrentamiento con Gran Bretaña. Los disgustos resultantes y las frustraciones fueron evidencia de lo que ocurre cuando los Estados Unidos subvaloran el poder de determinación de la oposición, e intentan obtener mayores ventajas diplomáticas de las “baratijas”.
3Condividimos ciertamente la tesis de Rout y Bratzel, en cuanto es claro que los sucesivos gobiernos argentinos de la época dieron una buena cantidad de dolores de cabeza a los Estados Unidos, que no se esperaban que la perdida nación austral se atreviera a desafiar su tradicional poderío. Sin embargo, creemos oportuno resaltar también que si hubo un perjudicado en esta lucha de intereses entre las dos naciones, ese perjudicado fue la Argentina, que como país evidentemente más débil debió finalmente doblegarse a las exigencias del Norte para poder formar parte de las Naciones Unidas y no quedar absolutamente aislada del resto del mundo.
2ROUT, Leslie (Jr.) / BRATZEL, John: The Shadow War. German espionage and United States counterespionage in Latin America during World War II, Maryland, 1986, University Publications of America, p. 431.
3Op. cit., p. 433.