• Non ci sono risultati.

III. LOS QUE QUEDAN AFUERA

3.1 La visita en el plano material

3.1.1 Juan y Susana

Juan llega a la entrevista casi al final de una calurosa mañana del verano santafesino, intensificada por la capacidad de las estructuras carcelarias para concentrar la humedad que no cede.

Recientemente habían repintado los portones interiores del mismo color celeste bandera que al menos hace una década caracteriza a la cárcel de Las Flores, como el verde identificaría, por fuera y por dentro, la otra gran prisión provincial, ubicada en la ciudad de Coronda, a unos 60 kilómetros de la capital.

Juan, como señala mas tarde, siempre dentro de un esfuerzo comparativo que luego ratificará su madre, había estado en ambas a lo largo de una extensa trayectoria institucional.

En Las Flores, hacía ya una semana que las paredes aunque no habían sido pintadas, parecían mas blancas debido a que todos los portones, rejas y barrotes habían sido repintados de celeste. Los empleados, quizás influenciados por el aire de “nuevo comienzo” que una pintura generalizada parece brindar, atendían a los extraños como yo con mayor deferencia. Pese a esto, durante toda esa mañana y por los motivos de siempre –conflictos en los pabellones, “cortes de tránsito14” o encontrarse los detenidos ocupados en “trabajo” o “deporte”– no había logrado entrevistar a nadie y a Juan lo trajeron precisamente cuando pensaba que quizás era mejor trasladarme para entrevistar

“extra-muros” a los detenidos que se encuentran mas próximos a la finalización de sus condenas, alojados en lo que genéricamente se llama “el siete”.

Según me comenta, hacía rato que estaba esperando que lo trajeran. Como en muchas otras situaciones, casi al inicio me dijo que no entendía bien para que lo llamaban ya que el asistente

14 El denominado “corte de tránsito” es una medida de seguridad muy utilizada, al menos en las prisiones santafesinas, frente a los conflictos que se producen al interior de un pabellón. Consiste, básicamente, en interrumpir la circulación de personal de tratamiento (como asistentes sociales y psicólogas) y de los mismos detenidos que se dirigen hacia sus respectivos lugares de trabajo. Dicho corte involucra, obviamente, la circulación de aquellas personas que no siendo empleados de la institución acuden diariamente a ella para llevar adelante actividades de diverso tipo –en general, bajo la forma de talleres: de teatro, de radio, de escritura– y los docentes que enseñan en las aulas ubicadas dentro de la institución. La medida, que puede durar unos pocos minutos o extenderse por horas según la intensidad del conflicto, suele ser muy criticada, tanto por el personal de tratamiento como por los “extraños” debido a la interrupción de las actividades y la desmotivación que esto genera tanto en los detenidos como en quiénes las proponen.

penitenciario le había dicho –como a todos los demás, por otra parte– “que la chica de la universidad los quería entrevistar” sin agregar otra información. En muchos casos, el detenido venía

“para salir un poco del pabellón”. En el caso de Juan, además, la fuerza del binomio nosotros-ellos parecía desplegarse como instrumento de “preservación” frente a una acelerada e intensa integración carcelaria que, en determinado momento de su largo encarcelamiento, comenzó a preocuparle. En ese binomio, el “nosotros” incluye a las personas detenidas en general, independientemente de la prisión en que estuvieran, mientras que el “ellos” tiene una composición ligeramente mas selectiva:

no todas las personas que trabajaban en la cárcel, de hecho los empleados penitenciarios resultan excluidos de este grupo15, sino solo aquéllas personas que hacían allí algún trabajo de enseñanza o recreación, especialmente quiénes no tenían vínculo con la administración penitenciaria, es decir los

“voluntarios” y que, por esto mismo, se encontraban en una posición hipotéticamente superior.

