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EL DRAMA DE LA GUERRA (1914-1918)

Nel documento DON PABLO ALBERA (pagine 107-119)

Don Albera con un grupo de salesianos soldados reunidos en Valdocco para los ejercicios espirituales (Turín, 13 de octubre de 1916

El estallido de la guerra

A finales de julio de 1914 estalló la terrible Primera Guerra Mundial que, en poco tiempo, involucró a las principales potencias mundiales y terminó, solamente, en noviembre de 1918, con el horrendo saldo de nueve millones de soldados muertos y siete millones de víctimas civiles. El 20 de agosto, mientras se desarrollaban las primeras batallas en el frente belga y francés, Pío X, que no había logrado evitar el conflicto, murió abrumado por el dolor. Tras la elección de su sucesor, Benedicto XV, don Albera se

trasladó a Roma. Fue admitido en audiencia el 14 de octubre, acogido con gran afecto por el Papa, mientras la guerra avanzaba desastrosamente y el Consejo Superior decidió posponer el Capítulo General y las celebraciones previstas para el centenario del nacimiento de Don Bosco.

En la circular de enero de 1915, Albera animó a los Cooperadores a multiplicar sus oraciones: «Una horrenda guerra amenaza de sumergir en sangre la prosperidad de muchas naciones hacia las que la Familia Salesiana tiene fuertes vínculos de reconocimiento; por otro lado, las consecuencias del inmenso conflicto paralizan la vitalidad de muchos otros pueblos… Muchos hermanos están envueltos en el torbellino de la guerra, por lo tanto, expuestos a una muerte trágica (y ya hemos llorado muchos muertos); varios institutos, antes felices y florecientes, ahora están vacíos de jóvenes o reducidos a una vida miserable... Por nuestra parte, aterrori-zados por la noticia de la gran conflagración, desde el 2 de agosto comen-zamos nuestras más fervientes oraciones ante al altar de María Auxiliadora invocando la paz; y las humildes súplicas seguirán elevándose cada día, y con fervor más creciente, hasta que agrade a la divina clemencia conce-derlas... El momento es grave: es la hora de una gran expiación social. Dios quiere hacer comprender a los pueblos que su felicidad temporal y eterna está puesta en la práctica de las enseñanzas del Santo Evangelio: cuando lo hayan entendido, no tardará en llegar el día de la restauración de todas las cosas en Jesucristo... Entonces, guardémonos bien, queridos Cooperadores y piadosas cooperadoras, de entregarnos al miedo o al desaliento, pero, en cambio, redo-blemos nuestros humildes esfuerzos para que Jesucristo reine en medio de la sociedad moderna...»1). Solo estaban al inicio del conflicto. El Rector Mayor no podía prever lo que sucedería en los años siguientes, los horrores de los campos de batalla y los lutos que trastornarían a la Familia Salesiana.

El 13 de enero, un fuerte terremoto golpeó la zona de Abruzzo. Entre las muchas víctimas también hubo dos Hijas de María Auxiliadora. Albera escribió a los hermanos: «Inclinemos la frente a la voluntad divina y recemos también por las muchas víctimas de este cataclismo. Pero mi corazón me dice que Don Bosco y Don Rua no estarían contentos solo con esto y, por eso, estoy dispuesto a acoger, dentro de los límites de la caridad que el Señor nos manda, a una parte de los huérfanos supervivientes»2). Estimu-lados por su invitación, los Salesianos actuaron inmediatamente. Ciento setenta huérfanos fueron acogidos en las distintas casas salesianas de Italia.

1 BS 1915, 1-2.

2 LC 171.

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A finales de enero se imprimió el Manual del Director, en el que don Albera venía trabajando desde hacía años, con las normas para ayudar a cada director a «conservar el espíritu de Don Bosco» en su propia casa.

