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LA VISITA A LAS CASAS SALESIANAS DE AMÉRICA (1900-1903)

Nel documento DON PABLO ALBERA (pagine 65-83)

Don Albera fotografiado con una delegación de los Bororo (Cuiabá, mayo de 1901)

Argentina, Uruguay y Paraguay

Con motivo del Jubileo de las misiones salesianas (1875-1900) Don Rua encargó a don Albera visitar, como representante suyo, las obras salesianas del continente americano. El viaje duró dos años y ocho meses. Fue una experiencia importante que puso a prueba su resistencia física. Mientras tanto, fue reemplazado en el cargo de Director espiritual general por don Giulio Barberis, con quien mantuvo una relación epistolar constante durante el largo viaje. Sus cartas y las del secretario, publicadas por el

Instituto Histórico Salesiano, son un documento elocuente de lo que se hizo en ese extraordinario y agotador viaje.

Don Albera dejó Turín el 7 de agosto de 1900. A través de Francia llegó a Barcelona y participó en el primer Capítulo inspectorial español. El día 16 se le unió el joven secretario don Calogero Gusmano y al día siguiente navegaron juntos en el vapor Perseo. Llegaron a Montevideo el primer domingo de septiembre. En los días siguientes visitaron las obras sale-sianas de la zona. Los hermanos le recibieron con alegría y descubrieron que hablaba español correctamente.

El martes 11 de septiembre se trasladaron a Buenos Aires. Fueron recibidos por Salesianos y jóvenes de las cinco casas de la capital. Se detuvieron en la región todo un mes visitando las obras de la ciudad y la provincia. Albera recibió individualmente en coloquio a los Salesianos y a las Hermanas. Fue visitado por autoridades civiles y eclesiásticas que expresaron aprecio y gratitud por la actividad de sus hermanos y hermanas.

Don Gusmano escribió a Don Rua: “Para don Albera están sucediendo cosas increíbles: son los importantes de cada lugar a donde él llega los que vienen a encontrarlo, y se consideran afortunados de conocerlo perso-nalmente; son periodistas, son miembros de la Corte Suprema de Justicia, son obispos los que le rinden visita y quieren que bendigan al pueblo y a sí mismos en la iglesia pública, porque don Albera, dicen, es el representante de Don Rua y Don Rua ha heredado todo el espíritu de Don Bosco»1).

El visitador quedó impresionado por el gran trabajo realizado por los Salesianos. Le confió a don Barberis: «Tanto en Montevideo como aquí en Buenos Aires hemos visto cosas extraordinarias. La Providencia usó a nuestra humilde Congregación para hacer cosas increíbles. Estoy conside-rando todo lo que veo y entiendo, guardándome de pronunciar mi pobre opinión... En general, las prácticas de piedad se hacen bien y funcionan con mucho impulso... Esto no quiere decir que todo aquí sea como el oro;

también existen las inevitables miserias de los pobres hijos de Adán, pero el bien es lo suficientemente grande como para compensarlo ampliamente...

Creo que mi tarea será más bien ver por mí mismo el mucho bien hecho y animar a que siempre se haga muy bien en el futuro... Reza para que corresponda con los planes de D. Rua al enviarme a América»2). Inme-diatamente señaló cuáles eran los puntos neurálgicos: «Aquí estoy cada vez más asombrado por el bien que ya se ha hecho, pero tengo miedo de

1 Bs 1900, 338.

2 L 78.

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la abundancia de masas y la escasez de trabajadores. Es algo de lo que los miembros del Capítulo difícilmente pueden hacerse una idea. Casas importantes sin prefecto, con un catequista poco apto, ocupado haciendo la escuela regular; casas de cientos de jóvenes con un escaso personal docente y ni siquiera un coadjutor; todos los empleados son a sueldo y sin espíritu de piedad; parroquias con pocos sacerdotes para confesar, predicar, dar clase: estas son cosas ordinarias. La necesidad de personal es extrema»3).

El 12 de octubre partieron hacia la Patagonia. Fueron recibidos en Bahía Blanca con todos los honores. Albera inauguró la sección de Exalumnos.

En los días siguientes, se trasladó a Fortín Mercedes, Patagones, Viedma, viajando parte en tren, parte en incomodísimos medios de transporte o a caballo. Regresaron a Buenos Aires el 8 de noviembre, donde el visitador participó en el segundo Congreso americano de Cooperadores Salesianos.