Juan: mire, tal vez hablo cosas con usted que nunca las hablé con nadie pero yo se que esto es una ayuda para uno, para uno mismo porque venir acá y hablar … es como que te hace bien…

El énfasis en la posibilidad de hablar y en cómo hacerlo es una constante que adquiere la forma de una preocupación en el relato de Juan. Sin embargo, no se limita a él sino que esa forma de hablar, ese lenguaje en tanto instrumento y actuación del poder social (Wacquant 1992: 32), que “confiesa”

una cierta proveniencia social y cultural, es algo que abiertamente “le molesta” encontrar en él y en sus familiares inmediatos y, por oposición, celebra encontrar en esas “otras” personas a quiénes parece atribuir una cierta superioridad moral, justamente porque son quiénes dominan el lenguaje que establece las fronteras sociales que el padece: la frontera mágica entre dominadores y dominados a la que se refiere Bourdieu (2000: 55).

Por esto, cuando recién llevábamos una hora de conversación16, pareció en parte sorprendido y a la vez halagado de comprobar que mi intención era la de continuar hablando. Esto fue algo que se dio en casi todas las entrevistas, pero la característica suplementaria de Juan era la de atribuir una cierta

15 Este “ellos” los excluiría para formar parte de otro mucho mas específico con el que la relación es, como afirma Rostaing (2006), guerrero-defensiva.

16 Sin haberlo acordado previamente, el asistente penitenciario con quién tuve que organizar el movimiento de los detenidos desde sus pabellones hasta el área de los consultorios donde realizaba las entrevistas, estableció una suerte de duración promedio de las mismas: una hora. Era ese el momento en el cual, con una amplia sonrisa de disculpa, abría la precaria puerta del consultorio, para decirme “tengo que llevarlo, sabés, porque es hora de reclusión/deporte” o “tengo que llevarlo al trabajo” o “tengo que llevarlo al juzgado”. Por esta razón, en muchos casos las entrevistas a los detenidos se hicieron en diversos días, lo que le dio al discurso total los matices propios del momento en que se realizaban (por ejemplo: esperando una visita, esperando una resolución judicial, conociendo su resultado, habiendo recibido una visita con quien se discutió, etc). La situación era distinta tanto “en el 7”, es decir extra-muros como en la cárcel de mujeres.

“utilidad” a la conversación conmigo, como si fuera una suerte de ejercicio de “socialización”

necesario para enriquecer un lenguaje que el consideraba “casi perdido”.

Juan: no se si era tanto por consumir, consumir mucha droga… en la calle, ¿vió? Y bueno, aprender a leer…¿cómo te puedo decir?, me acordaba de las letras pero me costaba unirlas, leerlas todas juntas, ¿entendés? Y acá me dijeron que empiece a leer un libro pero acá libros no me dieron.

Vanina: y dónde te los dieron? ¿En Coronda?

Juan: ahá, me daban libros para leer, porque yo había hablado con una maestra y siempre le hablaba así [gesticula reforzando con señas grotescas el lenguaje precario al que hace referencia], con muchas palabras de acá adentro y le decía que cómo podía hacer para…y entonces me dijo que lea mucho, que lea, que lea….yo quería aprender alfabetización para aprender a hablar, aprender a expresarme, ¿vió?, porque uno va a estar delante de otra persona por un trabajo o por cualquier cosa, ¿me entendés? ¡Y tenés que saber expresarte..!

‘Buen día, buenas tardes’, qué se yo…porque por ahí uno, ¿vió?, es como que se te pega un poco esto, al estar tanto tiempo encerrado parece que se te pega el palabrerío de acá adentro.

Si, pero depende de vos, depende de uno como sale de acá (…). El hablar así…tenía mucho…hablaba con palabras de la cárcel….

Vanina: …tumberas?17

Juan: claro, con todas esas palabras. Hasta en el trato con el grupo [de tratamiento], el grupo que me atendía allá, claro, hasta el trato con ellas…o sea, les quería hablar bien pero ya cuando tenés…o sea tenés esas palabras ‘pero no, boluda!’ y ¡¿cómo le vas a decir boluda a la asistente…?!