«Este Manual –escribía en la introducción dirigiéndose a los directores–

no solo será de gran utilidad porque, dejando de lado las disquisiciones teóricas, desciende a la vida práctica y te recuerda todo lo que debes hacer para cumplir con tu deber de la manera más ventajosa, para ti mismo y para todos los que dependen de ti; pero también te resultará muy apreciable y, espero, no se quedará sin fruto, porque las exhortaciones, los consejos y las advertencias que contiene proceden de fuentes preciosas». De hecho, son indicaciones que se deducen de «lo que Don Bosco y Don Rua nos dejaron escrito por las normas de los directores» y de algunas directivas del mismo don Albera, sugeridas «por la necesidad de los tiempos y por las nuevas condiciones» de los institutos salesianos3). El volumen se divide en dos partes. La primera enumera las cualidades que deben caracterizar al director, según el espíritu de Don Bosco; estas son: el compromiso de perfeccionarse; el estudio y la observancia de las Constituciones; la obediencia a los superiores; el espíritu de disciplina y de sacrificio; el amor a la pobreza; el estudio de las ciencias sagradas; la vida de fe y el celo.

La segunda parte, aplicativa, presenta los deberes del director hacia los hermanos, los jóvenes y los de fuera. El texto fue enviado a los directores salesianos junto con una carta autógrafa personal de don Albera. A uno le escribió: «Como director de Viedma tendrás la oportunidad de trabajar mucho y también de ayudar a mantener cada vez mejor el espíritu de Don Bosco. Esfuérzate por reproducir en ti mismo las virtudes y la forma de gobernar que, con el ejemplo y la palabra, nos enseñaron Don Bosco y Don Rua. Todo el buen funcionamiento de una casa depende del director. Si algunas casas no van del todo bien es porque el director no tiene la calma, la caridad, la dulzura y la paciencia de nuestros padres. Con algunas deci-siones se estropea en vez de ayudar; con un celo brusco y desigual se alienan los ánimos; con querer a los hermanos demasiado perfectos, se ponen nerviosos y desanimados»4).

Dedicó los meses de abril, mayo y junio a visitar las casas salesianas de Piamonte, Lombardía y Véneto. Al acabar, estaba exhausto. Se vio obligado a tomarse quince días libres en Oulx, en Valle de Susa. Mientras tanto, el 24 de mayo de 1915, Italia también había entrado en guerra junto con la

3 Manuale 4-5.

4 Garneri 314.

Triple Entente. El gobierno inició el reclutamiento militar masivo. Inmedia-tamente fueron reclutados cientos de jóvenes salesianos. En la reunión de los Inspectores europeos, convocada a finales de julio, se decidió reabrir las escuelas, a pesar de las dificultades de la guerra, se habló de la asistencia a los militares salesianos y la movilización de Cooperadores para apoyar obras en grave dificultad económica. Se redujeron las celebraciones previstas para la fecha del centenario del nacimiento de Don Bosco. El 15 de agosto, en el patio de Valsalice, frente a su tumba, se celebró una misa con la partici-pación de mucha gente. Por la tarde tuvo lugar la conmemoración civil. Al día siguiente, junto a la casita de I Becchi, después de la celebración euca-rística, don Albera bendijo la primera piedra del pequeño templo de María Auxiliadora, que quiso erigir como ofrenda votiva para implorar la paz.

Seis meses después del inicio de la guerra, la situación se iba empeo-rando. En la carta circular del 21 de noviembre leemos: «Un número gran-dísimo de queridos Salesianos, entre ellos muchos sacerdotes jóvenes, se encontraron en la dura necesidad de quitarse su hábito religioso para ponerse uniformes militares; tuvieron que dejar sus amados estudios para empuñar la espada y el rifle; fueron arrancados de sus pacíficos colegios y de sus escuelas profesionales para ir a vivir a los cuarteles y trincheras, o, como enfermeros, fueron empleados en el cuidado de los enfermos y heridos. También tenemos, no pocos hermanos en el frente, donde algunos ya han dejado la vida y otros han vuelto horriblemente maltrechos». A pesar de todo, don Albera animaba a todos a continuar su misión con confianza:

«Seríamos hombres de poca fe si nos dejamos vencer por el desánimo.

