• Non ci sono risultati.

Indicios concluyentes (o conocer el final desde el comienzo)

5.1 La regulación a través de la retribución

5.1.2 Indicios concluyentes (o conocer el final desde el comienzo)

Ahora bien, la fuerza de atracción de este pensamiento matricial se observa, también, en las interpretaciones que los familiares de detenidos y los propios detenidos proporcionan de las trayectorias que los han conducido al encierro.

Dado el carácter de la investigación en que he encontrado a las personas una vez que éstas o sus familiares habían sido “atrapados” por la red del sistema penal, sus consideraciones e interpretaciones fueron siempre a posteriori. Es decir, construidas a partir de la propia experiencia y adoptando una perspectiva sobre las propias vidas en términos evolutivos y cronológicos, algo que,

106 Cuando esto no sucede, como en el caso de Ale, queda demostrada la debilidad del sistema.

de algún modo se hubiera evitado si hubiera adoptado aquí la perspectiva de la historia de vida en términos de Bertaux (2008).

Sin embargo, la reconstrucción en términos de trayectoria (ver también Chantraine 2004) no es solo consecuencia –no buscada pero asumida– de la opción metodológica sino expresión de un especial modo de concebir las vidas de los sujetos de esta investigación, al menos en el período que aquí me interesa, como trayectos en los que pueden reconocerse diversas etapas.

En este sentido, la cuestión etiológica, aunque ausente como pregunta explícita, se encuentra en la mayor parte de las entrevistas y encuentros, tanto con los detenidos como con sus familiares, aspecto que aunque no desarrollo aquí (ver capítulo 2) atribuyo a dos tipos de motivos: por un lado, la influencia condicionante del contacto con el cuerpo tratamental de las prisiones en los que la pregunta por el motivo del delito y luego, de la “carrera delictiva” es de rigor107; por el otro, la necesidad de explicarse a sí mismos la propia desviación o la del propio familiar y, en algunos casos, demostrar al interlocutor –en este caso, a mi– que se había reflexionado acerca de esas motivaciones.

En esta sede la reflexión acerca de la etiología del delito, observada con el seno di poi, es decir, con la perspectiva que brinda el transcurso del tiempo y de las experiencias carcelarias sedimentadas, se presenta como un escenario mas en el cual puede apreciarse, con nitidez, la forma en que la lógica premial despliega sus argumentos centrales.

5.1.2.1 “Estaba cantado que terminaría acá”

Si bien el criterio organizacional característico de las prisiones argentinas haga del tipo de delito cometido un dato principal, el conocimiento que fui adquiriendo de las personas que participaron de la investigación y la empatía que fui construyendo con muchas de ellas, sugería ya durante el trabajo de campo una serie de agrupamientos que parecían no responder a un criterio determinado sino estar atravesados por las sensaciones y las impresiones que las diferentes historias marcaban en mi y las asociaciones que tejían entre ellas con el transcurso del tiempo.

Luego, al momento de la recuperación reflexiva del material recogido que tiene lugar durante la escritura, fue notable advertir en qué medida aquéllos agrupamientos primarios respondían a criterios menos espontáneos e imprecisos –pero no por ello menos subjetivos– de cuánto había

107 Muchos de los giros e interpretaciones de cuño psicológico que los detenidos hacen acerca de sus propias

“elecciones” reconocen su origen en lo que Bourgois (2003) denominó “contactos psicologizantes” de las personas detenidas y, por ende, de sus familiares.

pensado. Esto no cancela la impronta subjetiva presente en la definición de estos criterios pero establece claras relaciones de derivación con la literatura que había servido de marco al diseño de la investigación. De hecho, la línea que vincula a Silvia, Viviana y Daniel puede desplegarse en tres aspectos centrales: primero, la insistencia en la “mala vida” que aparece referenciada en la “oveja negra” y “el baile” –expresión esta última que mas tarde encontraré en el personal encargado de las salidas transitorias–; luego, el periodo en prisión descrito como momento de reflexión y arrepentimiento que parecen emparentarlo con los retiros espirituales practicados en ámbito religioso; y tercero, la actitud de sus hijos en relación con el encarcelamiento de cada uno de ellos108.

- La oveja negra y el baile.

Las personas detenidas en general se refieren a si mismos como ovejas negras, a veces acompañando la definición con una sonrisa, en otras ocasiones con mas seriedad como si pretendieran otorgar a la definición un status científico. A veces la expresión se formula en tiempo pasado “yo era la oveja negra”, lo que podría sugerir una suerte de modificación de la propia conducta durante el encierro pero en otros casos puede tratarse solamente del giro lingüístico usado en la entrevista; en otros casos se la expresa en tiempo presente lo que excluiría la interpretación del periodo en prisión como de corrección o modificación de esa condición. Cualquiera de las dos posibilidades son hipótesis interpretativas perfectamente válidas en las cuales no he profundizado.

