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Espíritu de oración

Nel documento DON PABLO ALBERA (pagine 138-144)

A LA ESPIRITUALIDAD SALESIANA

2. Espíritu de oración

Es significativo señalar que el primer tema abordado por don Albera para estimular a los hermanos a apropiarse del «espíritu del venerable Fundador y Padre Don Bosco» fue el espíritu de piedad, que consideraba

9 ASC B0330109, Per le memorie di D. Paolo Albera [1923], ms G. Barberis.

10 L. Cartier en L’Adoption, 20 (1921) n. 214.

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un elemento connotativo fundamental de la identidad salesiana. En la circular del 15 de mayo de 191111), afirmó que la estima universal de que gozaban los Salesianos por su ingenio y actividad en el campo educativo se debía a los abundantes frutos que resultaron de la incansable laborio-sidad de Don Bosco, Don Rua y muchos otros hermanos, así como a la

«rápida difusión de las obras salesianas en Europa y América». Sin duda, tanto ardor y tanto trabajo fueron motivo de honor, prueba evidente de la vitalidad de la Sociedad Salesiana y de la especial protección de la Auxi-liadora. Sin embargo, se sintió obligado a recordar a los hermanos «que esta actividad tan alabada de los salesianos», este «celo», este «cálido entu-siasmo» podrían un día fallar si «no hubieran sido fecundados, purificados y santificados por una verdadera y sólida piedad»12).

A partir de esta inquietud, desarrolló un discurso sobre la necesidad práctica del «espíritu de piedad», ubicándolo en un sólido marco doctrinal inspirado en las enseñanzas de san Francisco de Sales: «Es la piedad la que regula sabiamente todas nuestras relaciones con Dios y nuestras relaciones con el prójimo... Las almas verdaderamente piadosas tienen alas para levantarse hacia Dios en la oración, y tienen pies para caminar entre los hombres por medio de una vida amable y santa». Esta metáfora utilizada por el santo patrón ayuda a los Salesianos a distinguir las prácticas reli-giosas cotidianas del «espíritu de piedad que debe acompañarnos en todo momento, y que tiene como finalidad santificar cada pensamiento, cada palabra y cada acción, aunque no sea directamente parte del culto que prestamos a Dios».

Los ejercicios de piedad son medios indispensables para alcanzar el fin primario que es el espíritu de oración. Es en ellos donde se nutre

«esa relación íntima, ese parentesco inefable que Jesucristo quiso esta-blecer entre él y las almas con el santo bautismo». Sin el espíritu de oración «fallaría ese espíritu de fe, por lo que estamos tan convencidos de las verdades de nuestra santa religión que mantenemos siempre viva su memoria, como para sentir su influencia saludable en todas las circuns-tancias de la vida». Sin él, nos volveríamos insensibles a las inspiraciones del Espíritu Santo, a sus consuelos y sus dones. «Por el contrario, si está bien cultivado, este espíritu asegura que nuestra unión con Dios nunca se interrumpa, de hecho, comunica a todo acto, incluso profano, un carácter íntimamente religioso, lo eleva a mérito sobrenatural» y lo transforma en

11 LC 24-40.

12 LC 26.

un culto agradable a Dios. Solo así es posible transformar el trabajo en oración. Esta es una ley de la vida espiritual válida para todo cristiano, pero sobre todo para aquellos que con la profesión de votos se han entregado sin reservas a Jesucristo, a él han consagrado sus facultades, sus sentidos, toda su vida. El religioso debe poseer el espíritu de piedad hasta tal punto «que lo comunique también a los que le rodean»13).

«Por la gracia de Dios –observa don Albera– podemos contar con muchos hermanos, sacerdotes, clérigos y coadjutores que, en términos de espíritu de piedad, son verdaderos modelos y producen la admiración de todos». Desafortunadamente, este no es el caso de todos. Hay quienes consideran las prácticas de la piedad como una carga e intentan por todos los medios librarse de ella. Así que poco a poco se relajan y se vuelven fríos, «lamentablemente vegetan en una mediocridad de lo más deplo-rable y nunca darán frutos». Es una contradicción: están consagrados, viven y trabajan en una comunidad religiosa, pero sin espíritu interior, sin hacer ningún progreso en la perfección, expuestos a mil tentaciones y en constante peligro de «sucumbir a las seducciones de las criaturas y a los asaltos de las pasiones». La única defensa, la fuerza esencial de los religiosos es la verdadera piedad, que ayuda a «revitalizar nuestro espíritu, para corresponder a la gracia de Dios y alcanzar el grado de perfección que Dios se espera de nosotros»14).