Demostraríamos que ignoramos la historia de nuestra Pía Sociedad si, ante las dificultades que parecen querer bloquear nuestro camino, nos detuvié-ramos desconfiados. ¿Qué diría desde el cielo, donde nuestro dulce Padre nos mira con amor, si nos viera débiles y desanimados al vernos menos en número para cultivar ese campo que la Providencia ha asignado a nuestra actividad? Oh, recordad, queridos, que Don Bosco nos reconocerá como verdaderos hijos, solo, cuando nuestro valor y nuestra fuerza estén a la altura de las graves dificultades que tenemos que superar. Y este coraje y esta energía que nos es necesaria, debemos sacarla, ante todo, de la piedad…»5).

A principios de 1916, el conflicto se intensificó. Don Albera comunicó sus penas a los Cooperadores: «Crece, de día en día, el número de vidas cortadas por la muerte, y mientras innumerables industrias languidecen

5 LC 182-183.

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y el comercio internacional amenaza con extinguirse –cosa que es muy triste–, se debilita cada vez más, también, ese sentimiento de caridad cristiana y de verdadera fraternidad que debería unir a todos los pueblos...

También son graves las angustia de la Familia Salesiana... Cuando estalló la guerra, vimos a grandes grupos de Salesianos incorporarse a las armas...

¡en varios frentes, alineados bajo banderas opuestas!... Todos soportan con admirable entereza las inevitables penurias de la guerra, y con la voz y el ejemplo tratan de realizar un amplio apostolado del bien entre sus compa-ñeros, no solo en los cuarteles y hospitales, sino también en el frente, en medio de los duros esfuerzos en el campo, en medio del furor del combate y en la misma vida fatigosa de las trincheras». Todo esto tuvo una fuerte repercusión en las obras salesianas: «En parte, hubo que suspenderlas y, en parte, habrían languidecido si los Salesianos restantes no hubieran multiplicado su actividad. ¡Y con qué sacrificios! Interrumpidas tempo-ralmente las relaciones con un gran número de celosos Cooperadores y Cooperadoras, los medios de subsistencia se redujeron y, por ello, a pesar del aumento del trabajo, tuvimos que soportar diversas privaciones. ¡Que también los sacrificios de los hijos y cooperadores de Don Bosco, tanto los que dan la vida por la patria como los que la dedican enteramente en beneficio de los jóvenes más necesitados de ayuda, aceleren el regreso de la paz a la tierra! Ese día continuaremos redoblando nuestros esfuerzos para que los beneficios de la paz sean más rentables y duraderos. Oh, ¡si estas palabras pudieran llegar a todos los Cooperadores y determinarlos, desde ahora mismo, para un trabajo más intenso de restauración cristiana según el espíritu de Don Bosco!… ¡Ánimo, mis queridos Cooperadores!

–concluía don Albera–. No faltan las oportunidades para multiplicar las obras de misericordia corporales y espirituales, especialmente a nuestros pequeños hermanos, es decir, a los jóvenes, y a cuantos necesitan cuidados especiales, que no faltan en estos días. Trabajemos, por tanto, y trabajemos juntos, si queremos lograr más, siguiendo fielmente las huellas de Don Bosco. El Señor no dejará de bendecirnos»6).

El cuidado de los salesianos soldados

A lo largo de los meses, un número cada vez mayor de hermanos se vieron obligados a llevar uniformes militares y partir al frente.

Desapa-6 BS 1916, 2-3.

recida la ilusión de una guerra efímera, además de las iniciativas puestas en marcha el año anterior para apoyar, acompañar y ayudar «moral y materialmente» a los llamados a las armas, el 15 de febrero de 1916, don Albera propuso al Capítulo Superior, una acción más coordinada entre los líderes de la Congregación, los inspectores y directores locales, para el cuidado de los Salesianos reclutados. Se les invitó a mantener una corres-pondencia regular con los superiores y hermanos, para enviar un relato personal detallado a su director cada dos meses. Cada uno recibía, todos los meses, el Boletín Salesiano, acompañado de una carta del Rector Mayor.