En el esquema de Juan, de inmediato y con la sola referencia a la universidad, la propuesta de hablar conmigo y yo misma, nos ubicábamos en el territorio de ese “ellos” poseedor de las palabras y de las formas “correctas” que parecía contrastar aún mas con el modo de expresarse que el atribuía a “tanto tiempo encerrado” en su caso y que, como se verá mas adelante, en el caso de las mujeres de su familia, era para él un signo de escasa femineidad, de confusión entre la “piba” y la

“mujercita” pero también de confusión entre el barrio y la prisión.

17 Tumberas: es el nombre con que se conocen tanto las cosas como el lenguaje de proveniencia carcelaria: así, hay

“objetos tumberos” fabricados por los detenidos y cuyas características exteriores denotan su procedencia; “lenguaje tumbero” el que se habla adentro de la prisión, no solo entre detenidos sino también con el personal. El término

“tumbero” proviene de “tumba” que es la denominación genérica que se le asigna a la celda.

Ahora bien, no había llegado a Juan por casualidad o por la fuerza de lo que con el tiempo llamé

“corrientes carcelarias18” que comenzaron a operar ya avanzado el trabajo de campo y que me condujeron a abandonar el listado de detenidos a entrevistar para someterme a la voluntad del asistente penitenciario de turno que traía a quiénes encontraba disponibles introduciendo así el alea como variable en la composición del campo. En el trabajo de archivo que había hecho previamente, los Carrizo [este es el apellido de Juan] que habitaban en una localidad de la costa santafesina, habían llamado mi atención por los recurrentes informes del servicio social solicitando traslados a otra prisión mas cercana al domicilio familiar debido a diversas enfermedades de los parientes así como a la “neurosis depresiva” que afectaba a su madre y los “serios problemas cardíacos” que padecía su abuela.

Solo mas tarde, ya en San Javier, hablando con Susana Carrizo, madre de Juan, pude aclarar la confusión, dado que había varios detenidos con el mismo nombre y apellido. Por esto, la persona que yo había querido entrevistar era Juan Ceferino pero me habían traído a Juan [a secas] quien, al tener el mismo apellido, supuse era el mismo de quién había revisado el legajo. Pero la reconstrucción de intrincadas tramas familiares y de historias de vida que habían transcurrido casi completamente en instituciones primero asistenciales y luego penales, suponía un esfuerzo mayor que la simple aclaración de un malentendido. Recién después de varios encuentros con Susana logré comprender que los legajos existentes en la oficina correccional de Las Flores, se referían a su hijo y a otros dos jóvenes, también llamados Juan Carrizo, uno procedente de Reconquista y el otro, de 30 años, proveniente del mismo San Javier y con quién lo unía un parentesco lejano.

Juan se refiere constantemente a su madre como figura central de su familia junto a su abuelo materno.

Juan: (…) bueno, mi madre es la cabeza de la familia, después soy yo el mayor Vanina: cuántos años tiene tu mamá?

Juan: ayer cumplió 43 años, bueno, sigo yo, después tengo a mi hermana Myriam, después Analía, Micaela y mi hermano Xavier…

18 Durante el trabajo de campo y también luego, en el estudio del material recogido, denominé de esta forma a la intervención cruzada de la multiplicidad de factores, generalmente no intencionales o bien producto de una informe cantidad de voluntades que terminaban orientando los pedidos, movimientos y actividades, de detenidos, del personal y de quiénes, como yo, concurríamos para actividades específicas. Quizás debido a la influencia (inconsciente) de la denominación que muchos de los detenidos daban a las prisiones en las que habían estado, incluso a aquélla en la que se encontraban al momento de la entrevista, como el “fondo del mar”, fue sugerente asociar los complejos entrecruzamientos de decisiones y voluntades que orientaban las acciones en uno u otro sentido, con las corrientes marinas llamándolas “corrientes carcelarias”.

Vanina: cuántos años tiene tu hermano mas chico?