Me interesan, en cambio, la raigambre religiosa de la expresión y la noción de separación del resto de la familia que ésta representa. Desde una perspectiva mas amplia, tanto ésta como la referencia al baile denotan un grupo social necesariamente subalterno en Argentina, que es al que se refieren los empleados penitenciarios encargados de las salidas transitorias cuando, al entrevistarse con quiénes tendrán a su cargo la tutoría de los detenidos, enfatizan la prohibición de “ir al baile” como conditio sine qua non para la continuidad de las salidas.

Resulta importante detenerse en la utilización de esta metáfora “ovina y pastoral” (Di Stefano, 2012) que hacen los detenidos y algunos de sus familiares cuando se refieren a ellos, no solo porque pone de manifiesto el parangón con la historia religiosa –que sugeriría también otro punto de encuentro con el precedente anselmiano de la doctrina retribucionista en materia penal– sino también porque, como sugiere Di Stefano en su estudio del anticlericalismo en Argentina, la noción oveja negra denota una anterior pertenencia religiosa de la que se ha resultado excluido. Utilizo

108 En este capítulo me ocuparé de este tema solo por aproximación, dado que abordo la relación entre padres y madres

aquí, para mis propios fines, el argumento de Di Stefano (op. cit.) acerca del origen católico de la mayor parte de los anticlericales argentinos: “el anticlericalismo está presente en América con diversas modalidades y connotaciones, desde la época colonial, y su origen no ha de rastrearse en una supuesta ruptura con la religión sino en el mismo ADN de la tradición judeocristiana, portadora de un fuerte componente contestatario del poder espiritual, como muestran algunas de las muchas

‘herejías’ que surgieron en su seno. […] El humus del que nace como protesta es el de la religión por lo que puede resultar incomprensible e irracional si se intenta descifrarlo por medio de un código distinto” (op. cit.: 218). De manera paralela, estas auto-definidas ovejas negras hoy encarceladas comparten con el resto de sus familiares su origen “ovino”/de rebaño adhiriendo al sistema normativo hasta el momento en que realizan un acto que pone de manifiesto su condición díscola y hace de ellos “ovejas” signadas por la diferencia.

Aunque extraordinariamente generalizada en ámbito carcelario, la expresión metafórica resume los efectos principales de la socialización carcelaria, esto es el devenir progresivo de la situación de detención en una condición de existencia (el detenido deja de percibirse como alguien que está preso para concebirse como un preso, una oveja negra); la identificación de un origen común con sus familiares que no están presos o que no conocen “el mundo de la cárcel” que ellos asocian con una suerte de estado natural armonioso y pre-delictual y el señalamiento de un momento en el que la persona decide dejar de acatar la norma, tornarse díscola/disidente y auto-excluirse del “rebaño”.

Silvia: […] cuando caí mi hermana ya estaba fallecida, no estaba. Que si hubiera estado presente ¡¿qué no me hubiera dicho?! Y bueno, como yo digo, siempre hay una oveja negra en las familias: en la mía era yo. Siempre la que se mandaba las macanas era yo y así terminé…terminé mal. Yo nunca me drogué, no se lo que es drogarme […], nunca fumé, no se ni lo que es tomar pastillas. Lo único que a mi me importaba en la vida era salir de joda.

Iba y venía y bueno, había también otras cositas que estaba haciendo mal pero bueno. […]

Yo…Dios mío, la vida que llevaba…! [adopta la expresión de quién no se reconoce a sí mismo] Mirá, Vanina, yo acá me di cuenta de la vida que llevaba…mi vida va a cambiar cuando salga…Yo empezaba a salir, pongamos que el sábado, y terminaba el lunes…

Joel: yo tengo por parte de mi mamá como nueve tías y tíos pero es cero importancia porque para ellos es una deshonra que un sobrino de la familia se haya así…, desviado y que esté

detenidas con sus hijos, en el capítulo 5.

privado de su libertad. Yo soy la oveja negra para ellos, viste? De hecho, si vos les preguntás y no…hacé de cuenta que no me conocen…

Daniel: no se…mis familiares son gente de bien, porque ellos no conocen el mundo así, cómo te puedo decir, el mundo de la cárcel, son todos legales. Por eso, por ahí me odian porque yo soy la oveja negra…, bueno, ahora mi hermano también, pero el no…, el trabajaba pero bueno, son cosas que pasan o tienen que pasar o pasan por uno…

Si consideramos la expresión utilizada por estos detenidos como un recurso válido para definirse, Silvia, Joel y Daniel asumen de sí mismos esta representación cuyo trasfondo religioso es innegable.