La primera de estas circulares mensuales está fechada el 19 de marzo de 1916. Contiene un programa al que se hará referencia constantemente en las siguientes cartas:

«En las santas y fructíferas batallas de la enseñanza fuisteis incan-sables... Ahora la Patria os pide, también, las energías físicas, y habéis respondido con entusiasmo a esta petición, y con la hilaridad, que es habitual en vosotros, estáis dispuestos a hacer cualquier sacrificio. Tanta nobleza de propósitos, tanta gallardía de virtud, os han colocado en un grado, en una dignidad muy altos, de la que derivan nuevos deberes para vosotros. Y son estos deberes los que os recomiendo que tengáis constan-temente delante de vuestros ojos, para ser siempre y en toda circunstancia dignos hijos de Don Bosco.

Por lo tanto, mis amados hijos, procurad santificar todas vuestras acciones viviendo en unión con Dios. Dirigid, constantemente, vuestros pensamientos y vuestros afectos hacia Él, y Él os mantendrá firmes en la virtud, os infundirá fuerza y valor en las horas de depresión y de desánimo; no dejará que os falte, ni por un momento, la energía necesaria para cumplir, con honor, todos vuestros deberes. Quizás no podáis tener mucho tiempo para dedicarlo a la piedad, pero, por eso, debes dedicarlo todo, de modo que vuestra piedad sea una piedad de acción, que engloba e invada, por decirlo así, todos los momentos de vuestra vida.

Que no os turbe el estrépito de las armas; que no os distraiga la novedad y variedad de vida, los continuos sacrificios, que debéis afrontar, que, en lugar de debilitar vuestro carácter, sean en vuestras manos, medios efectivos para fortaleceros cada vez más en la fe, y superar victoriosamente cualquier peligro que pueda socavar vuestra perseverancia en el bien.

Que resplandezcan, además, en todos vuestros actos, la bondad y la dulzura de vuestro ánimo. Este debe ser vuestro carácter habitual; en este carácter habéis sido formados, en él debéis deben perseverar; en él debéis ser el signo que os haga conocer como hijos de Don Bosco. Por eso,

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continuando la tradición de vuestra vida, estad siempre dispuestos para cualquier servicio a vuestros camaradas, sed los primeros en ayudarlos en todas sus necesidades, vean todos resplandecer en vuestro corazón una llama ardiente de caridad que os haga incansables para toda obra buena.

No os faltarán las oportunidades, no las dejéis desaprovechar, es más, aprovechadlas todas, y os aseguraréis las bendiciones del cielo y el amor de vuestros hermanos, de esta manera seréis faros luminosos de buen ejemplo y, casi inconscientemente, haréis un gran bien, imitando al Apóstol, que se hacía todo para todos por ganar a todos para Jesucristo”7).

La incontable correspondencia de los salesianos soldados, conservada en los archivos, demuestra la eficacia de la iniciativa. A través de la carta del Rector Mayor se sintieron unidos en espíritu a la Congregación y a su misión, fueron apoyados moral y espiritualmente, animados a perma-necer fieles a la propia consagración, a mostrarse en todas partes hijos dignos de Don Bosco, modelos de virtud para sus camaradas soldados, apóstoles incansables por el bien de las almas. Un clérigo le escribió a don Albera: «Qué suerte tengo cuando, en momentos de tranquilidad, hojeo sus preciosas circulares. Qué mina de consejos, de fuerza, de ilusión para luchar; qué ardiente deseo de perseverar, de mantener alto y honrado, el estandarte en torno al que nos llamó Don Bosco; qué gozo sentir la conciencia tranquila, un corazón inflamado con cada una de sus buenas palabras. Entonces revivimos nuestra vida. Dormirse por la noche con sus circulares en la mano, y poder soñar con queridos hermanos lejanos, es una alegría entre tanta nostalgia”8).

Otros le confían sus fatigas: «Ayer he recibido su queridísima carta.

La volví a leer afectuosamente y cuanto más la examino, más me siento lejano del mismo espíritu. Oh ¡cuánto se pierde alejándose de la fuente!

Lamento causarle dolor, pero en honor a la verdad es así. Para consuelo de su gran buen corazón, le aseguro que sus consejos y exhortaciones me son de gran ayuda en la lucha por oprimir mis infinitas malas inclinaciones.