El día de la Inmaculada fue a San Nicolás de los Arroyos para la inaugu-ración del nuevo colegio y de la iglesia. Predicó a los numerosos quinteros, campesinos que participaban en la función con sus familias.

El 20 de diciembre regresaron a Montevideo. Se detuvieron durante tres semanas en la república uruguaya. Eran días de trabajo incansable:

predicación, confesiones, entrevistas con cada uno de los hermanos, desde la mañana hasta tarde por la noche. Aquí, como en todos los lugares visitados durante ese largo viaje, Albera se reunió con los Cooperadores, los bienhechores y las personas relacionadas con la comunidad local.

Quería visitar a los alumnos en sus clases, talleres y locales del Oratorio.

Los jóvenes, que eran conquistados por el encanto espiritual que inspiraba su persona, lo rodearon de afecto y admiración. Muchos pidieron ser escu-chados en confesión y él estaba dispuesto a prestarse. El secretario anota:

«Es increíble como el Sr. D. Albera sabe ganarse el cariño de los jóvenes, yo nunca había tenido la oportunidad de observar esto en Turín porque él nunca bajaba al recreo... Muchos jóvenes van a la habitación de D. Albera, rogándole que los confiese; hablan de él con entusiasmo; cuando baja al patio es rodeado por casi todos los jóvenes»4). Lo mismo sucedió durante la visita a las obras de las Hijas de María Auxiliadora. Despertó veneración y confianza en las Hermanas y en las niñas internas y externas.

Entre el 26 y el 28 de enero de 1901, se celebró en Buenos Aires el primer Capítulo Sudamericano de Directores Salesianos. Don Albera los animó a ser ejemplo y guía en fidelidad al espíritu de Don Bosco. En el

3 L 106.

4 L 82.

prefacio de las Actas escribió: «Conforme voy visitando las casas sale-sianas de América siento que crece la estima y el afecto que ya tenía por vosotros. Al admirar cada vez más la obra de Don Bosco y presumir de ser su hijo, admiro también las virtudes de las que están adornados muchos Salesianos de América y me siento edificado por los sacrificios que se imponen por la gloria de Dios y por la salvación de las almas. El número de estos verdaderos hijos de Don Bosco aumentará; los frutos de su trabajo serán inmensos, si se observan escrupulosamente las Constituciones que Don Bosco nos ha dado y las deliberaciones de los Capítulos Generales.

Con la gracia del Señor también harán bien las recomendaciones del Primer Capítulo Americano”5).

El 31 de enero, el visitador, en compañía de Gusmano, navegó a La Tierra de Fuego. Se detuvo en Montevideo y llegó a Punta Arenas el 10 de febrero, después de una furiosa tormenta. Se detuvo durante cinco días, y luego continuó a la isla Dawson y a la misión Candelaria. Allí permaneció dieciocho días y predicó ejercicios espirituales a misioneros y Hermanas.

Regresó a Punta Arenas a mediados de marzo. Luego visitó las Misiones de Mercedes y Paysandú en Uruguay. Pasó allí la Semana Santa predi-cando y confesando. En abril regresó a Buenos Aires, luego se embarcó hacia Brasil en compañía de Don Antonio Malan.

Brasil, Chile, Bolivia y Perú

El viaje duró veintidós días en barcos llenos de gente e incómodos. El 7 de mayo de 1901, llegó a Cuiabá, capital del estado de Mato Grosso.

Una multitud de personas y quinientos niños, alumnos y alumnas de las obras salesianas, le esperaban en el muelle del puerto al sonido de la banda musical salesiana y el de la marina militar. Lo acompañaron al internado. Fue visitado por el obispo, el presidente del estado y otras auto-ridades. Los cuarenta días de estancia en Mato Grosso estuvieron llenos de encuentros y de ministerio sacerdotal. Durante la fiesta de María Auxi-liadora recibió la profesión religiosa de cuatro nuevos Salesianos locales y algunas Hermanas y bendijo la toma de hábito de cinco novicios. También se reunió con un grupo de indígenas Bororo, que habían venido para pedir al presidente del estado dejar de depender de los militares y ser confiados a los misioneros salesianos. También visitó la misión de Corumbá. «Qué

5 Garneri 185.

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buen espíritu reina en esta inspectoría –escribió el secretario–, en ninguna he encontrado tanta armonía, tanta sumisión a los superiores, tanto espíritu salesiano, Salesianos tan queridos por los Cooperadores... D. Malan es un verdadero Salesiano, muy capaz de ser inspector, muy apegado a los supe-riores. Cómo quedarían consolados D. Luigi Nai, D. Bertello si vieran a los coadjutores de esta casa: son modelos de piedad y de trabajo»6).

