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Las virtudes del Salesiano

Nel documento DON PABLO ALBERA (pagine 153-169)

A LA ESPIRITUALIDAD SALESIANA

5. Las virtudes del Salesiano

Por experiencia personal y conocimiento directo del mundo salesiano, don Albera estaba convencido de que la vitalidad y fecundidad apostólica de la Congregación, alimentada por el espíritu de oración y fe de cada uno de los hermanos, es tanto más fuerte y duradera cuanto más regulada.

también bajo el aspecto disciplinario. Este fue el segundo núcleo temático que ofreció para la meditación de los Salesianos el 25 de diciembre de 1911:

43 LC 266-267

44 LC 267.

45 LC 268-272.

«disciplina religiosa», entendida como la observancia puntual y gozosa de lo que se exige a quienes se consagran al servicio de Dios y de las almas en una congregación religiosa46).

Vida disciplinada

Se inspiró en la forma en que Don Bosco había formado a los primeros discípulos para ilustrar el significado particular y las implicaciones prácticas de la disciplina salesiana. Recordó los encuentros vespertinos en el dormitorio del Fundador y los ejercicios espirituales anuales: momentos privilegiados en los que «el buen padre con sus instrucciones, tan lleno de pensamientos santos y expuestos con inefable intensidad, abría continua-mente, a nuestras mentes atónitas, nuevos horizontes, Cada vez hacía más generosos nuestros propósitos y más estable nuestra voluntad de perma-necer siempre con él y seguirlo en cualquier lugar, sin ninguna reserva y a costa de cualquier sacrificio». En aquellos primeros años Don Bosco nunca pronunció la palabra disciplina, pero enseñó su significado sustancial.

Solamente en 1873 –«cuando la Pía Sociedad Salesiana ya tenía siete casas en Italia»– escribió una circular sobre la disciplina, que definió como «una forma de vida conforme a las reglas y costumbres de un instituto». Y dado que la finalidad de la Sociedad Salesiana, enunciada en el artículo primero de las Constituciones, es «la perfección de sus miembros y los medios para realizarla sobre todo el apostolado en favor de los jóvenes pobres y abandonados», la disciplina es todo lo que aporta al interior y exterior «de los miembros individuales y de toda la sociedad... no una mejora común a cualquier familia religiosa, pero adaptada al carácter especial de la Sociedad Salesiana y de las reglas que la rigen»47).

Luego, Albera hizo una comparación efectiva entre una comunidad ejemplar y una comunidad indisciplinada. En la casa religiosa disciplinada

«reina el orden más perfecto en todas las cosas y personas»; la regularidad contribuye a «mantener el espíritu recogido y hacer fecunda el trabajo»

de los hermanos. En ella todo religioso vive su vocación con sencillez y alegría espontánea, sin críticas, murmuraciones y quejas, y los superiores no se arrepienten de cumplir su misión, pues encuentran una colaboración cordial. «La caridad es el vínculo que une las mentes y los corazones;

46 LC 53-70.

47 LC 55-56.

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completamente uniformes son pensamientos, sentimientos e incluso palabras». Por el contrario, en una comunidad religiosa indisciplinada, donde «las normas y constituciones son letra muerta y las tradiciones familiares se olvidan o se transforman por completo», la vida en común se convierte en una carga insoportable, se descuidan los deberes, los descon-tentos pierden paulatinamente «el fuego sagrado de la piedad». Y si el religioso indisciplinado fuera también educador, las consecuencias podrían ser dramáticas: «quizás los jóvenes confiados a su cuidado crecerán en la ignorancia y el vicio, en lugar de un padre, de un amigo, de un maestro, encontrarán una piedra de tropiezo un peligro para su inocencia»48).