Don Albera es pragmático. Dado que a los Salesianos «se les confía la porción más escogida del rebaño de Jesucristo», la juventud, y su compromiso educativo obtiene buenos resultados, no faltarán ataques de los enemigos: «Debemos estar preparados para la lucha ... solo si el espíritu de piedad nos persuade, podremos sacar fuerzas y consuelo». También sabemos que «todo el sistema educativo que enseña Don Bosco se basa en la piedad»; por lo tanto, si no estuviéramos «proveídos abundante-mente» de este espíritu, ofreceríamos a nuestros estudiantes una educación incompleta. Si «el salesiano no es firmemente piadoso, nunca será apto para el oficio de educador», como demostró Don Bosco, excelente modelo de piedad e incomparable educador cristiano: nota característica de toda su vida y el secreto de su eficacia educativa fue «una piedad ferviente»

combinada con una sincera devoción mariana: «Se habría dicho que la vida del siervo de Dios era una oración continua, una unión ininterrumpida con Dios... En cualquier momento en que acudíamos a él en busca de

13 LC 29-30.

14 LC 30-31.

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consejo, parecía interrumpir sus conversaciones con Dios para darnos una audiencia, y que los pensamientos y los ánimos que nos daba estaban inspirados por Dios. ¡Qué edificación para nosotros escucharlo recitar el Pater, el Angelus Domini»15).

De estas premisas espirituales, don Albera extrae tres sugerencias operativas:

1. «Tomemos el propósito de ser fieles y exactos en nuestras prácticas de piedad»: son pocas y fáciles las que la Regla nos exige, «razón de más para realizarlas con mayor diligencia».

2. «Prometemos santificar nuestras acciones diarias», con frecuentes

«actos de amor, alabanza y acción de gracias», con pureza de intención, con «santa indiferencia hacia todo lo que Dios, a través de los superiores, dispone», con la generosa acogida de los sufrimientos de la vida. Esta es la piedad activa, sugerida por san Francisco de Sales, que nos permite implementar «el precepto de la oración continua» y nos ayuda a evitar

«la gran enfermedad de muchos empleados en el servicio de Dios, que es la agitación y el exceso ardor con el que tratan las cosas externas». Por tanto: «Que los Salesianos sigan dando ejemplo de espíritu de iniciativa, de gran actividad, pero sea esta, siempre y en todo, la expansión de un celo verdadero, prudente, constante, sostenido por una sólida piedad».

3. «Asegurémonos de que nuestra piedad sea ferviente», que se carac-teriza por «un deseo ardiente, una voluntad generosa de agradar a Dios en todo... Estamos vigilantes porque no somos víctimas de esa pereza espiritual, que se horroriza». por todo lo que impone sacrificio”. En la escuela de san Francisco de Sales «tratemos de sazonar nuestro trabajo con una elevación de la mente a Dios, con arrebatos de afecto, para no desanimarnos»16).

3. Vida de fe

Una premisa indispensable para obtener el espíritu de oración es la fe.

La experiencia enseña que «si la fe está viva en un religioso, aunque se arrepienta de algún defecto en su conducta, no tardará en corregirlo, dará pasos de gigante en el camino de la perfección y se convertirá en un instru-mento capaz de procurar la salvación de muchas almas». Este fue el tema de la circular del 21 de noviembre de 1912, elaborada en forma de instrucción,

15 LC 31-34.

16 LC 35-39.

con una primera parte doctrinal (sobre la necesidad de la vida de fe, sus diferentes grados, sus frutos, el valor que da a las acciones humanas, su vínculo inseparable con la oración y la vocación) y un apartado práctico, en el que, tras recordar la fe ardiente de Don Bosco, Albera anima a los hermanos a «reavivar» su fe para dar fecundidad a su ministerio17).

La fe ilumina la inteligencia y permite a los hombres «caminar con seguridad a pesar de la oscuridad y los peligros de este valle de lágrimas».

Nos hace comprender «el propósito por el cual Dios nos creó y la mara-villosa obra realizada por Jesucristo». Nos revela «la belleza de la virtud, la preciosidad de la gracia divina, inspirándonos a horrorizarnos por el pecado, proporcionándonos los santos sacramentos, tantos medios de santificación». Nos hace considerar la vocación religiosa como un don especial, un acto de predilección de Dios por nosotros. Vive por la fe quien cree «resueltamente» en todas las verdades reveladas, con alegría «acoge la luz de la revelación divina y se adhiere completamente a las enseñanzas de Jesucristo, transmitidas a él por la Iglesia, a la que se confía con la sencillez de un niño»18).

El Salesiano es hombre de fe cuando se mantiene constantemente en la presencia de Dios y así «informa y santifica toda su vida». La fe ilumina su mente y su corazón, le atrae las bendiciones del Señor, le ayuda a vencer las tentaciones, a afrontar con fuerza y constancia las pruebas de la vida y las dificultades encontradas en la misión educativa: «Solo con luz de fe y con la intuición de la caridad cristiana podemos reconocer, bajo la figura miserable de los jóvenes pobres y abandonados, a la persona misma de Aquel que fue llamado el varón de dolores... Es la palabra de fe la que nos repite al oído: Cuanto tú has hecho por uno de estos pequeños hermanos, tú me lo habrás hecho a mí». Y es también la fe la que ayuda a superar el cansancio, el desánimo y la ingratitud, «recordándonos que trabajamos para el Señor»19).