Juan: Xavier debe tener unos 8 años. Somos dos varones y tres mujeres. Después…, o sea, esa es la familia digamos de sangre. Después mi familia está formada por… ¿me entiende?, mi abuelo era la otra cabeza de la familia, era el que nos criaba a todos. O sea, nosotros somos o nos llamamos hermanos así…aunque sean primos o sean tíos, yo los veo a todos como hermanos, sean mis tíos o mis primos o mis sobrinos porque comíamos todos de la misma olla. O sea, mi familia es mi mamá y mi abuela…

Vanina: tu abuelo… [lo corrijo porque creo que se confundió]

Juan: no, mi abuela, porque mi abuelo falleció hace tres años…

Vanina: ah, mientras vos estabas preso?

Juan: si [agrega con tristeza] me llevaron… 5 minutos al velorio.

En el relato de Juan, el grupo de detenidos que compone su “rancho” en Las Flores parece extender esa noción de familia de sangre de la que me hablaba. No porque lo afirme explícitamente sino, posiblemente, por la forma de organizar el día de visita y las normas de acumulación y distribución de los bienes proveídos por sus respectivos familiares.

Es a partir de la entrevista con Juan que comencé a advertir el reflejo del vínculo familiar y de su contenido económico en la construcción de jerarquías al interior de la prisión. De hecho, el poder del “rancho”19 de Juan para re-establecer cierto orden en un pabellón sumamente conflictivo como aquél en que se encontraba, se apoyaba tanto en la antigüedad de la relación entre ellos como en las normas de regulación de la visita20. De alguna forma, también podría sostenerse que la posibilidad de esta regulación dependa del tiempo previo de relaciones entre estos detenidos que ya habían estado presos en la cárcel de Coronda. Sin embargo, detenidos de otros ranchos y, especialmente, sus familiares también relataron regulaciones similares, lo que me llevó a hipotetizar la traducción de la visita y su aporte material en los términos de las jerarquías carcelarias21.

19 Dedico unas líneas a explicar el significado del término porque ocupará un lugar destacado en este capítulo. Según Larousse el rancho es “comida hecha para muchos: el rancho de los soldados; personas que comen a un tiempo dicho rancho; unión de algunas personas separadas de las demás; hacer rancho aparte: alejarse o separarse de las demás personas”. Es curioso notar que el uso en prisión se ajusta a la definición: los detenidos entrevistados se refieren al

“rancho” en tanto comida preparada por varios de ellos (en general, no mas de 4 personas) y es también el grupo que come al mismo tiempo ese rancho. Dado el conflicto latente, la prisión agrega el elemento defensivo a la definición del Larousse, así el rancho es, también, el grupo de personas detenidas con quiénes se comparte la cotidianeidad en prisión y del cual se espera que asuma la defensa de uno de sus integrantes frente a la agresión (verbal o física) de alguna persona extraña a él. Afuera en cambio, el uso no se ajusta a la definición del diccionario sino que está referida solo a una construcción precaria típica de las villas miserias en Argentina.

20 Más adelante se verá la prolongación e incidencia de estas normas en la conformación de lazos afectivos con las mujeres integrantes de las familias de los compañeros de rancho.

21 Anderson (2012) sugiere un fenómeno similar en cuanto a la construcción de jerarquías en las prisiones de Río de Janeiro, Brasil.

Juan: (…) nosotros compartimos la visita, somos cuatro pibes que comemos juntos, es mi rancho…

Vanina: el rancho ¿qué sería? ¿como un grupo de amigos?