De este contraste, don Albera deduce la necesidad de «una suma de reglas que regulen deberes y derechos» dentro de una casa salesiana e invita a los hermanos a observarlas, a venciéndose a sí mismos, domando las propias pasiones, haciendo más sólida su comunión con Dios. Solo así se puede construir la vida familiar deseada por Don Bosco, caracterizada por un clima relacional gracias al cual «los miembros tienen hacia sus supe-riores los afectos y las relaciones que los hijos tienen hacia su padre; con los colaboradores, lazos de verdaderos hermanos», compartiendo alegrías y dolores, oración y trabajo. En la Sociedad Salesiana «todos tienen el deber de la solidaridad. Cualquiera que tenga caridad y respeto por su Congregación debe ser un hombre disciplinado, y está obligado a observar hasta el más mínimo detalle de la vida en común». Por supuesto, añade don Albera, «bastaría que incluso un miembro de una comunidad se dejase llevar por un relajamiento deplorable en cuanto a disciplina, para que todo el cuerpo sufriera las tristes consecuencias», como afirmó Don Bosco. Al contrario, «un salesiano que sea modelo en la vida cotidiana, aunque sea de talento mediocre, de poca ciencia y habilidad, será el apoyo de nuestra Pía Sociedad»49).

Entonces don Albera desciende a la práctica: el buen salesiano observa las leyes de la Iglesia y practica precisamente las Constituciones de la Pía Sociedad, los reglamentos y las prescripciones de los superiores. El custodio de la disciplina salesiana en una comunidad es el Director, quien –como enseñaron Don Bosco y Don Rua– debe ser el primer observador,

«la regla viva, la personificación de la virtud, una especie de moralidad en acción, para que pueda en todo sirve de modelo para sus empleados».

Tiene la tarea de «velar por que no se introduzcan abusos entre sus

subor-48 LC 57-60.

49 LC 60-62.

dinados, que no se altere en lo más mínimo el espíritu del Fundador, ni se modifique la finalidad del instituto confiado a su cuidado», y debe corregir los defectos de los hermanos, con prudencia, mansedumbre y dulzura siguiendo el ejemplo del Fundador50).

Obediencia

En la mente de don Albera, la insistencia en la disciplina religiosa no solo es funcional para el logro de las metas apostólicas de la misión salesiana.

De hecho, parte de una visión de la vida consagrada caracterizada por un amor a Dios tan omnipresente que genera en el corazón de los religiosos el deseo de una perfecta comunión de voluntad y una obediencia «más íntima y más activa» de la exigida a todo hombre, porque está intencio-nalmente modelado sobre el ejemplo de Jesús, «el perfecto obediente en toda circunstancia de la vida e incluso en su pasión y muerte». Esto es lo que quiso ilustrar en la circular sobre obediencia del 31 de enero de 191451). El Salesiano, escribió, se consagra a hacer su conducta cada vez más «parecida a la de Jesús». En este proceso de conformación, el alma se libera progresivamente «de todo lo que obstaculiza su generosidad» para poder alcanzar la perfecta obediencia y estar tan unida a Dios «que tiene derecho a hacer suyas las palabras de S. Pablo en el que se expresa la verdadera fórmula de la santidad suprema: Vivo autem, iam non ego, vivit vero in me Christus: vivo, pero no soy yo el que vive, es Cristo quien vive en mí... Obedecer, por tanto, significa destruir en nuestra persona todo que hay en nosotros de egoísta y caprichoso para reemplazarlo con la voluntad divina misma». La obediencia es una virtud que «establece una comuni-cación íntima, segura e ininterrumpida entre Dios y nosotros»52).

En este sentido de vida consagrada, Albera vislumbra la misión y la responsabilidad del salesiano superior, investido por Dios «con el poder de representarlo ante nosotros, de hablarnos en su nombre», y dotado de las gracias necesarias para este fin. A él se le pueden aplicar las palabras de Jesús a los apóstoles: «Quien a vosotros escucha, a mí me escucha;

quien a vosotros rechaza, a mí me rechaza» (Lc 10,16). Todos deben tener en cuenta estas palabras para cumplir con la obediencia religiosa. Lo

50 LC 62-67.

51 LC 134-153.

52 LC 138.

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que importa es la misión encomendada por el Señor, no las cualidades de la persona: «Como la indignidad del sacerdote celebrante no altera la presencia real de Jesucristo en la santa hostia, como la mezquindad y, peor aún, la maldad del pobre le impide representar a Jesucristo, también los defectos del superior, aunque fueran reales… nunca bastarán para hacer vana la seguridad que nos da el divino Redentor de que quien escucha al superior, escucha a Dios mismo». No es un lenguaje figurado, dice don Albera, una expresión retórica para decir que los superiores son los repre-sentantes de Dios, el instrumento que usa el Señor para guiarnos: los que viven de fe lo comprenden y son capaces de vencer el amor propio y evitar el peligro de rebelión53).