Don Albera acompaña estas consideraciones con algunas indicaciones espirituales prácticas: «Quienes viven por la fe se complacen en contemplar a Jesús que habita en sus corazones, ahora glorioso como en el cielo, ahora escondido como en la SS. Eucaristía, y en tal contemplación se le enciende el deseo de hacer más agradable esta morada, decorándola con las virtudes más escogidas. Empieza por vaciar su corazón de cualquier

17 LC 82-100.

18 LC 88.

19 LC 88-93.

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sentimiento de amor propio, vanagloria y orgullo, para que solo Jesús sea el amo absoluto. Se considera un templo vivo del Espíritu Santo; por tanto, cuidará de que este templo no sea profanado por el más mínimo afecto inmundo. Se considerará feliz de carecer no solo de lo superfluo, sino también de lo necesario para no ser discípulo indigno de Aquel que quiso la pobreza como compañera indivisible ... Entonces, sobre todo, se esforzará por mantener vivo el fuego sagrado de la caridad, virtud que nos hace parecernos al mismo Dios». El espíritu de fe se alimenta con la oración ferviente y confiada, con la meditación y la lectura espiritual, con los sacramentos de la Eucaristía y la penitencia, con la visita a Jesús presente en el tabernáculo, con la atención a los más mínimos detalles al celebrar los misterios divinos20).

Luego don Albera pasa a ilustrar las consecuencias operativas de la vida de fe: los Salesianos animados por la fe sentirán crecer en su corazón la gratitud a Dios por haber sido llamados a formar parte de la Congregación;

considerarán la casa donde la obediencia les ha colocado «como la casa de Dios mismo» y la tarea que les ha sido encomendada «como la porción de viña que el dueño nos dio para cultivar»; verán en los superiores «los representantes de Dios mismo»; reconocerán «las constituciones, los regla-mentos, el calendario como tantas manifestaciones de la voluntad de Dios;

acogerán a los jóvenes como “depósito sagrado, que el Señor nos preguntará muy de cerca”; mirarán a sus hermanos como “tantas imágenes vivientes de Dios mismo, encargadas por él ahora de edificarnos con sus virtudes, ahora que practiquemos la caridad y la paciencia con sus defectos”. “¡Oh!

¿Cuándo llegará ese día en que, según la expresión imaginativa de san Francisco de Sales, nos dejaremos llevar por nuestro Señor como un niño en los brazos de la madre? ¿Cuándo, queridos hermanos, nos acostumbra-remos a ver a Dios en todo, en todo acontecimiento, que consideraacostumbra-remos como especie sacramental bajo la que se esconde? Así nos convenceremos de que la fe es un rayo de luz celestial que nos hace ver a Dios en todas las cosas y todas las cosas en Dios” que consideraremos ¿en qué especie sacramental se esconde? Así nos convenceremos de que la fe es un rayo de luz celestial que nos hace ver a Dios en todas las cosas y todas las cosas en Dios” que consideraremos ¿en qué especie sacramental se esconde? Así nos convenceremos de que la fe es un rayo de luz celestial que nos hace ver a Dios en todas las cosas y todas las cosas en Dios»21).

20 LC 93-95.

21 LC 95-96.

La circular termina, como toda intervención de don Albera, con una refe-rencia al ejemplo de Don Bosco. Todo en él estaba inspirado y alimentado por la fe: su dedicación inagotable a la educación cristiana de los jóvenes, su predicación concreta y apasionada, «su admirable Sistema Preventivo», su presencia constante entre los niños, su asistencia incansable. Por último, invita a sus hermanos a la acción apostólica, considerando «el estado de la sociedad actual», donde incluso en quienes se proclaman cristianos

«la antorcha de la fe se ha debilitado tanto que amenaza con apagarse en cualquier momento»; donde «un sin fin de jóvenes asiste a las llamadas escuelas seculares en las que a menudo es un delito pronunciar el nombre de Dios»: quizás en el futuro «tendremos una generación totalmente desprovista del aliento vital de la fe». Este pensamiento debe estremecer a los discípulos de Don Bosco: «El Señor que no elige los medios más mezquinos para realizar las mayores obras», nos ha llamado a cooperar en la restauración de su reino en las almas y se apoya «en nuestra voluntad y en nuestra humilde cooperación... así que pongámonos a trabajar de inmediato; desde hoy nuestra vida es verdaderamente una vida de fe»22).

Nel documento DON PABLO ALBERA (pagine 138-144)