En ese momento todavía no había conexión ferroviaria con São Paulo.

Así que don Albera tuvo que descender el río Paraguay, en «un barco de vapor de 14 metros de largo y en medio de ciento veintidós vacas y millones de mosquitos que nos devoran», señaló el secretario. Visitó Concepción y el 29 de junio llegó a Asunción, donde celebró misa en presencia del obispo, con ciento cuarenta primeras comuniones. En los días siguientes continuó a Buenos Aires. Desde allí pudo embarcarse hacia Montevideo y llegar de nuevo a Brasil7).

Desembarcó en Santos el 14 de julio, recibido por el inspector don Carlo Peretto. En tren llegó a São Paulo, a unos 80 kilómetros de distancia, y luego a Lorena, desde la que comenzó una visita de cuatro meses a la provincia brasileña. Albera llegó a todas las casas y misiones salesianas.

Después de reuniones oficiales con autoridades y poblaciones, dedicó todo su tiempo a recibir a los hermanos y al ministerio de la predicación y las confesiones. En todas partes fue recibido con entusiasmo, pero esos viajes le costaron trabajos indescriptibles por el calor y el polvo. Visitó Guaratin-guetá y Juiz de Fora, el lugar del accidente en el que habían perdido la vida Mons. Lasagna, algunas hermanas y dos sacerdotes. Fue a Ouro Preto, Cachoeira do Campo, Araras, Ponte Nova, Niterói, Ipiranga, Campinas, Río de Janeiro, Bahía, Jaboatão, Pernambuco. A pesar de los problemas encontrados, tuvo una impresión muy positiva: «Ahora visito las casas de Brasil –escribió a Barberis–. Estoy convencido de que Don Bosco en espíritu conocía la tierra y conocía el corazón de los habitantes. Estamos presenciando espectáculos muy conmovedores. ¡Qué misión tienen aquí los Salesianos! En las casas se hace un gran bien, incluso si no están orga-nizados en absoluto ... Don Zanchetta aquí en Niterói hace maravillas.

¡Si pudiera ver qué orden en la casa! Reina una piedad edificante. Los hermanos se matan trabajando y, sin embargo, no se quejan...»8).

De Pernambuco partió a Niterói el 26 de octubre a bordo del Alagoas.

6 L 188.

7 L 191.

8 L 212-213.

Durante los cinco días de navegación sufrió dolores punzantes. No pudo continuar hasta São Paulo, donde se le esperaba para la bendición de la estatua monumental del Sagrado Corazón. Se detuvo en Niterói nueve días para recibir tratamiento. El 9 de noviembre navegó a Montevideo y pasó por Buenos Aires donde se detuvo unos diez días.

En la capital argentina lo esperaba Mons. Giacomo Costamagna, que debía acompañarlo a Chile a través de los Andes. Salieron el 25 de noviembre. Fue un viaje muy fatigoso para don Albera, que no estaba acos-tumbrado a cabalgar. Se quedaron algunos días en Mendoza para predicar ejercicios espirituales a jóvenes, hermanos y hermanas. Después de la visita a Rodeo del Medio, el 5 de diciembre llegaron a Santiago de Chile.

Gusmano escribió el programa de la visita a don Barberis: «Ya estamos en la vertiente del Pacífico. Pasamos muy bien la cordillera... El sr. don Albera soportó bien y sin consecuencias la travesía y la cabalgata. Aquí pasamos dos días por casa, para verlas en su funcionamiento ordinario. Ya hemos visitado las dos de Santiago y Melipilla. Mañana iremos a Talca, el 13 a Concepción, el 18 a Valparaíso, el 20 a La Serena y, después de Navidad, veremos Macul. La primera semana de enero empezarán los ejer-cicios para los hermanos; tal vez habrá que hacer dos tandas y una para las hermanas... Visitadas las casas de Chile iremos a Bolivia, pero probable-mente no iremos a Sucre, bien porque está demasiado lejos, bien porque será la estación de lluvias y sería muy difícil ir. De Bolivia bajaremos a Perú, donde tal vez estemos todavía en abril»9).