El religioso que, animado por la caridad y motivado por la fe, «vive totalmente sometido a su superior, adquiere la verdadera libertad de la que solo pueden disfrutar los hijos de Dios» y emprende el camino que le conduce «a esa áurea indiferencia, que Vicente de Paúl comparó al estado de los ángeles, siempre dispuestos a cumplir la voluntad divina a la primera señal que se les haga, sea cual sea el oficio al que estén destinados». Desde esta perspectiva entendemos lo que enseñan los autores espirituales: que el voto de obediencia es el más excelente e «incluye los otros dos». De hecho, como escribió san Francisco de Sales, la virtud de la obediencia «es como la sal que da gusto y sabor a todas nuestras acciones. Hace meritorios todos los pequeños actos que hacemos durante el día», al punto de que «el obediente tiene incluso el mérito del bien que quisiera hacer, y que, por obedecer que tenido que dejar de lado»54).

A este conjunto de consideraciones extraídas de los clásicos de la vida consagrada, don Albera añade una serie de consideraciones perso-nales. Lo que sostiene la obediencia del salesiano es, además de la fe, «la caridad fraterna y el amor a nuestra Congregación». Cuando «todos los miembros, haciendo suya la voluntad de su superior, sean un solo corazón y una sola alma, estén lo suficientemente unidos para formar una legión compacta e invencible contra los asaltos de sus enemigos, la Sociedad Pía, siempre joven y robusta, hará su campo de acción cada vez más amplio, luchará victoriosa contra cualquier abuso y relajación y permanecerá fiel al espíritu de su venerable fundador»55). El salesiano debe mirar a Don Bosco, «modelo de obediencia desde su infancia» y sometido a lo largo

53 LC 139-140.

54 LC 141-143.

55 LC 144.

de su vida a los pastores de la Iglesia, incluso cuando «para permanecer sometido a ellos, ha tenido que imponerse serios sacrificios y profundas humillaciones». Medítese en lo que escribió en el tercer capítulo de las Constituciones salesianas, en la introducción a las mismas y en el «testa-mento espiritual»56).

Cuatro indicaciones prácticas sobre las cualidades distintivas de la obediencia salesiana nos vienen de las enseñanzas de Don Bosco. En primer lugar, debe ser «completa, o sea, sin reserva», es decir, no solo material-mente exacta, sino acompañada del «sacrificio de la voluntad» y del «sacri-ficio del intelecto», superando los pretextos inventados por el orgullo. Don Bosco lo dijo en la conferencia celebrada en Varazze el 1 de enero de 1872:

«Se debe practicar la obediencia, pero no la que discute y examina las cosas que se imponen, sino la verdadera obediencia, es decir, la que nos hace abrazar las cosas que Existencia, manda y haznos acogerlos como buenos porque nos los impone el Señor». En segundo lugar, la obediencia salesiana debe hacerse «de buena gana», «con prontitud y docilidad», porque está animada por la fe. La tercera cualidad de la obediencia salesiana es la alegría, es decir, debe realizarse con espíritu alegre: «Esta cualidad es tan importante, escribe don Albera, que sin ella no se puede decir que esta virtud se posea verdaderamente». Si no hay gozo significa que «se obedece solo porque no se puede hacer de otra manera» y falta el espíritu de fe: «¡Ay de aquel que en el servicio de Dios se guía por la tristeza y la necesidad!».

La cuarta característica de la obediencia salesiana es la humildad, porque el salesiano «sabe que es su deber ser un instrumento humilde en manos de sus superiores; su conducta es la práctica ininterrumpida de la máxima de nuestro santo patrón: no pidas nada, no rechaces nada»57).