Con gran ansiedad espero sus queridísimas cartas que son para mí stella maris y trato de practicarlas, pero, dado el mal terreno y los grandes incon-venientes, casi todo se desvanece pronto. Cuando estoy en reposo, así que disfruto de los medios de nuestra santa religión, me siento revivir, pero esterilizado en línea. ¡Oh, qué sequía!»9).

7 Lm n. 1.

8 ASC B0421101, P. Di Cola, 04.01.1918.

9 ASC B0410679, G. Conti, 20.02.1918

Muchos declaran sentirse confirmados en su vocación entre los horrores cotidianos: «El capellán pasa, frecuentemente, bendiciendo esos cuerpos despedazados por la metralla, esos cuerpos traspasados. Mi oración más común son los innumerables requiem que recito por los queridos difuntos que están a mi lado, apagados por el plomo enemigo. Dicen que la vida militar es un gran peligro para la vocación religiosa. Yo, gracias a Dios, puedo decir que nunca la he sentido tan arraigada, nunca había sentido la necesidad de volver a mi Congregación, entre mis queridos jóvenes, entre mis queridos Hermanos. Siempre recuerdo las queridas solemnidades, los patios ruidosos, las inolvidables horas de la mañana en el templo, las oraciones y los grandes dolores, ¡embellecidos al pie de ese altar! Leo con avidez el Boletín que me llega regularmente, y más todavía sus circulares, Padre amado, que siempre me dan una nueva ilusión de vida, aunque tuviera que leerlas cien veces»10).

«Padre amado, no es la costumbre sino el cariño sincero y la gratitud lo que me empujan a escribirle. Oh, si pudiera volar cerca de usted, abrirle mi corazón, decirle tantas cosas, que le quiero tanto que, por usted, por la Congregación, por el bien, sufro y cumplo con mi deber lo mejor que puedo. La situación es terrible, pero hasta ahora, con la ayuda de Dios, todo ha ido bien. Ánimo, querido superior, en la terrible prueba actual, que le sirva de consuelo saber que los hijos lejanos aprecian cada vez más su hermosa vocación y se sienten cada vez más apegados a la Congregación y añoran el día en que puedan volver a sus queridas ocupaciones»11).

Incluso en los momentos más dramáticos, los Salesianos que estaban en el frente se sintieron reconfortados por la fe, asistidos por la Divina Provi-dencia, dispuestos a ofrecer sus sufrimientos por el bien de la Congre-gación: «Superabundo gaudio in omni tribulatione mea [desbordo de gozo en todas mis tribulaciones] –escribió un hermano sacerdote después del desastre de Caporetto–. Agradezco sinceramente al Señor que me hizo sufrir tanto. Esta para mí es la mejor señal de que el Señor no solo no me olvida, sino que me ama mucho. Y le estoy muy agradecido por eso.

En momentos en que el agotamiento había llegado al punto de hacerme incapaz de tragar un bocado de pan... y mientras decenas de miles de personas, aglomeradas en las calles y plazas de un pueblucho buscaban cómo alimentarse, la Providencia me envió una taza de caldo caliente y de una manera realmente extraña. Deseo asegurarle que nunca olvido que

10 ASC B0420502, E. De Angelis, 28.06.1917.

11 ASC B0440538, E. Provera, 20.04.1916.

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soy hijo de Don Bosco; que como Salesiano sufro de muy buena gana, feliz de hacer la voluntad del Señor en todo, convencido de que mis sufri-mientos beneficiarán también a mi querida Sociedad, a la que amo como mi familia»12).

La enorme pérdida de vidas humanas multiplicaba el número de huérfanos. El 6 de abril de 1916 don Albera comunicó al presidente del Consejo de Ministros la decisión de fundar una casa en Pinerolo para acoger a los huérfanos de guerra: «A pesar de que más de una cuarta parte de mis

La enorme pérdida de vidas humanas multiplicaba el número de huérfanos. El 6 de abril de 1916 don Albera comunicó al presidente del Consejo de Ministros la decisión de fundar una casa en Pinerolo para acoger a los huérfanos de guerra: «A pesar de que más de una cuarta parte de mis

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