Después de unos días de descanso en Santiago, don Albera visitó en tres meses a los Salesianos y a las Hermanas de Melipilla, Talca, Concepción, Valparaíso, La Serena, Iquique y Macul. Se dio cuenta, con dolor, de que en la inspectoría de Chile había tensiones por los límites de algunos direc-tores, pero sobre todo por el carácter impetuoso de Mons. Costamagna, que desempeñaba el cargo de superior, mientras esperaba a poder entrar en el territorio de su vicariato misionero en Ecuador. Gusmano, descon-certado, escribió a Barberis recalcando notablemente el tono: «Nadie en la inspectoría quiere a monseñor... porque regaña continuamente y en público; no es querido porque demuestra que no tiene el corazón aquí, sino más allá de los Andes; no es querido porque repite hasta el aburri-miento que no tiene ninguna estima por los chilenos... Con él no se habla con el corazón en la mano, sino que se estudian las palabras y siempre se tiene miedo de ser reprendido; así que en general se sale de su habitación

9 L 243-244.

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más mosqueado y menos persuadido... Es verdad que aquí todos piden a gritos que monseñor vaya a Ecuador, que venga un buen inspector, que sea prudente... que escuche las necesidades de las casas sin regañar ni decidir inmediatamente, que sea un poco político y no manifieste y eche en cara en público los defectos...». Después concluyó: «No se puede dudar que sea un santo; pero haría falta que también los demás fuesen santos para resistir a su modo de tratar; haría falta que tuviesen más fe y ver en el superior solo la autoridad que representa y no los modos... Quien no sabe que es todo celo, que trabaja continuamente y que se puede decir que no hay confir-mación en Santiago ni fuera que no haga él; incansable, pero casi siempre fuera, aquí no ha podido echar raíces…»10).

El 14 de febrero de 1902, Albera, después de haber predicado ejer-cicios espirituales a los hermanos, salió de Santiago con el secretario. Se quedaron un par de días en Valparaíso para la inauguración de los nuevos talleres, y llegaron a Iquique el 28. Tras diez días volvieron a salir hacia Arequipa, en Perú: «Es una auténtica casa salesiana; reina el orden, el trabajo, el espíritu salesiano... La pequeña colonia agrícola es una auténtica joya, científica, verdadero modelo de todo –anota don Gusmano–. Don Albera está regular, tiene el estómago cansado, yo le hago tener cuidados;

ahora los acepta, pero antes no quería»11).

El 24 de marzo llegaron a La Paz, donde encontraron una casa bien organizada y un óptimo espíritu salesiano. Permanecieron allí toda la Semana Santa. El 1 de abril salieron hacia Perú. Se quedaron en Lima hasta el 26 de mayo. Visitaron los lugares de santa Rosa [de Lima] y Albera celebró la misa junto a su urna. Deseaba salir hacia Ecuador y visitar el vicariato apostólico de Méndez y Gualaquiza, pero el inspector del lugar le desaconsejó el viaje por el mal tiempo, que hacía impracticable el camino.

Se quedó en Lima todo el mes mariano e hizo allí sus ejercicios espirituales.

Escribió don Gusmano: «Le pareció que haber pasado, durante dos años, casi todos los días y a menudo parte de las noches escuchando y conso-lando a los hermanos, animando al bien y sugiriendo cómo crecer siempre más en el espíritu de Don Bosco, y dando conferencias y predicando hasta doce tandas de ejercicios espirituales en pocos meses, no hubiese sido sufi-ciente para dispensarlo del retiro anual prescrito por nuestras Reglas. Lo vimos, durante ocho días, recogido en profundas meditaciones, pasando largas horas delante de Jesús Sacramentado, pensando únicamente en su

10 L 256-257.

11 L 285-286.

alma». Durante esos días, Albera escribió en su diario: «Hoy comienzo los ejercicios espirituales: lo necesito de verdad. Tras veintiún meses de viaje, mi mente está disipada, mi corazón está frío. Deseo entrar en mí mismo e implorar el rocío del Cielo... Me propongo hacer estos ejercicios como si fuesen los últimos de mi vida. Mi edad y los continuos viajes me inspiran para hacer especialmente bien estos ejercicios... Examinando mi conciencia he encontrado que las causas de mis defectos son tres: 1. la falta de humildad; 2. la falta de mortificación; 3. la falta de piedad. Ahora que conozco a mis enemigos, me propongo combatirlos»12).