Castidad

El 14 de abril de 1916 don Albera envió una carta a los Salesianos «para inculcarles la práctica de una virtud que más preciaba a Don Bosco... y que declaraba indispensable para todo aquel que quiera alistarse bajo su bandera... la virtud angélica de la castidad»58). Como en las otras circu-lares, primero esboza el marco doctrinal. Comienza con la exhortación

56 LC 145-146.

57 LC 147-152.

58 LC 194-213.

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de san Pablo, que invita a los creyentes a ofrecer sus cuerpos como sacri-ficio vivo, santo y agradable a Dios (Rom 12,1). Es una enseñanza que solo puede comprender «aquellos afortunados que, iluminados por la luz celestial, consagraron alma y cuerpo al servicio de Dios... todos dedicados a las prácticas religiosas, dedicados únicamente al ejercicio de la caridad hacia los demás, siempre dispuestos al sacrificio». Cita a san Basilio, según el cual la castidad comunica al hombre «una incorruptibilidad casi celestial», de modo que «parece caminar como los demás en la tierra, pero con el corazón y el espíritu siempre se eleva al punto de conversar con Dios». Y exclama: «¡Qué suerte para nosotros ser Salesianos! Como tales debemos vivir en perfecta pureza... Por esta virtud que lleva el nombre de angélica, nosotros que hemos hecho votos ante el altar, nos acercamos más que ningún otro a los espíritus celestiales»59).

Recuerda que Don Bosco consideraba la virtud de la castidad como la fuente de todas las demás virtudes. De hecho, el salesiano «verdade-ramente celoso de mantenerse casto» vive de fe, aspira al cielo, «no ama a nadie más que a Dios y solo Dios le basta para su felicidad». Es feliz en todas partes, sabe sobrellevar los defectos de sus hermanos, afronta con generosidad cualquier dificultad y sacrificio por la gloria de Dios y la salvación del prójimo. «El salesiano fiel a su voto ama el trabajo y el estudio, y encuentra sus delicias en las prácticas de piedad, que son para él fuente de valentía, fuerza y vida». Don Bosco cultivó el amor a la castidad mostrando la predilección de Jesús por las almas puras y recordando que el Señor confió a nuestro cuidado «la parte más escogida de las almas que redimió con su sangre más preciosa: es decir, los que en gran parte aún conservan intacta la estola de la inocencia, y dan esperanza de alistarse bajo la bandera de la virginidad levantada por Jesús y su Madre más pura».

Esta misión solo puede ser cumplida fructíferamente por aquellos que aman y practican la castidad60).

Albera también retoma otra afirmación muy querida por el Fundador:

«Cuanto más puro sea el espíritu y más mortificado el cuerpo, más capaces seremos de trabajo intelectual». Es un hecho confirmado por la expe-riencia y la tradición cristianas. Santo Tomás de Aquino, Pedro Lombardo, Francisco Suárez y san Alfonso de Ligorio son una clara prueba de ello.

La práctica de la castidad ayuda a «adquirir los conocimientos necesarios para instruir a los jóvenes que la Providencia envía a nuestros institutos».

59 LC 194-197.

60 LC 197-199.

Pero los Salesianos deben amar la castidad sobre todo contemplando los ejemplos y enseñanzas de Don Bosco, que siempre tuvo una actitud digna de ministro de Dios, correcto en el habla y la escritura, un maestro en ganarse el corazón de los jóvenes sin recurrir jamás «a dulces caricias, ni a expresiones mundanas», muy reservado en el trato con los demás61).

Finalmente, sugiere los medios propuestos por los maestros de la vida espi-ritual para preservar e incrementar la virtud de la castidad: oración, confesión semanal, comunión diaria, devoción mariana y mortificación de los sentidos.

Don Albera también indica algunos «medios negativos» útiles para permanecer fiel a la profesión religiosa: evitar el orgullo y practicar la humildad, evitar la ociosidad y cultivar la laboriosidad, evitar la lectura «demasiado libre o frívola», no permitir la familiaridad excesiva con «las personas del otro sexo», sobre todo para huir de «amistades especiales con los jóvenes que están confiados a tu cuidado»: «¡Oh! cuántas son las miserables víctimas de las amistades parti-culares que el diablo cosecha en las casas de educación»62).