En este sentido, una vida en la que estas personas se han apartado del camino “recto” sugerido por elementos clásicos como la dedicación, el esfuerzo y el trabajo, que de alguna forma aseguran la permanencia en y la pertenencia al “rebaño”, se vincula en sus imaginarios y en los de sus familiares, como inevitablemente conducida al fracaso. Si a éste se agregan los condimentos típicos e incluso estereotipados de la “mala vida” que en las entrevistas con la mayor parte de los detenidos se resume en la referencia a las “malas juntas” y el gusto por la “joda y el baile”, el imaginario parece inclinarse hacia la necesidad de un castigo que reestablezca el orden que ha sido alterado en el “rebaño”. Para Anselmo, en los albores del siglo XII, frente al pecado no resultaba suficiente la reparación personal entre las partes ni el perdón que el virtuoso podría hacer al pecador. Esta insistencia en el desfase o la “renguera” que el pecado introducía en el orden universal servía a este teólogo para explicar en qué modo la punición escapaba del plano de la voluntad para adentrarse en el de la obligación, incluso para Dios, de imponer un castigo que lo reestableciese (Pires, op. cit.:

192).

Estas representaciones y los elementos en que se fundan son los que permiten construir esa anticipación por la cual algunos familiares y los mismos detenidos parecen poseer el diagnóstico de un futuro tras las rejas.

Silvia: Yo siempre trabajé, nunca les faltó nada, amor y cariños, no es que no los sacaba nunca pero esa vida que yo tenía, las juntas que tenía…, que hoy no están…, era obvio que iba a terminar mal…

Viviana: yo caí por primera vez cuando tenía 15 mas o menos…ya me había ido de mi casa, andaba robando, vivía en la calle, no vivía en una familia. Robaba en el supermercado, en las

plazas a las parejas, cosas así…Mi vieja siempre decía que me iban a encontrar muerta, que la iban a llamar para reconocer a un muerto, que iba a terminar mal, que iba a terminar acá [sonríe por la ironía] y todas esas cosas…yo la dejaba que hable nomás.

Algunos detenidos incluso manifiestan su desconfianza en relación a explicaciones de carácter estructural como aquéllas construidas en torno a la pobreza. Los hitos de sus trayectorias, reconstruidas por ellos o por sus familiares, tienden con mucha frecuencia a la confusión entre las condiciones de vida o los gustos y preferencias, con características constitutivas y, por ende, necesariamente/fatalmente conducentes a la desviación. Es en lo que se transforma la etiqueta de

“oveja negra”, el gusto de bailar y de concurrir a los “bailes”, la tendencia a transcurrir mucho tiempo en la calle y el carácter no selectivo con las amistades.

Daniel: yo caigo a los 20 años, en Salta, pero es por uno propio, porque hay mucha gente que dice que es la forma de vida, ponéle que dicen que si uno es pobre cuando es pibe…, o hacerlo por los padres, como a veces los maltratan dicen “yo voy a hacer esto y que se jodan mis viejos” y el error lo comete uno y lo paga uno…pero bueno, hasta acá llegamos. No se, conmigo no fue así: mis viejos siempre trabajaron, siempre me dieron lo mejor, a todos…yo a veces pienso que a mi lo que me llevó a hacer esto es la calle porque me empecé a juntar con gente que no me tenía que juntar, y conocí la droga, el alcohol…porque es la verdad, la droga, la joda, andar en los bailes, me drogaba y qué pasó? Una vez que a usted le faltó esto [hace una seña indicando el dinero], me entendés?...y así empecé yo. Mis viejos siempre me tuvieron así a mi [otra seña para indicar que lo tenían muy bien], yo he peleado mucho con ellos, hasta negocios me quisieron poner como para que yo me ocupe de otra cosa…pero yo no les hacía caso. Hoy en día me doy cuenta, ¿ves?, ahora que lo estoy por perder a mi viejo, no tengo mamá, tengo un hermano que se me ahorcó…

Diego es casi analfabeto y tiene 26 años. Alto, se había cortado el pelo muy cortito, casi rapado. De rasgos increíblemente delicados y ojos pequeños, agudos. La calvicie le exageraba las orejas dándole un aspecto aún más infantil. Había estado esperándolo media hora en la puerta de las oficinas de las asistentes sociales, sabiendo que desde el patio del pabellón 7 donde se encontraba, estaban discutiendo sobre la conveniencia o no de venir a las entrevistas conmigo. Finalmente había decidido venir pero al comienzo de la entrevista parecía disgustado, de hecho pasó un buen rato hasta que conseguimos entendernos.