Juan: claro, grupo de amigos como quien dice, o sea no molestamos a nadie pero tampoco dejamos que nos molesten…Somos cuatro compañeros que venimos ya de Coronda, pasamos un montón de cosas. Vinimos todos juntos de allá, hace un montón que nosotros compartimos, tenemos un rancho…una media sombra así con el techo y todo. El rancho que nosotros tenemos, los cuatro nos juntamos y tenemos tres árboles, o sea, hay muchos árboles pero esa es la parte de nosotros. Ahí cerramos con los otros tres y compartimos con la visita pero porque está todo bien entre nosotros [dice esto remarcándolo], está todo bien entre nosotros como entre nuestras familias…a mi compañero mi mamá lo quiere como un hijo mas, ¿me entendés? Y lo mismo me pasa con la mamá de el. Ahí hay una relación buena,

¿entendés?, hay un respeto22. (…) cuando yo no tengo visitas, bajo, saludo y me voy y me dicen “dale, quedáte”, “no, no, me voy a mirar tele” les digo.

Vanina: ah, hacés así?

Juan: claro! Quizás hay cosas que ellos quieren hablar y bueno…ahí está el momento, que hablen.

Vanina: entonces, vos cuando no tenés algo recurrís a tus compañeros?

Juan: si, compartís todo. Todo, todo. Tampoco va ser [se ríe mientras me explica entusiasmado] como quien dice todo, en el sentido que no vas a compartir un calzoncillo…pero si a vos te falta algo y no tenés, alguno te lo da. Tenés que sobrevivir.

Vanina: pero ustedes se conocen desde Coronda…

Juan: si, acá estábamos separados y nos volvimos a juntar. El servicio [penitenciario] no nos quería juntar, no... hace poquito vinieron dos o tres pibes mas de allá y bueno, los trajeron.

Entonces, aunque ellos no tengan visitas, igual tenemos todos…aunque uno solo no tenga visitas tiene alguno de los otros cuatro, es igual, de por si tenemos todos porque ves otra persona. (…) en todos lados no se ve esto, ojo, hay gente que vos le decís algo y ya…pero bueno, eso depende de cada uno…

Entonces, habiendo pasado rápidamente de las calles del barrio empobrecido en el que creció a las instituciones en que fue recluido, primero en condición de “menor” en el instituto correccional de

menores de la misma ciudad de Coronda, y luego como adulto en la cárcel contigua al instituto, para ser trasladado, mas tarde a la prisión de Las Flores en Santa Fe, Juan extendía aquélla primaria noción de familia donde todos “comen de la misma olla” proveída por el abuelo materno, a esta otra, conformada por los compañeros de detención con quiénes compartía lo que su madre le enviaba pero también el momento mismo de la visita.

Esto, que luego se repitió en varias de las personas que participaron de esta investigación, desplazaría a la visita de su consideración generalizada como espacio sacralizado colocándola, antes bien, al interior de una estructura en que se negocian –incluso simbólicamente– los bienes que envían los familiares y se construye, por la visita pero también a partir de ella, una posición de jerarquía con relación a otros detenidos colocados en una situación menos favorable.

Juan: (…) o sea, un tiempo atrás se oían cosas malas cuando llegamos al pabellón, porque un día llegamos [sonríe como si se divirtiera en el recuerdo] y empezaron a cambiar algunas cosas. Tampoco fue para tanto, pero se tranquilizaron un poco, tomaron un poco mas de control, hacen lo que ellos quieren pero ahora se miden…

El sentido comunitario que parece desprenderse de replicar aquélla “olla” familiar de la que hablaba Juan, compartiendo al interior de la prisión los bienes que traen las familias en forma tal que todos acceden a esa suerte de “fondo común”, tiene también otros ángulos complementarios: por un lado, el que extendería la noción comunitaria al momento de la visita impidiendo que alguno de los integrantes del “rancho” experimente la sensación de orfandad y soledad de la que hablan los

El sentido comunitario que parece desprenderse de replicar aquélla “olla” familiar de la que hablaba Juan, compartiendo al interior de la prisión los bienes que traen las familias en forma tal que todos acceden a esa suerte de “fondo común”, tiene también otros ángulos complementarios: por un lado, el que extendería la noción comunitaria al momento de la visita impidiendo que alguno de los integrantes del “rancho” experimente la sensación de orfandad y soledad de la que hablan los