Pobreza

No encontramos una carta sobre la pobreza entre las circulares de don Albera, probablemente porque él mismo ya la había escrito por invitación de don Miguel Rua en 190763). Nos parece útil, por tanto, mencionar los puntos clave de esta circular que expresa su visión de la pobreza salesiana.

La inició con una instrucción sobre el valor y la necesidad de la pobreza religiosa. Comenzó diciendo que la pobreza en sí misma no es una virtud.

Solo se vuelve tal «cuando se abraza voluntariamente por amor a Dios».

Pero incluso en este caso no deja de ser agotadora, porque requiere muchos sacrificios. Ciertamente sigue siendo «el punto más importante y al mismo tiempo más delicado de la vida religiosa»; de hecho, es posible distinguir una comunidad próspera de una relajada, una religiosa celosa de una negli-gente. Es el primero de los consejos evangélicos, porque es el primer acto que deben realizar quienes están llamados a seguir e imitar más al Señor.

Jesús lanzó terribles amenazas contra los ricos, proclamó bienaventurados a los pobres; declaró que quien no renuncia a todo lo que posee no es digno

61 LC 199-200.

62 LC 202-209.

63 Lettere circolari di don Michele Rua ai salesiani, Torino, Tip. S.A.I.D. “Buona Stampa” 1910, 360-377 (31 gennaio 1907).

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de él y quien le preguntó qué tenía que hacer para ser perfecto, respondió:

«Ve, vende lo que tienes y luego sígueme». Todos los discípulos de Jesús y todos los santos a lo largo de los siglos «practicaron este despojo volun-tario de todos los bienes de la tierra»64).

Por tanto, el valor de la pobreza deriva esencialmente de ser un medio privilegiado para seguir y conformarse a Cristo. Santo Tomás de Aquino lo enseñó: «el primer fundamento para alcanzar la perfección de la caridad es la pobreza voluntaria, por la que se vive sin poseer nada como propio».

Así lo demostró san Francisco de Sales que tenía «un santo terror» por las riquezas, y pidió a los que querían hacerse religiosos «tener un espíritu desnudo, es decir, despojado de todo deseo e inclinación, excepto el deseo de amar a Dios». Lo practicó Don Bosco, que vivió pobre hasta el final de su vida, alimentó un amor heroico por la pobreza voluntaria, se desprendió de las posesiones y, a pesar de «haber tenido una inmenso cantidad dinero en la mano», nunca trató de obtener la más mínima satisfacción. Decía a los Salesianos que «la pobreza hay que tenerla en el corazón para prac-ticarla», y en la circular del 21 de noviembre de 1886 escribió: «De esta observancia depende en gran parte el bienestar de nuestra Pía Sociedad y la ventaja de nuestra alma»65).

A continuación, se enumeran las principales razones de la escrupulosa práctica de la pobreza. En primer lugar, está la obligación asumida con la profesión de votos, que conlleva el deber de respetar las reglas de la Sociedad Salesiana y vivir fielmente su espíritu. En segundo lugar, debemos considerar «la íntima relación que corre entre la práctica de esta virtud y nuestro progreso individual en la perfección»: si vivimos desprendidos de los bienes del mundo, «quitamos todo alimento y todos los medios para expandirnos de los vicios», pues la pobreza nos separa de las principales fuentes de pecado que son el orgullo y la concupiscencia. Además, como

A continuación, se enumeran las principales razones de la escrupulosa práctica de la pobreza. En primer lugar, está la obligación asumida con la profesión de votos, que conlleva el deber de respetar las reglas de la Sociedad Salesiana y vivir fielmente su espíritu. En segundo lugar, debemos considerar «la íntima relación que corre entre la práctica de esta virtud y nuestro progreso individual en la perfección»: si vivimos desprendidos de los bienes del mundo, «quitamos todo alimento y todos los medios para expandirnos de los vicios», pues la pobreza nos separa de las principales fuentes de pecado que son el orgullo y la concupiscencia. Además, como

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