Tras los ejercicios espirituales personales se encargó de los de los alumnos, los hermanos y las hermanas. También visitó todas las congrega-ciones religiosas de la ciudad y terminó su estancia en Lima con la fiesta de María Auxiliadora. El 26 zarpó del puerto de Callao. Hicieron escala a Paita, el último puerto peruano, donde participaron en la procesión del Corpus Domini.

Ecuador

El 30 de mayo desembarcaron en Guayaquil, Ecuador. Se quedaron allí dos días y emprendieron el viaje hacia la región de Oriente. El arriesgado recorrido está minuciosamente descrito por el biógrafo. Se desplazaron en tren hasta Huigra, donde durmieron en tiendas. La excesiva humedad de la noche causó a Albera una molesta tortícolis. Por la mañana, cambiada la ropa, empezaron un viaje a caballo que duraría cinco semanas, con cabal-gatas de diez, y con frecuencia catorce, horas al día. Tuvieron que recoger la sotana a los lados, ajustada con un cinturón de cuero, ponerse un poncho que les cubría todo el cuerpo, calzones de piel de cabra, un gran pañuelo al cuello y un amplio sombrero de paja forrado con tela encerada.

Hicieron escala en Guatasí, en casa de un cooperador, donde se encon-traron con el inspector, don Fusarini, llegado de Riobamba. Este describió pormenorizadamente los peligros del Ecuador Oriental y las dificul-tades de la misión, quizás para desanimar al superior de continuar aquel peligroso viaje, pero él se confirmó más aún en su propósito de continuar, encomendándose a la Providencia. Quería completamente encontrarse con los hermanos misioneros para consolarlos de sus fatigas. El inspector le acompañó durante un tramo, pero después tuvo que volver a la sede.

12 ASC B0320106, Notes usefull…, 2.05.1902.

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Comenzaron largas e interminables cabalgatas a través de bosques hermosos pero llenos de peligros, de montes escarpados, entre precipicios, vados profundos y pantanos con agua hasta la rodilla.

Escribe don Gusmano: «Nadie que conozca a don Albera se sorprenderá de que un hombre de su edad, de salud precaria, delicadísimo, llegando algunas veces al tambo (lugar de descanso del misionero) tenía que ser bajado a peso del caballo y colocado en una silla o lo que hiciese las veces de la misma, porque las piernas se negaban a sostenerlo, y el cuerpo inerte se dejaba a sí mismo. En el tambo, si el indio que lo guarda está avisado, se encontrará algo caliente, el único consuelo que reclama imperiosamente el estómago; aunque sea simplemente agua con sal, o engañada con un poco de harina de maíz, de patata o de yuca; todo es bueno mientras esté caliente. ¡Cuántas veces el único plato, sabrosísimo, era un poco de maíz, no siempre suficientemente condimentado con sal! Y si se llega de forma inesperada, hay que esperar horas y horas por esa escasa comida... El tambo o rancho es una estancia de tres o cuatro metros cuadrados, cubierta por

Escribe don Gusmano: «Nadie que conozca a don Albera se sorprenderá de que un hombre de su edad, de salud precaria, delicadísimo, llegando algunas veces al tambo (lugar de descanso del misionero) tenía que ser bajado a peso del caballo y colocado en una silla o lo que hiciese las veces de la misma, porque las piernas se negaban a sostenerlo, y el cuerpo inerte se dejaba a sí mismo. En el tambo, si el indio que lo guarda está avisado, se encontrará algo caliente, el único consuelo que reclama imperiosamente el estómago; aunque sea simplemente agua con sal, o engañada con un poco de harina de maíz, de patata o de yuca; todo es bueno mientras esté caliente. ¡Cuántas veces el único plato, sabrosísimo, era un poco de maíz, no siempre suficientemente condimentado con sal! Y si se llega de forma inesperada, hay que esperar horas y horas por esa escasa comida... El tambo o rancho es una estancia de tres o cuatro metros cuadrados, cubierta por

Nel documento DON PABLO ALBERA (pagine 65-83)