I. FAMILIARES DE DETENIDOS
1.2 Según el alcance del derrame de efectos mas allá de los muros de la prisión
1.2.2 Efectos amplios: sobre las comunidades de origen de los detenidos
De manera declaradamente más amplia, otra corriente de autores se ocupa de las relaciones que la prisión establece con un entorno mas extendido que el de los familiares de los detenidos. A partir de la concepción de la prisión como institución porosa, las investigaciones ponen de manifiesto la incidencia que ésta tiene en las economías locales (Silvestre, 2012; Combessie 1998); cuáles son los vínculos que la administración penitenciaria local tiende a establecer con los comercios del área que rodea a la prisión, en especial todo lo que se refiere al suministro de los bienes necesarios para el funcionamiento diario de la institución; a su vez, otras investigaciones se interesan por conocer cuáles son las relaciones que éstos comercios establecen con las personas que sin pertenecer a la institución, la visitan semanalmente en razón de tener un familiar detenido y ponen de manifiesto así la participación de la institución en el desarrollo de procesos de segregación locales como los que describe Silvestre (op. cit.) para la pequeña localidad de Itirapina, en Brasil, donde funcionan dos establecimientos penitenciarios.
Esta línea de investigación adopta un punto de partida distinto al de la constatación de los efectos negativos de la prisión para considerarla, en cambio, como institución social cuyo carácter es principalmente productivo (Comfort, op.cit.). Como institución social, también los agentes penitenciarios y sus familias establecen todo el tiempo relaciones con la institución: en primer lugar, de tipo laboral pero también otras de fuerte contenido económico al interior de la prisión donde es común obtener recursos suplementarios mediante la comercialización clandestina de productos de difícil accesibilidad (Anderson, 2012), y con su entorno dado que, como demuestra la detallada investigación de Combessie (op. cit) para las prisiones francesas y la interesante etnografía de Silvestre (op. cit) para las prisiones itaripenses, estos agentes tienen roles activos en el consumo de
los bienes y servicios que proveen los comercios locales que rodean a las prisiones. Luego, aparte de los agentes penitenciarios, estas investigaciones atribuyen un rol activo a los familiares de los detenidos, deteniéndose en el análisis de las relaciones económicas que estos entablan con los propietarios de los negocios locales, por una parte y, por otra, desplazan el foco de atención hacia los cambios que se observan en los barrios donde están enclavadas las prisiones fundamentalmente durante los días de mayor afluencia de personas externas a la institución, esto es durante los días de visita (Silvestre, op. cit).
En el contexto anglosajón, diversas investigaciones parten de considerar que la concentración geográfica de personas frecuentemente afectadas por penas de encarcelamiento, permite pensar que ésta es un espacio de socialización casi obligado para quienes viven allí (Clear, 2008). En diversas comunidades norteamericanas y en directa relación con el fenómeno del mass imprisonment la experiencia de prisión deja de ser un evento aislado y difícilmente comunicable para transformarse en una suerte de variable homogenizadora de los habitantes de un determinado barrio. Citando a Garland (2001: 6) “cada familia, cada hogar, cada individuo en estos barrios tiene un conocimiento directo del personal de la prisión - a través de un cónyuge, un hijo, un padre, un vecino, un amigo.
La prisión deja de ser el destino de unos pocos individuos para convertirse en una institución de formación para sectores enteros de la población”.
Una de las investigaciones mas interesantes desde esta perspectiva es la que realizaron Todd Clear y Dina Rose en Tallahassee, Estados Unidos. Allí, se encontraron con que todas las personas que ellos entrevistaban en los barrios mas empobrecidos de esa ciudad, habían tenido uno de sus miembros en prisión en los últimos cinco años. Fue a partir de esta constatación que los autores comenzaron a indagar en torno al efecto que dicha difusión del “encarcelamiento” como hecho social normal podía tener en las relaciones sociales al interior de las comunidades de proveniencia de los detenidos, en especial se preguntaron por las configuraciones que el control social informal adoptaba frente a una realidad de control social formal sumamente extendida y, a la vez, geográficamente concentrada (ver Clear y Rose, 2008)
Los antecedentes de investigaciones de este tipo se encuentran, principalmente en las investigaciones de Braman (2004) y Le Blanc (2004) realizadas ambas en Nueva York en pleno auge del modelo de mass imprisonment que supuso tasas de encarcelamiento asombrosamente altas y con notorias desproporciones respecto de negros e hispanos. La primera de estas etnografías puso de manifiesto las dificultades laborales que enfrenta el resto de la familia debido al encarcelamiento de uno de sus miembros que interfiere en las perspectivas de empleo del resto; asimismo debilita la participación de los padres en la educación de sus hijos reforzando el aislamiento emocional y social
(Clear, op. cit). Le Blanc, por su parte, se concentra en los efectos que la pena de prisión causa en las madres jóvenes no encarceladas y en qué medida la justicia penal gobierna la vida de estas jóvenes. Clear y Rose, por su parte, observan de qué modo la prisión, bajo la forma de experiencia directa –en el caso de los ex detenidos– o indirecta –en el caso de los familiares pero también los agentes penitenciarios– condicionaba las trayectorias vitales de estas personas y sus posibilidades de elección, al menos en dos aspectos: participación cívica y posibilidad de incorporación al mercado laboral.