Como tantos otros detenidos, también el es oriundo del norte provincial por lo que casi no recibe visitas de sus familiares debido al costo que representan los pasajes y que su familia no está en condiciones de pagar. No obstante el paso del tiempo, dos hechos de la vida de Diego continúan sorprendiéndome aún cuando el no parezca atribuirles la menor importancia: en primer lugar sus anteriores “visitas” a la ciudad de Santa Fe, y, en segundo lugar la insistencia con que se refería a la vida en prisión como si se tratara de un punto extremo de violencia que quienes no están dentro no podrían siquiera imaginar y esto parecía perturbarlo y, en gran medida también, atemorizarlo.

Debido al largo y precoz consumo de pegamento, según lo que el mismo decía, su pensamiento era lento y las palabras representaban para él cierto grado de dificultad, aunque se volvieron mas fluidas cuando comprendió que yo no pertenecía al personal “tratamental” de la cárcel.

Esas anteriores estadías en Santa Fe habían sido particularmente dolorosas: una duró unas pocas horas, durante las cuales estuvo perdido por la ciudad a la que no conocía y a la que había venido a cobrar su sueldo como trabajador golondrina de un ganadero que vivía en Santa Fe y, en las pocas horas que estuvo recorriendo la ciudad para encontrar cómo volver a Reconquista, fue detenido por averiguación de antecedentes. La segunda, fue en un hogar para menores donde estuvo entre los 16 y los 18 años después que sus padres pretendieran, sin éxito, entregarlo en adopción.

Diego: y bueno…siempre viví en la calle. De chiquito viví en la calle y andaba en la calle nomás. Pero ya dije que no. Esta es la última vez. Si yo tengo un laburo. Lugar para trabajar no me falta…

Vanina: claro, vos sabés hacer trabajos de campo?

Diego: si, alambrador, albañil, de todo…

Vanina: alambrador? Tengo entendido que eso es muy difícil…

Diego: no, no es difícil… [Y como si se sintiera cómodo frente a esta posibilidad de demostrar sus habilidades para trabajos complejos agregó] …por eso a mi me estuvieron por adoptar una vez. Pero yo no quise.

Vanina: y cuándo fue eso?

Diego: hace un par de años, en el 2003, 2004… [claramente está desorientado con el paso del tiempo], una gente de bien que vive ahí en Tartagal, de apellido González.

Vanina: pero ¿por qué te quisieron adoptar?¿vos estabas muy separado de tu familia?

Diego: si, yo estaba en la calle, vivía en la calle, fueron a hablar con mi viejo y mi vieja para adoptarme. Y mi viejo les dijo que si pero yo les dije que no, que yo ya tenía familia, si yo no tuviera familia si, pero si no, no…

Un poco después, Diego hace uno de los relatos mas surrealistas que escuché durante el trabajo de campo: la forma en que había venido desde San Justo hasta Santa Fe para cobrar su salario y lo que le había pasado durante esa estadía. La atmósfera de la entrevista se había vuelto especialmente densa debido al relato de las personas cercanas a él que habían fallecido: su hermano menor a los pocos días de nacer, su hermano mayor mientras el estaba preso, aparentemente “por una enfermedad en la cabeza” que no había sido adecuadamente tratada y, pocos meses atrás, el único amigo que había hecho en prisión, quien había caído en una de las cloacas de la cárcel como consecuencia de una puñalada, falleciendo pocos días después como consecuencia de una infección generalizada. Intentando aligerar el peso del relato le pregunté si había estado antes en Santa Fe.

Diego: …si, y me perdí en Santa Fe. Fue en el 2005, me acuerdo. Me fui a trabajar al sur, en un terreno antes de llegar a Rosario, en el campo. Y ese día tenía que cobrar la plata que me debían y volver para la casa de mi vieja y me perdí…, me perdí, no conocía a nadie acá!

Vanina: pero adónde tenías que ir a cobrar? Al centro?

Diego: bueno, eso, cuando iba al centro, me alzaron109, la gorra110 esa vez me alzaron…a ver si tenía pedido de captura…

Vanina: pero ¿por qué?¿porque andabas en la calle nomás?

Diego: si, porque yo andaba por ahí, en el centro. Me levantaron y me pidieron el documento y todo. Yo lo tenía. Les di el documento y bueno y me llevaron y me tuvieron 6 horas. Desde las 6 de la tarde hasta las 12 de la noche…seis horas estuve ahí, me largaron y seguí caminando. Hasta San Justo111 caminé.

Diego: cómo?! No podés caminar hasta San Justo…! [le digo incrédula], no podés, son una cantidad de horas y una cantidad de kilómetros…

Diego: pero si, le digo que caminé hasta San Justo…

Diego: pero si, le digo que caminé hasta San Justo…