La innovación principal, sin embargo, tiene que ver con el intento que hicieron estos autores para poner en relación las altas tasas de encarcelamiento en un espacio geográfico determinado, con el debilitamiento del control social informal en esas mismas áreas, realizado en primer lugar por las familias de las personas detenidas pero también por aquéllos que viviendo en el mismo barrio se habían “socializado” en la prisión. Esta relación muestra, entonces, la incidencia negativa que el encarcelamiento extendido, masivo y concentrado como el de Estados Unidos, podía tener en materia de seguridad pública.
Como explica Breen (op. cit.: 7), el estudio de Clear y Rose es particularmente sugestivo debido a las relaciones que establece entre diversos factores, respetando el rigor metodológico: tasas de encarcelamiento, control social informal, opinión negativa de los habitantes de esa área respecto de las agencias del control penal (léase policía, sistema judicial y penitenciario), niveles de tolerancia respecto de las conductas desviadas y dificultades para la educación de los niños y jóvenes en dichas áreas. La investigación consigue demostrar en qué medida las altas tasas de encarcelamiento pueden llegar a conformar un “sistema de encarcelamiento auto-sostenible” (Clear, 2008).
Por otra parte, a partir de las investigaciones conducidas en la ciudad de Tellehassee, los autores desarrollaron el concepto de “movilidad forzada” para describir el proceso por el cual un número elevado de personas que viven en un mismo barrio resultan trasladadas y luego “devueltas” a la misma comunidad como consecuencia de la sucesión de encierros y liberaciones: “la retirada y el retorno de un gran número de personas a los barrios, produce efectos negativos y desestabilizadores a nivel comunitario” (Breen, op. cit.: 7). Este fenómeno fue identificado por Clear y Rose como una de las variables explicativas del incremento de la delincuencia en un área determinada debido al debilitamiento del control social informal.
Siguiendo a Breen, esta teoría encontró validaciones empíricas en investigaciones posteriores como las de Fagan, West y Holland’s (2003) y la del mismo equipo de Clear (2007). De esta forma, en los sectores mas vulnerables de la sociedad la prisión parece configurarse no solo como un destino de
socialización obligado sino también como elemento condicionante de las tasas de delito, es decir, un factor ecológico para la comprensión de los procesos que tienen lugar en el barrio (Breen, op. cit).
Ahora bien, la reseña de estas investigaciones que se encuentran en curso en diversas partes del mundo, principalmente en los países centrales de habla anglosajona, revisten interés para la conformación del marco teórico desde el cual llegué al campo y que actuó como herramienta para el análisis y la interpretación de aquello que inicialmente denominé como “efectos extendidos” de la prisión. Sin problematizarlo abiertamente y quizás por el íter de la investigación de Clear et al4, estos autores ponen de manifiesto las dificultades no solo metodológicas sino también culturales para adoptar perspectivas –en el sentido literal del término como “punto de mira”– unilaterales por las cuales se mire solo hacia adentro de las prisiones o solo hacia fuera de éstas.
Sin embargo la búsqueda causalista continúa latente y parece preordenar la información cuantitativa: es por ella que estos autores intentan poner en relación las tasas de encarcelamiento con las tasas de delito. Y por el mismo motivo, estos autores no se plantean el interrogante acerca de la dificultad de seleccionar un punto desde el cual observar el encarcelamiento en su relación con las comunidades de proveniencia de los detenidos.
La afirmación y consiguiente problematización de la dificultad para asumir un punto de mira resulta, antes bien, de las recientes investigaciones francesas, en especial la llevada a cabo por Touraut (2012), que se concentra en la figura de los familiares y los cambios que las visitas a las personas detenidas generan en la configuración familiar que, por su relación con la prisión, no podrá pensarse ni totalmente afuera de la cárcel ni totalmente adentro de ésta sino en una permanente oscilación que somete a estos familiares a los ritmos del interior y del exterior.